Lograr la convivencia armónica entre los distintos segmentos de una sociedad es un ideal de larguísima data. Filósofos, gobernantes, políticos, reformadores religiosos, revolucionarios, utopistas, científicos o, sencillamente, hombres y mujeres llenos de compromiso y entusiasmo, han pensado y luchado con empeño tras ello. Sería larga la lista de aquellos a los que este sueño les quitó el sueño. Y, en más de un caso, también la vida.
A mediados del siglo XX la Argentina de la primera presidencia peronista anunciaba con bombos y platillos haber llegado a la tan ansiada armonía social. La República Argentina. Justa, Libre, Soberana es un maravilloso libro producido y publicado por la Presidencia de la Nación en 1950. Verdadero monumento iconográfico del primer peronismo, presenta a lo largo de sus 800 páginas toda una lista de resonantes éxitos, didácticamente expresados en palabras, en estadísticas y, fundamentalmente, en imágenes.
Entre todos los logros reseñados sobresale uno que nos permite conocer la clave del éxito. Se trata de la humanización del capital. Un dinosaurio con cabeza de moneda que aplasta con su pata delantera a un obrero nos muestra cuál era la realidad antes de la llegada del peronismo al poder. Con la nueva Argentina de Perón el monstruo ha tomado forma humana y se ha convertido en un trajeado ejecutivo que camina junto al obrero. Si bien ambos avanzan hacia el futuro tomados de la mano, obrero y empresario no están en un plano de igualdad. Lo prueba el hecho de que cada uno conserve las vestimentas con las que se diferencian en el mundo fabril capitalista.
Pero notemos que el empresario conserva aún su cabeza de moneda. En el resultado final de su metamorfosis se halla ausente una pieza fundamental: la cabeza humana. Por alguna oculta razón su humanización ha sido decisivamente incompleta. Quizá la jurásica globalización que hoy nos toca vivir brinde alguna respuesta al enigma.
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
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