François Dosse, en Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada (2009), cuenta que El anti-Edipo (1972), el primer libro de Deleuze-Guattari, fue escrito casi en su totalidad de manera epistolar. Filosofía epistolar en un mundo de políticas de teléfonos rojos, satélites y misiles. El pensamiento es lo que cambia de dirección lo que “se piensa”.
La tarea no fue sencilla para Guattari, acostumbrado como estaba a vivir rodeado de tantas voces distintas, y para asociarlas sin juntarlas sino multiplicarlas en un acuerdo a lo largo de su trabajo descomunal en la clínica psiquiátrica de La Borde. En una ocasión, tiempo después, Deleuze llegaría a decirle: usted con su multitud, yo con mi soledad. Esa vez, en cambio, mientras se intercambiaban las páginas del borrador le dio una instrucción de cómo debía usar la máquina de escribir que estaba de su parte: Félix debía levantarse de la cama, escribir sus ideas en el papel y enviárselas sin siquiera releerlas. Deleuze aseguraba que ésa sería la mejor manera de poner la máquina en movimiento.
Escritura rápida, palabras que se desacomoden en su propio lugar.
Cartas, quizá, funcionando como la correspondencia entre Freud y su amigo Fliess, aunque esta vez no precisamente para desplegar el complejo de Edipo.
En 1986, seis años después del último libro escrito por Deleuze-Guattari, el primero escribe en otra carta lo que quedaría alojado en el reverso de lo dicho a Félix aquella vez. Si antes se trataba de dejarse escribir, no contener lo múltiple en uno sino expandirlo, ahora se trata de cómo saber si lo que se ha escrito resultará un libro de filosofía que sea preferible al silencio. Dice Deleuze:
“Sólo se escribe un libro digno si 1) pensamos que los libros sobre el mismo tema o sobre un tema cercano caen en una especie error global (función polémica del libro); 2) si pensamos que algo esencial ha sido olvidado sobre el tema (función inventiva); 3) si estimamos ser capaces de crear un nuevo concepto (función creadora). Por supuesto, es el mínimo cuantitativo: un error, un olvido, un concepto (…) A partir de ahora tomaré cada uno de mis libros, abandonando la modestia necesaria, y me preguntaré: 1) qué error pretendió combatir; 2) qué olvido quiso reparar; 3) qué nuevo concepto ha creado.”
Acaso puedan tomarse estos tres aspectos –polémica, invención y creación- como las caras necesarias del discurso crítico que nunca es uno ni dos.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
Imprimir
3 comentarios:
Paula
"El pensamiento es lo que cambia de dirección lo que se piensa".
Me encantó este apunte que me invita a disfrutar de un pensamiento vivo, dinámico, plástico, abierto.
Muchas gracias
Muchas gracias, Paula. M. Vitagliano.
Publicar un comentario