EdM agradece a Fermín Rodríguez, y a la editorial Paidós, la gentileza de permitirnos dar a conocer el prólogo a la edición de Marxismo y crítica literaria, de Terry Eagleton, que se publicará, traducido por F.Rodríguez, en abril de 2013.
Prólogo
Cuando en 1976 se publica en Gran Bretaña Marxismo y crítica literaria la pasión por lo real investía todavía la política, el arte y la teoría. Por los mismos años, en Chile y Argentina, las promesas revolucionarias se desvanecían bajo el peso represivo de violentas dictaduras militares que, a la manera de laboratorios sociales, prepararon desde la periferia la restauración capitalista que en 1980, de la mano de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, llegó al poder para hacer realidad la utopía neoliberal de una sociedad abandonada a las fuerzas irrestrictas del libre mercado. Pasaron casi cuarenta años, y la posibilidad de volver a leer en traducción Marxismo y crítica literaria no debe ser ajena al axioma marxista que sostiene que los hombres no son libres de elegir las relaciones de producción en las que les toca pensar, actuar y, obviamente, publicar libros. Nadie puede escaparse de sus circunstancias históricas; menos un editor, un traductor o un crítico.
Décadas de triunfal democracia de mercado, terror económico entre los trabajadores y desilusión política volvieron enigmática la experiencia de los años setenta—un mundo perdido del que proviene un texto escrito cuando la reflexión teórica no estaba divorciada todavía de la praxis. Pero el mundo cambió. Los golpes militares de fines de los setenta en América del Sur, la traumática caída posterior del bloque soviético y la larga noche neoliberal de los años ochenta y noventa significaron una retirada de la izquierda tradicional, hundida en la desilusión y la impotencia de no poder transformar sus deseos políticos en acción. Nociones tradicionales como lucha de clases, ideología, totalidad, historia y modos materiales de producción fueron a parar como deshechos arqueológicos a los museos de la revolución. Volcada hacia el signo y el texto, la crítica académica buscó en los márgenes de lo privado, en el cuerpo y la sexualidad, en el placer y el poder, en la etnia y los estilos de vida, los nuevos antagonismos de un presente fragmentado del que se había esfumado la promesa radical de emancipación del estado y del mercado. El giro lingüístico de buena parte de la crítica, principalmente en la academia norteamericana, comenzó allí donde terminaba la revolución, o donde la revolución desaparecía del horizonte del presente--si bien no las violentas desigualdades que llevaron a una generación de jóvenes estudiantes y militantes de los años 60 y 70 a optar, razonablemente, por la transformación y el cambio revolucionarios.
Algo tiene que haber pasado entonces en los imaginarios sociales y en eso que leemos como literatura para que esta breve introducción de Terry Eagleton a los conceptos y debates de la crítica literaria marxista pueda volver a circular hoy entre las nuevas generaciones de lectores que retoman la tarea inconclusa no tanto de interpretar el mundo como de cambiarlo a partir de ideas radicales de resistencia, rebelión y emancipación. El propio Eagleton relaciona este retorno a los 70 con la crisis actual del capitalismo global, que se desnaturaliza a lo largo de líneas de nuevos antagonismos y luchas por la igualdad que amplían la ciudadanía, democratizan el acceso a la palabra y defienden el Estado de bienestar contra las fuezas del libre mercado. Si el silencio es la mejor prueba del triunfo de una ideología, el hecho de que en la sociedad comience a hablarse de nuevo de capitalismo es un síntoma inequívoco de que el capitalismo está en problemas.
En tanto el capitalismo siga existiendo, el más radical y riguroso de sus críticos tendrá razón1. La fuerza explicativa de la crítica de Marx sigue siendo absolutamente necesaria y pertinente. Junto con Engels, Marx entrevió un mercado globalizado reinando soberanamente sobre un mundo en el que la brecha entre los ricos y los pobres se habría ensanchado de manera intolerable. También anticipó el declive de la clase obrera tradicional y el rol creciente del trabajo intelectual en la reproducción del capital.
Marx también vio en la obra de arte una muestra anticipada de lo que sería la vida en un mundo políticamente transformado, donde los hombres y mujeres, libres de la explotación, trabajan y producen libremente por el solo placer mismo de crear y producir, porque está en su naturaleza, porque no pueden dejar de hacerlo. En su autonomía y autodeterminación, la obra de arte es un fin en sí mismo, la imagen de lo que sería un trabajo no alienado. Parafraseando a Lacan, donde era el arte, la humanidad deberá advenir. No es contradictorio que Oscar Wilde, que cultivó el arte por el arte, fuera un socialista: irónicamente, la vida indolente del dandy anticipaba la del hombre nuevo del socialismo.
De todos modos, no hay en Marx y Engels una teoría sistemática del arte o de la literatura: tenían entre manos tareas más urgentes que cumplir. A diferencia de las concepciones idealistas del arte y la cultura, para la crítica marxista la literatura no tiene ningún privilegio sobre otras prácticas, ni es la razón última por la que viven los hombres. El arte no es un sustituto secular de la religión—esto es, un plano trascendente donde se resuelven imaginariamente contradicciones reales. Mientras la estética burguesa contra la que milita Eagleton enseña que las grandes obras trascienden intemporalmente sus condiciones históricas, la crítica materialista muestra las huellas que una época imprime sobre la superficie de una obra que es siempre producto de su tiempo.
Pero la relación del arte con la realidad socio-política no es directa, ni los efectos políticos e ideológicos de una lectura crítica son inmediatos. La relación entre arte y sociedad está mediada, y es a partir de esa distancia que la crítica marxista produce sus técnicas de análisis. Conciencia de clase, representación, ideología, visión de mundo, totalidad, relaciones estéticas de producción, industria cultural, son algunas de las mediaciones que la crítica marxista elaboró para pensar la relación de una obra con el proceso material del cual surge, sin resignar el alto grado de autonomía que, para críticos como León Trotsky, el arte guarda respecto de la vida social.
