Se llevan detenido a Ronald: quizás la realidad no sea siempre lo que parece ser, pero siempre es tal cual es hasta el último de sus rincones. Y esta imagen podría considerarse un ejemplo. Fue tomada en marzo de 2001, en los alrededores de un local de McDonald en Billings, Montana, y muestra a dos policías rescatando al ícono de la empresa después de que unos jóvenes se lo robaran del local y lo colgaran de un árbol como un ahorcado. “Burger King Rules”, escribieron en las mejillas del caradura.
Lo que parece (un individuo detenido), no es lo que es (un muñeco), y sin embargo lo que no es se impone contundente. Porque si los policías parecen estar llevándose a un individuo que tiene toda la pinta de no ser más que un muñeco de poca monta es porque es eso lo que acostumbran a hacer. Y con la marca en la mejilla sucede algo similar: hoy las reglas las impone el mercado y los individuos acatan como muñecos.
Aun así esta imagen es una pálida muestra comparada con las sucesivas imágenes que han vivido en carne propia dos emigrados argentinos en Saugerties, un pueblo en las afueras de New York. Emilio y su hermana Analía llegaron a EE.UU. a fines de la década del 90, antes del estallido de la crisis de diciembre de 2001 y antes de los atentados del 11 de Septiembre. Día a día fueron extendiendo sus visas de turistas mientras ahorraban para abrir un restaurant al que terminaron por llamar Tango. Para mostrar su buena disposición hacia la comunidad, Emilio se inscribió como voluntario en el cuerpo de bomberos y Analía hacía traducciones para la policía local. Al oficial Sidney Mills, que solía pedirles favores para tratar con hispanohablentes, se le ocurrió presentarlos a dos agentes, McManus y Langer, del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). “Así como ustedes ayudan a la comunidad, el pueblo también puede ayudarlos a conseguir sus visas de trabajo”, dijo Mills. Eso fue en marzo de 2005. De inmediato el ICE les presentó una oferta: si les suministraban información sobre la vida de los “latinos” en los “Estados”, ellos harían todo lo posible para que obtuvieran una visa S. ¿Qué era una visa S? A Emilio y Analía el hecho de que no le ofrecieran una visa común les resultó el mejor auspicio, el efecto que lo hacía creíble. La realidad nunca es perfecta. Visa s, de “snitch” (aprovechador, o delator).
Los del ICE fueron precisos: “No buscamos indocumentados, queremos llegar a los peces grandes, no a sus marionetas.” Y esa certeza alentaba a los hermanos en todo momento, cuando desviaban los ojos por debajo de las mesas de un grupo de “latinos” en Tango, o cuando espiaban a dos hombres que se apartaban de una comida familiar para secretear. Misiones sencillas, las difíciles comenzaron al año siguiente. Micrófonos adheridos al cuerpo, la boca pastosa y papeles falsos entregados por una mujer de más de cien quilos. O hacerse pasar por indocumentados y ofrecerse en una fábrica de cosméticos para investigar a fondo cómo contrataban “ilegales”. Vivir semanas en un cuarto de hotel esperando el llamado para transmitir las informaciones recabadas. Llegaron a ir detrás, en 2008, de una pista de posibles terroristas y una banda de traficantes de armas. Y constantemente se preguntaban si los del ICE cumplirían con lo prometido. “No, no fue una promesa, ellos sólo dijeron que harían todo lo posible”, insistió Analía.
Tiempo después, el ICE les comunicó que no podía hacer nada por ellos y que serían deportados. Desesperados, Emilio y Analía decidieron contarle los pormenores de su vida secreta a un cliente de Tango, un legislador que no vaciló en asegurarles que se quedaran tranquilos: “En América no se usa a la gente y se la descarta”. La desilusión retornó pronto; el 17 de noviembre de 2009 agentes del ICE detuvieron a Emilio y le informaron que serían deportados el 2 de marzo de 2010. Desde entonces los hermanos sólo pudieron deshojar el desencanto en el almanaque. Se sintieron engañados, usados, menospreciados, discriminados, extorsionados, y, sin embargo, fueron ellos quienes engañaron mientras que a ellos siempre se les dijo la verdad. No podían ser confiables ni merecedores de una visa quienes eran capaces de fisgonear en la vida privada ajena; ellos eran como los otros “hispanos” y los otros “hispanos” eran como ellos, todos fingían, todos escondían algo, todos engañaban incluso a los mismos que alimentaban; estaban dispuestos a hacer cualquier cosa y por puro gusto “criminal”, porque era obvio que nadie podía esperar que les sea concedida una visa justamente de aquellos que tenían semejante opinión de los “ilegales”, porque era estúpido querer tener una visa del país que les estaba demostrando que si los “hispanos” podían traicionarse a sí mismos cómo iban abstenerse de traicionar a los otros. Por supuesto, eso al menos que ese “hispano” se creyera alguien distinto, es decir un “no-hispano”, un “wannabe”; aunque ni en semejante caso encontraría una justificación de que le concedieran una visa, porque la visa sólo podían recibirla los extranjeros y él ya no lo era, porque la visa sólo pueden recibirla aquellos que no deberían recibirla.
No es la mentira lo que mueve los hilos del mundo sino la verdad, lo que sucede es que lo hace con una obstinación que resulta intolerable, y a veces de una manera crudamente irónica. Analía y Emilio pasaron años repitiendo que nada tenían que ver con los mexicanos, que Argentina y México son países muy distintos, que Buenos Aires era una ciudad de neto corte europeo, sin “Afroamericans” ni “indios”; pero, sin embargo, todos dudaban cuando los oían pronunciar su apellido: Maya.
En la imagen del muñeco de Ronald (¿podría ser otra cosa que un muñeco?) no se advierte la mejilla marcada ni tampoco el pecho. Le habían escrito la famosa frase del líder de los derechos civiles Martin Luther King, Jr.: “Al fin libre, al fin libre”.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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Su última novela es Cuarteto para autos viejos, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2008
1 comentario:
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