¿Alcanza la civilización cumbre más alta que la de una muchedumbre que baila junta? La música enlaza al grupo y le da su carácter común, pero deja también espacio al arbitrio de cada uno sus integrantes, que ponen su cuerpo a vibrar al unísono. Los danzantes se miran y se tocan mientras reaccionan a la misma música, y generan un cosmos común en el baile, que es medio y fin del momento.
En la foto, que la usuaria Brainbitch subió a Internet con el título “¿Donde está el pollo?”, se ve un grupo bastante homogéneo. Son chicos y chicas que bailan de día, en un festival que todos los años se celebra en el predio de un ex aeropuerto militar soviético, en Müritz, ex Alemania Comunista. Son todos suficientemente jóvenes y bellos, informales, en su gran mayoría caucásicos, visten al tono y seguramente varios tomaron drogas que incitan a moverse. La imagen se tomó desde la altura de un antiguo hangar del predio, hoy hecho sala de cine. Sobre su propia lengua de foto no dice mucho más que cualquier foto. Tal vez un poco más sobre las expectativas de quien la hizo, por su retórica de acumulación y diferencia. Lo que se ve es una metáfora de la posibilidad.
La mayor cumbre de la civilización conoce también formas tortuosas o corrompidas, en las que se infiltró el miedo: las marchas militares –el avance, o su representación, cuanto más verosímil más eficaz, de un grupo que va a matar-, que sujetan el arbtirio de los cuerpos a un patrón excluidor. (Las manifestaciones políticas más vanguardistas intentan por eso devenir un baile total, lo que de todos modos las anularía si se concretara.) Una hinchada de fútbol que salta y canta tiene también algo de la potencia del baile conjunto, pero la fibra totalitaria que la recorre es ineludible y excluye, como en el caso militar, la diferencia.
Cada Mundial de Fútbol implica la reinauguración cuatrianual de una dimensión planetaria: la del número de personas que ven por televisión ese espectáculo de masas. De los dos rasgos del baile conjunto, el momento carece del primero, el baile (aunque en la intensidad con que viven la hipnosis televisiva quienes se reúnen a verlo queda un resto). Pero respecto del segundo, lo común simultáneo, lo lleva a niveles inéditos, que de algún modo compensan la inexistencia de la danza. Lo tremendo de un mundial lo que le da su irrecusable potencia- no es que lo vean tantos millones de personas -ya ocurre desde hace siglos con las imágenes religiosas, especialmente vívidas en boca de los profetas, y se repite con cada Harry Potter- sino que lo hagan al mismo tiempo. Los millones de cuerpos que asisten al mundial son sujetos de pasiones simultáneas y por eso, en un punto, comunes. ¿Podrá toda esa gente alguna vez bailar junta? ¿Y quién hará la música?
Diego Iturriza (Berlin)
Diego Iturriza: Vive en Berlín desde hace seis años, donde trabaja como periodista. Antes estuvo otros seis años en México DF, allí dejó la Academia y se inició en el periodismo, fue libretista de telenovelas y publicó varias novelas para jóvenes por encargo editorial. Escribió un libro de relatos, Punta Rosita, y Nudos de mi sueño (poemas), ambos inéditos. Nació en Argentina.
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