A Hugo, que también la ama y la padece
El lenguaje se renueva constantemente y nuevas palabras asoman a diario. Según se va viendo, algunas ligadas a un pequeño círculo se expanden hasta naturalizar su uso.
Tomemos una. Señalética, por ejemplo. Tal vocablo pertenecía exclusivamente al mundo del diseño hasta no hace mucho. Una custodia del museo y su superior, días atrás, hablan sobre la caída de la señalética en la sala de arte. Tardé en entender a qué se referían. El diccionario de la RAE no lo dice, pero la web resuelve esas dudas. No muchas más. Al menos nunca encuentro la respuesta para la recurrente pregunta de mi amigo: ¿Qué hacer? El mismo interrogante de siempre. O por lo menos, desde 1902. Inconforme con el silencio culposo, mi amigo me arroja otra irresoluble: ¿Cómo es la vida?
Comparado con ésas preguntarse qué se entiende por señalética es un juego de niños. Remite a los signos que orientan los comportamientos sociales en un espacio. Ajá, tomo nota. Cito al sitio en cuestión: “Responde a la necesidad de orientación de la movilidad social y los servicios públicos y privados. Se aplica al servicio de los individuos, a su orientación en un espacio a un lugar determinado, para la mejor y la más rápida accesibilidad a los servicios requeridos y para una mayor seguridad en los desplazamientos y las acciones.” Tipografías, color y códigos que se relacionan con lo que se busca representar. Nos hemos acostumbrado a irnos por donde un cartelito verde dice Salida. Igual a como lo hacíamos antes de que dicho cartel estuviera. O aquel de una escalinata, por si distraídos no habíamos percibido que estábamos subiendo por la escalera y no por el ascensor.
Utilidad: sí. También sustitución, juego de apariencias, amabilidad del diseño frente a la oquedad urbana. Un semáforo de San Telmo, el de la esquina de Paseo Colón y Belgrano, tiene la imagen de Gaturro en reemplazo del tradicional hombrecito que indica si se puede o no cruzar.
–¿Vos lo ves mal? me sermonea el agente metropolitano de turno. Así es más divertido cruzar la calle. Para amenizar la monotonía y el tedio urbano de un punto neurálgico de la ciudad. En el cruce de dos avenidas. La zona se conoce como el Paseo de la Historieta. Allí se puso esta creación del Pierre Menard del comic, devenido en adalid moral de un centenario periódico.
Está previsto, se rumorea en la zona, que monísimas promotoras repartan globos de colores cada vez que el transeúnte cruce correctamente. Faltan ultimar algunos detalles entre las áreas de Comunicación social y la de Ambiente y espacio público: qué música sonará de fondo antes cada frenada y qué empresas participarán de la licitación para el reparto de papel picado.
Vale también resaltar como positivo que se hayan colocado carteles de un tamaño generoso, esos que penden de los travesaños de los semáforos en algunas avenidas.
Así, el conductor de un vehículo puede leer –sin lentes, sin distraerse y sin invertir en un GPS– cuál es la intersección de la calle por la que transita. Torre de tránsito nos advierte: es inconveniente suponer que ese cartel indica el nombre de la calle por la que se marcha y no a la que se llegó. Por ejemplo, en el cruce de las avenidas Córdoba y Pueyrredón, deberá advertirse –desde esta columna le facilitamos la tarea– que el cartel que dice Pueyrredón, refiere a la avenida Córdoba.
La señalética de la ciudad de Buenos Aires se quiere cercana y jocosa. Prolifera en el vos que la escuela –otrora– quiso desterrar. Así en la entrada al subte, un círculo rodea un punto en el plano. Ya no dice: usted está aquí. Sino, solamente, vos. Halo de cercanía es el que trasunta la partícula.
Se torna evidente que la señalética es un signo de estos tiempos. Quizás ampliando el concepto, pueda señalarse un último ejemplo. Nos referimos a las refacciones que se están realizando en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. Un gran telón cubre su fachada reduplicándola. Un enmascaramiento. Una lona ploteada reproduce aquello que la tela tapa: la Catedral en este caso.
Los vendedores de prendedores de la zona no recuerdan si las obras coincidieron con la asunción de Francisco, dios lo tenga en la gloria, o si empezaron antes. En los años 90, la Casa Rosada también tuvo su lifting, como dijo un agudo observador. Siempre esos telones disimulan algo. Como las alfombras. Algún rayón, una mancha, la mugre. Con el rejuvecimiento de los edificios públicos suele aparecer nuevos detalles de modernización. De añadido contemporáneo.
Habrá que esperar entonces, a que culmine la “puesta en valor” de la obra del ingeniero Catelin para develar el misterio: ¿las banderas amarillas añadidas a la fachada de la Catedral –a tono con la bandera papal– serán un agregado definitivo?
Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, septiembre 2013
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