APUNTES

«Desencuentro» y El Polaco, por Sergio Pujol


En el ocaso del cantor – y, por extensión, de todos los cantores -, cuando la voz ya no respondía a las exigencias musicales que él mismo se imponía, “Desencuentro”, de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo, siguió siendo su número fuerte, tal vez porque su melodía es poco exigente en términos vocales y en cambio requiere, amén de una afinación cuidadosa, de un tipo de dramatización para la que el Polaco otoñal parecía mandado a hacer.

Estás desorientado y no sabés
Que trole hay que tomar
Para seguir…
Y en este desencuentro con la fe,
Querés cruzar el mar
Y no podés…



     Recuerdo claramente el aleteo de sus manos al pintarnos un paisaje humano tan desolador. Nos hacía creer que estábamos inmersos en una función de teatro, con el capo cómico actuando el parlamento final de la obra. Tan profundamente se adueñó Goyeneche de “Desencuentro” como Julio Sosa de “Cambalache”. Se me ocurre esta comparación porque ambos cantores mantuvieron la antorcha del tango en tiempos de retirada; sobre todo el Polaco, ya que Sosa, que fue el último ídolo canoro del género, murió joven en 1964.
     De más está decir que, al margen de la resistencia tanguera que ambos intérpretes encarnaron, costaría encontrar dos estilos más disímiles. Sosa era desafiante, cantaba con determinación y sus gestos valían como subrayado, a veces innecesario. Todo estaba en su voz, que nunca declinó. Por lo tanto, la actitud corporal era apenas el efecto inercial de un cuerpo que se había expresado perfectamente. Por el contrario, los movimientos de Goyeneche eran un alfabeto en sí mismo; las manos parecían decir de “Desencuentro” aquello que irreversiblemente estaba quedando fuera de su garganta.

Sergio Pujol (Buenos Aires)
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