APUNTES

Miles de “no” y el trabajo infantil, por Juan Manuel Chávez



Hace varios años, alguien me pidió que imaginara cuántas veces al día escuchaba la palabra “no” un niño que vende caramelos en las calles. Las recorre. Sube a los buses de transporte público y ofrece su producto, camina entre la gente que viaja de pie, vende seis unidades; baja del vehículo una, dos, decenas de veces. La cifra de negativas puede llegar a 500.
     Entonces, me plantearon un dilema más: “¿Tú crees que se puede mantener la autoestima escuchando 12 000 “no” en un mes?” Aterrizado en lo potencial, la situación se me hizo escabrosa. Un niño comerciante o contador de chistes se enfrenta a la vida como si esta lo desaprobara a su corta edad. Ante todo, su existencia se modela dentro de las fronteras de lo prohibido.
     Con el correr del tiempo, caí en la cuenta de que esa reflexión eran tan tendenciosa como insuficiente, no solo porque su afán por la estadística convierte en número una experiencia vital, sino porque elude el tema de fondo: el niño que trabaja. Con tan poco, solo nos parapetamos en una de tantas consecuencias.

     Según la ONU, el trabajo infantil implica cualquier labor que “es física, mental, social o moralmente perjudicial” para el niño e “interfiere en su escolarización”. Por ende, lo daña y, asimismo, puede truncar su futuro luego de adulterar su presente. Y es que, “tres de cada cuatro niños trabajadores abandonan los estudios” (www.onu.org.pe). Los pequeños que trabajan lo hacen, en su gran mayoría, para el mercado informal, recibiendo salarios que incluso están por debajo del sueldo mínimo legal y bajo condiciones de precariedad y explotación que no contemplan ni un solo derecho laboral.
     Como indica Manuel García-Solaz, coordinador IPEC Sudamérica, la eliminación de las peores formas de trabajo infantil tiene que ser “un deber político y un imperativo moral” (https://white.oit.org.pe/ipec/). Asumo que esto conlleva tomar acciones frente a las causas para modificar el actual panorama mundial: alrededor de 220 millones de niños en edad escolar, trabajan.
     La ONU recalca que el trabajo infantil tiene su origen, entre múltiples posibilidades, en la pobreza, la violencia interfamiliar y la permisividad social. Si bien las tres causas parecen obvias, la última se define por la silenciosa complicidad de la sociedad.
     Se dice muy habitualmente que el trabajo infantil se inicia a más temprana edad en el campo que en la ciudad. También, que sus implicancias son de mayor hondura, dado que el problema se alinea con la ignorancia y el machismo: en muchas familias, basta con que el niño sepa leer y escribir; en torno a la niña, no hace falta que sea alfabetizada, al fin y al cabo es mujer. Esta realidad conjetural tiene su correlato en las ciudades, donde miles de miles de pequeños recorren las calles en horario escolar sin generar el escándalo de nadie.
     Una semana atrás, el sábado al mediodía, un niño de seis o siete años cantaba y bailaba en una unidad vehicular en la ruta de Evitamiento. Un adulto al fondo, su padre, quizá, tocaba la guitarra. El pequeño no mostraba una voz melodiosa ni bailaba con armonía; sin embargo, era simpático y bastante gracioso. El pequeño, a pesar del buen ánimo, parecía cansado. Me pregunté dónde quedaba el Principio 7 de la Declaración de los Derechos del Niño: “…debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones…”. Con mis padres, los fines de semana conocí zoológicos, parques y playas, visité parientes y perdí el tiempo al lado de mis primos. Mi aporte a la economía del hogar estuvo en ayudar con la limpieza de las habitaciones, regar el jardín, supervisar el trabajo de un técnico que arreglaba algún desperfecto con la luz o el cable en la casa… Aquello que algunos llaman “trabajo formativo”; pues una cosa es colaborar con la familia y otra, muy diferente, cumplir una faena. ¿Mis padres se equivocaron conmigo o son los del pequeño quienes están en un error?
Hay datos extraoficiales para el Perú que proyectan la cifra de dos millones y medio de menores de edad trabajando en el Perú (país de casi treinta millones de personas). Y la gran mayoría de ellos, ante la pasividad de cada uno de nosotros.
     Todavía creo, con testaruda nostalgia, que mis padres hicieron bien al brindarme un ambiente de entretenimiento como complemento al estudio dedicado y al afecto de la caricia y el abrazo. Quisiera brindarles lo mismo a mis hijos cuando llegue el momento de hacerlo.
     El documental peruano La espalda del mundo dedica un capítulo al trabajo infantil, develando el peligro con el que malviven muchos pequeños que pican piedras doce horas al día en Lima. La muestra fotográfica “Perú: historias de trabajo infantil”, que puso en marcha Global Humanitaria (www.globalhumanitaria.org) y cuenta con imágenes de Juan Díaz, denunciaba mediante 37 rectángulos de colores la insalubridad de los vertederos de Lima, donde los niños clasifican la basura; el riesgo permanente de ganarse el pan haciendo ladrillos en Puno; las implicancias de la pesca en el Lago Titicaca o la experiencia de habitar entre muertos al transportar agua en un cementerio en Arequipa.
     Ejemplos como el filme o la exposición, hay muchos. La pregunta es: ¿cuándo da el ejemplo usted? ¿Cuándo lo doy yo?
     En la letra de la canción “La perla”, Rubén Blades dice que “en casa del pobre, hasta el que es feto trabaja”. A pesar de la exageración, lo que afirma tiene mucho de cierto; el problema es que la emoción y el orgullo que trafica la frase junto con su ritmo hacen pensar que además de ser verídico, el asunto es positivo: una virtud familiar.
     Así como va el mundo, tan a gusto y tan ruinoso como siempre, parece que la pobreza ni la miseria se podrán exterminar. Por tanto, toca por lo menos intentar que los fetos de diez o doce años solo se dediquen a estudiar y jugar, además de ayudar a los suyos sin comprometer su propio desarrollo. Y de últimas, si ni siquiera podemos lograrlo en el corto plazo, por lo menos convenzámonos todos de que el trabajo infantil está mal.
     Con esto, no le evitaremos el siguiente “no” al pequeño que vende dulces en la calle; sino que, ante todo, comenzaremos a luchar en pleno contra el escenario que lo expone a tamaña situación. Y el inicio de esa lucha, consensuados como sociedad, es una forma de ganarla.


Juan Manuel Chávez
Lima, EdM, enero de 2012
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5 comentarios:

cavernicolas dijo...

El video dice lo esencial, pero tu articulo dice cosas que nadie sabria interpretar, no al trabajo infantil

Unknown dijo...

Por que se dice que el trabajo infantil tiene implicaciones más hondas en el campo

Unknown dijo...

Cual es su tesis?

Anónimo dijo...

estoy acá por la tarea

Anónimo dijo...

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