ah, mi Corrientes porá...
(Chamamé)
El sol alumbra Boulogne sur-Mer aquella tarde de marzo de 1848 cuando el general en exilio avanza rumbo al norte. Atrás deja París, la revolución, el caos, la aniquilación de los relojes por alcahuetes del tiempo. Adelante el futuro dibuja el mar, el canal de la Mancha, y adivina entre brumas ese territorio al que no puede volver. Los prados entonces huelen a pasto húmedo y la llanura se parece demasiado a aquel paisaje de provincia junto al río.
¿Corrientes queda en Boulogne? Desvaría el general.
Soy general de un reino que soñé. El reino de los pueblos originales junto a mestizos y criollos. Ganamos la guerra contra el imperio pero el reino que anhelé está dinamitado. Es un montón de pedazos y cada pedazo un botín del poder. Un poder ínfimo y soberbio, pasto de dictadores, de gente sin pasado ni tradiciones. ¿Donde quedaron nuestras raíces? ¿Dónde la gloria de la paisanada india que apoyó nuestros ejércitos en contra del imperio? Si no fuera por ella habríamos perdido la guerra. Pocos criollos estaban dispuestos a entregar sus privilegios. ¿Independizarse? ¿Para qué? Si ellos, los mismos que ahora se arrogan el poder en naciones inventadas, no la pasaban nada mal bajo el imperio. El imperio estaba lejos, pero la indiada en cualquier momento se hacía cargo del cabildo. Y había que acabar con los alzados.
Una vez despedazado, el reino será carne del festín de los lobos.
Conozco Europa. Y también América. Porque me parió una india sudamericana y me gradué en batallas contra Napoleón. Soy de los que tiene un pie acá y otro allá, pero mi corazón no tiene dudas.
¿Adónde ir? La alternativa al París violento arroja al Libertador de medio continente a la incertidumbre de una bruma. El general en exilio, que un siglo después será venerado como Capitán General del Ejército de Chile, Protector del Perú, General del Ejército de los Andes, queda anclado en Boulogne. El viento, la niebla, el asma lo esperan en la frontera. La barca llega pronto, y en poco más de un año se carga al general en el exilio.
Dicen que un arcoiris de verano acompaña su tránsito hacia ese reino del que no se puede volver. Entonces los relojes dan las tres de la tarde antes de descomponerse para siempre.
Esther Andradi
Argentina/Alemania, EdM, julio 2012
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