El arte es el lugar donde los hombres toman distancia de sus propias condiciones, en tanto hace ver los modos en que los sujetos “sujetos” a la ideología viven imaginariamente su posición real dentro la sociedad. En palabras de Louis Althusser, el arte es una forma particular de experiencia que nos permite sentir y percibir el funcionamiento de las ideologías—que no son ilusiones carentes de base sino una sólida realidad simbólica, una fuerza material activa que organiza la vida práctica de los seres humanos.
Críticos como Trotsky, Lukács, Benjamin, Brecht, Macherey o Althusser leen a partir de una concepción material de la cultura, que debate con la idea de la obra como mero “reflejo”. Para todos ellos, la producción de los significados y valores a través de los cuales le damos sentido a la experiencia está entrelazada con la actividad material. Las consecuencias para la crítica son decisivas: las condiciones de vida pueden leerse no tanto en el contenido abstracto de una obra, sino en los materiales que un escritor recibe ya hechos de la sociedad a la que pertenece, saturados de modos ideológicos de percepción e interpretación de una realidad compleja y contradictoria. Y tratándose de literatura, lo material por excelencia es el lenguaje, que incluye procedimientos, géneros discursivos, códigos, imágenes, ritmos, etc.
Como gran parte de la producción crítica de Terry Eagleton (Una introducción a la teoría literaria, La estética como ideología, La función de la crítica, After Theory, Las ilusiones del posmodernismo, The Meaning of Life, The Event of Literature, etc.), Marxismo y crítica literaria se inscribe en la tradición de la “crítica de la crítica”—un modo de leer que revisa los fundamentos ideológicos y políticos de una teoría, el momento histórico en el que surgen sus conceptos y las luchas por el sentido de las que participa. Puesto que el conocimiento es siempre polémico y estratégico, la exposición de una teoría no debe disimular las luchas con otras teorías a las que se opone. Cada uno de los capítulos gira alrededor de un debate que el marxismo cultural mantiene tanto con la ideología estética burguesa como con la sociología de la cultura y las versiones mecanicistas del marxismo. En contra del arte como creación individual, la poética marxista sostiene que es la posición que el escritor ocupa dentro de la historia la que permite acceder a una lengua y a una perspectiva ideológicamente mediadas (capítulo 1, “Literatura e historia”). En contra de leer la relación entre literatura e historia como adecuación de contenidos, el crítico marxista afirma la significación histórica de la forma, cuyas transformaciones expresan cambios en lo ideológico (capítulo 2, “Forma y contenido”). A la relación entre arte y política planteada en términos de “reflejo”, la crítica marxista opone la ideología del texto y la significación “objetiva” de la forma, más allá de las intenciones y de la tendencia partidaria del escritor (capítulo 3, “El escritor y el compromiso”). Finalmente, a la espiritualización del arte por el borramiento de los procesos materiales, la crítica marxista opone una concepción del arte como práctica material concreta, donde el artista es un productor que conserva o revoluciona los modos artísticos de producción según adopte y desarrolle o no las nuevas técnicas estéticas (capítulo 4, “El autor como productor”).
¿El arte como producción o el arte como ideología? Para Eagleton, la tarea de la crítica marxista en 1976 era plantear la relación entre “base” material y “superestructura” ideológica en el interior del arte mismo. Pero desde entonces el mundo capitalista ha cambiado. Hoy el trabajo es también intelectual, lingüístico y afectivo; y el trabajo llamado “inmaterial” produce formas de cooperación y comunicación que el capitalismo postindustrial captura según los modos acostumbrados de acumulación y privatización de lo común. A partir de estas nuevas condiciones, el planteo de Eagleton puede volver a hacerse tomando en cuenta la progresiva disolución de los límites entre lo económico, lo social, lo político y lo cultural que para marxistas como Antonio Negri describe nuestro presente.
¿Y cuál es la práctica estética actual que permitiría volver a plantear esta pregunta? ¿Desde qué literatura interrogar el estado actual de la crítica marxista? ¿Hay una literatura de izquierda que se corresponda con el modo de leer del marxismo? Como muchos radicales, Eagleton es un tradicionalista, y su modo de leer corresponde a los autores del modernismo europeo de la primera mitad del siglo veinte. ¿Pero cuál es el objeto de la crítica literaria hoy? La traducción de Marxismo y crítica literaria es una buena oportunidad para releer y ordenar ciertos debates de la crítica académica actual, enredada en polémicas en torno a los denominados “nuevos realismos”, o para enmarcar el modo brutalmente mecanicista y acrítico con que los suplementos culturales, no sin mala fe, presentan la relación entre literatura y mercado.
Lo que vuelve entonces con Marxismo y crítica literaria no es tanto la nostalgia por una crítica política que se percibía a sí misma como revolucionaria, sino más bien la oportunidad de volver a empezar desde el principio, de repetir un comienzo, cuando la promesa de cambio estaba todavía abierta. El marxismo nunca estaba equivocado: fue derrotado políticamente, y lo que retorna, en la militancia política y en la reflexión de intelectuales como Jacques Rancière, Alain Badiou, Antonio Negri, Slavoj Zizek o Eduardo Grüner, no es un proyecto fracasado, sino un deseo incumplido. Como dice Fredric Jameson, el marxismo tiene necesariamente que volver a ser verdad.
Fermín A. Rodríguez
Buenos Aires, noviembre 2012
1 Ver Terry Eagleton, Why Marx Was Right? [¿Por qué Marx tenía razón?] New Haven: Yale UP, 2011.
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