En Verano (2009), la tercera parte de sus memorias, precedida por Infancia (1997) y Juventud (2002), John Maxwell Coetzee aplica un procedimiento de ficcionalización para el relato de su propia vida y de sus circunstancias que extrema las operaciones registradas en los dos primeros volúmenes. Si en Infancia y en Juventud Coetzee empleaba a un narrador en tercera persona para tomar distancia no sólo de los hechos sino también de la cercanía contaminante y subjetiva del “Yo”, en Verano recurre a un procedimiento más osado y sorprendente.
En efecto, en esta tarcera parte Coetzee imagina a un biógrafo que trabaja con la vida del escritor sudafricano cuando se encontraba sobre los 30 años. Este biógrafo toma notas, y las notas se publican en Verano al principio y al final del libro. Y procede a entrevistar a cinco personas que tuvieron relación con el autor de Desgracia (1999). Estas cinco personas son de existencia real y la ficcionalización radica en las entrevistas que el biógrafo les hace. Se trata de dos mujeres que tuvieron relaciones amorosas con el joven Coetzee, la madre brasileña de una alumna desaparecida, un hombre con el que compitió por un puesto de trabajo y una profesora de origen francés con la que Coetzee armó un curso de literatura africana negra para la universidad de Ciudad del Cabo.
De esta manera la lectura de Verano se transforma en la lectura de una novela que trata de algunos años en la vida de un escritor que tiene demasiados problemas: su carácter introvertido, la salud quebrantada de su padre, la docencia universitaria, la historia de su país y la historia de África con sus enfrentamientos raciales y énicos, y el choque o la convivencia de las once lenguas que rigen en Sud África, de las que Coetzee conoce bien, además del inglés, el afrikáans.
Estas encrucijadas alejaron a Coetzee de su país en 1965 rumbo a Estados Unidos, donde de una u otra manera vivió casi 20 años; y en 2002 (cuando abandonó la docencia) hacia Australia, donde trabaja como investigador en la universidad de Adelaida, y donde le fue concedida la nacionalidad australiana en 2006.
Verano, que se despliega sobre los años 70 del siglo XX, pone en escena a un John Coetzee turbio y contradictorio: alguna mujer habla de una virilidad débil -no de homosexualidad-, y otra reduce sus libros a un compendio de correcciones que se queda lejos de las obras maestras.
Esta mirada rigurosa y nada complaciente hace de este tramo de las memorias de Coetzee una novela ejemplar. En tiempos en que algunos críticos y profesores de literatura torpedean las novelas porque no saben escribir novelas, o adoptan posiciones frívolas con la excusa de zafar de lo políticamente correcto, o se dedican a la elaboración de autorretratos narcisistas, este libro le devuelve al lector la saludable fe en la ficción y en la literatura comprometida con su tiempo. Y de paso desliza otra lección: hay leyes que están más allá de las leyes y hay penas que no tienen condonación. Ejemplar sobre todo para tanta literatura menor que se proclama impune.
Juan Martini (Buenos Aires)
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