Mansilla simula barbarizarse, puñal en mano, cuando se corta las uñas de los pies de sobremesa, en el toldo de Baigorrita. Como si estuviera solo en mi cuarto haciendo la policía matutina, dirá. Acto de seducción y de supuesta asimilación con los ranqueles. Antes de esa puesta en escena, había aplicado otro recurso para estirar el tiempo: higienizarse, peinarse y acicalarse lo más despacio posible. “Tarde más en limpiarme los dientes, que en lustrar un par de botas granaderas”. Modos de demorar su llegada al toldo de Mariano Rosas donde la parranda, los excesos etílicos y los yapaí permitían intuir la posibilidad de conflicto. A ese acto refiere con acento francés y en femenino: hacer la morosa toilette.
A fines de los años cuarenta, Elías Castelnuovo vuelve a la narrativa. Su novela Calvario se distancia de su producción previa por incluir una lengua narrativa alegre. Sin embargo, en aquellas ficciones como en ésta abunda la sucesión –como las cuentas de un collar– de desdichados del mundo.
“Le corté el pelo con una tijera para completar su tualé” – diría el redentor que emulaba a San Francisco matando piques y curando la sarna de los niños de aquel poblado correntino.
Con Castelnuovo se cargó las tintas, reconozcamos. Sea bajo las acusaciones de sus mañas naturalistas, los excesos de literalidad o por su realismo extremo. No se advirtió que su realismo se extremaba al encarnarlo en un modo del lenguaje. La palabra hecha carne, quiero decir. Así anticipó aquello que en la literatura de David Viñas será marca: la trascripción gráfica del sonido de algún vocablo de origen extranjero, pronunciado de modo abrupto.
La prosa de Viñas rebosa de forté, coñá, yaqué, usté, reló, y así siguiendo hasta recalar en tualé:
“Lo de siempre: a comer por algún lugar con mozos reverentes, señoras de escote y que se acarician el lóbulo de la oreja mientras hablan, un vino pesado y muy frío, alguna carrerita con las otras mujeres hasta el tualé…” en Cosas Concretas.
También en Jauría: “Entonces Simón le pidió que se arrodillara, como antes, porque ella siempre le había dicho que así le gustaba. Y Arminia se arrodilló, ahí, en medio de todos esos regalos que llenaban el antiguo cuarto de la mujer de Gualeguay (al que Arminia le había hecho poner Un tualé, ¿ves? ) y otro espejo que apenas brillaba en la penumbra”.
Diferentes apariciones: como objeto y como práctica. En precisión francesa –aún en la zona ranquelina– o en abrupta castellanización en los pagos de Corrientes. Pero también en distintos usos literarios. En Una excursión a los indios ranqueles será una estrategia: un modo de ganar tiempo. Como rasgo de civilidad para tomar distancia de los excesos de la ingesta de alcohol. Un coronel que busca controlarse. Evitar el descarrío de una conducta diplomática que se refuerza en el uso de la palabra extranjera y femeneizada, distante de Mariano Rosas y de sus lenguaraces.
En Calvario la pobreza cunde. Los adultos, y también los niños reclaman al recién llegado una atención y un servicio del que los lugareños no podían hacerse cargo. Finalmente, en Viñas, como en el cuadro de Berthé Morisot, el tualé aparece enmarcando un escenario erótico.
Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, noviembre de 2011
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