APUNTES

Una dicotomía raída, por Guillermo Korn. Sobre Glaxo de Hernán Ronsino


Se ha dicho –incluso sumé algún garabato para sostener esto– que en los últimos años la narrativa argentina creó y difundió imágenes que ya son parte del ideario social de una ciudad que no para de mutar y de incorporar nuevas representaciones junto a símbolos ya tradicionales. La narrativa ha permitido, no pocas veces, anticipar climas e imágenes donde se cuelan ideas sobre la crisis. Al decir crisis entendemos aquello que alude a la descomposición social, a la fragmentación y a la ruptura o deterioro de los vínculos sociales.
      Una primeriza novela publicada en 2007 partió las aguas al avizorar esas manifestaciones en un territorio distinto.
     Habrá otras, se sabe. Uno  suele suponer novedades que no son. Pero ahí vamos. El autor de ese desplazamiento es Hernán Ronsino y el libro, La descomposición. Hace unos meses atrás, Glaxo, su segunda novela, fue recibida con entusiasmo por los lectores y la crítica. 
         No es para menos. Porque Ronsino recreaba el mismo poblado que en aquella, pero con una prosa más ajustada, un ritmo más cadencioso y una historia  coral más cerrada. Lo que en La descomposición parecía sobreabundancia, en Glaxo es condensación.
          En ambas Ronsino parece querer demostrar que si como sugiere Josefina Ludmer las  ciudades latinoamericanas de la literatura son "territorios de extrañeza, miedo y vértigo, con cartografías y trayectos que marcan zonas y límites, entre fragmentos y ruinas", el campo no se queda atrás. Porque la muerte deja pocos resquicios en el territorio de
La descomposición. Cuando no es premeditada o accidental, tiene una presencia fantasmal. Se la convoca, se la fantasea. El sacrificio parece el horizonte sino necesario por lo menos permanente. A la saga de personajes muertos se suman los del recuerdo. La naturaleza no es calma ni piadosa: la laguna contaminada, el perro que muerde, el tornado que funciona como parteaguas son sus modos de existencia. Naturaleza insumisa en un paisaje en ruinas, hecho de los restos del tren, la fábrica, el cine.
           Evocaciones de un pasado que sin idealizarlo convocaba a un espacio y a una vida en común.
           El territorio de La descomposición se nutre de esos cuerpos descompuestos, sucios, con órganos deshechos, corroídos, heridos, podridos o suicidados.
          Es tentador el cruce con otras narrativas: la caza de la liebre –más impactante que la provocada por el enganche accidental de un dedo en la escopeta– nos recuerda a "Los nutrieros" de Walsh, el asado entre Bicho Souza y el protagonista a la morosa lengua saeriana, pero –no por nada un epígrafe de Onetti abre la novela– es la presencia del autor del escritor uruguayo la que aroma el ambiente de La descomposición. En la búsqueda de fórmulas que simplifiquen lo que busco decir: propongo leer esta novela, con El astillero como superficie,  pasada por el tamiz social de los años noventa y en compañía de La rabia, de Albertina Carri.

Guillermo Korn (Buenos Aires)

Sobre Ronsino: Glaxo, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2009.
Sobre Korn: El peronismo clásico (1945-1955) Descamisados, gorilas y contreras. Literatura argentina el XX. G. Korn (comp.), Buenos Aires, Paradiso, 2007

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