PIES DE IMAGEN

Autos en Japón, por Miguel Vitagliano


Autos muertos, no personas. Tras los desastres ocasionados por el terremoto y el tsunami, el gobierno de Japón solicitó a los medios masivos de comunicación que no emitan imágenes de cadáveres. La aceptación fue inmediata y unánime; en definitiva, los autos ofrecían una idea más acabada de la tragedia. La representación de un espacio desolado se calcula mejor teniendo al automóvil como patrón de medida. Desde luego que a eso habría que sumar que el auto lleva casi un siglo convirtiéndose en el personaje privilegiado de la vida moderna. Porque el auto no ha reemplazado al hombre, lo ha transformado en el urbanitas: potente, veloz, ágil, elegante, poderoso, arrollador, seductor, envidiable, egoísta… Las publicidades lo saben muy bien, esos son los valores que prometen y no se conoce a nadie que se haya sentido defraudado.
    El urbanitas es el alma del automóvil y en las montañas de autos muertos sólo está lo que ha caído, el cadáver, no lo que está destinado a elevarse; si fuera de otro modo las automotrices prohibirían también esas imágenes. Con relente no menos simmeliano, Martínez Estrada aseguraba, en La cabeza de Goliat (1940), que el automovilista había reemplazado al jinete; si en éste estaban proyectados los valores nobles del caballo, en el hombre al volante lo que se veía era la vulgaridad de la máquina: “Esta inferiorización del hombre urbano se debe sin duda a la máquina que le permite medirse en un plano de superioridad en que sólo entran en cuenta los valores más bajos de la civilidad.” Treinta años después, el británico Ballard publicaría Crash, un relato en el que los protagonistas sólo pueden obtener el goce sexual en medio de los choques de autos. “Es la primera novela pornográfica basada en la tecnología”, escribió su autor: “La pornografía es una forma narrativa interesante políticamente, muestra como nos manipulamos y explotamos de la manera más compulsiva y despiadada.”

    Cuanto más descomunales sean las invenciones tecnológicas, más desbordantes serán las catástrofes. En el mundo moderno los accidentes llevan la delantera al desarrollo tecnológico, asegura Paul Virilio. La invención inimaginable tiene también la forma de la pesadilla más temida. Así, en Japón, la catástrofe natural (imaginada) del terremoto no consiguió poner en marcha la respuesta para controlar el funcionamiento de la planta nuclear de Fukushima porque de inmediato se precipitó el tsunami (inimaginado); la yuxtaposición impidió el enfriamiento necesario de los reactores y desencadenó la situación (catástrofe tecnológica) que transita aún caminos inciertos.
    El presente de la modernidad parece regirse por yuxtaposiciones cada vez más dispares e impactantes. En el norte de África se han sucedido rebeliones masivas tanto en Túnez como en Egipto, que combinaron la presencia de las manifestaciones populares a la manera moderna tradicional, es decir expresando la voluntad reivindicativa con la presencia en las calles, con canales no transitados habitualmente por la comunicación política, ya que las convocatorias a las protestas no fueron realizadas a través de partidos políticos ni movimientos sociales sino a través de las redes de internet. (Cfr.: Eliseo Verón, Perfil, 26-2-11). Yuxtaposición de lo nuevo con aquello que eso nuevo aseguró dar por terminado. Pero también hay yuxtaposición entre los acontecimientos que están desarrollándose en Japón y en el norte de África, sobre todo a partir de los levantamientos civiles en Libia. Como si el objeto a dirimir fuese la lógica acerca de cuál es la energía que debe mover al urbanitas, si la resultante de los pozos de petróleo o la emanada de los reactores nucleares. La larga y cruenta guerra en Sarajevo se prolongó durante años en las narices de los países centrales porque, como escribió Juan Goytisolo, allí no había petróleo. Del mismo modo podríamos decir que esos mismos países han tolerado durante treinta y un años el régimen de Kadafi y ya no, porque en Libia hay petróleo.
    No sería la primera vez que el urbanitas traza su recorrido en un mapa que tiene a otro como dueño. No es cuestión de ser manejable ni de ser manejado, el asunto está en encontrar un lugar desde donde analizar la ruta. Mientras en los primeros años de los 70, los países árabes provocaban el aumento del precio del petróleo, generando así la llamada “crisis del petróleo” –temor a la recesión y sus consecuencias, el fantasma de la crisis del 30–; los países “en vías de desarrollo” se endeudaban con los “petrodólares” buscando una vía rápida para afrontar la situación. Sin embargo, a comienzos de la década siguiente lo que había sido una posibilidad de solución se convirtió en la razón más cruda del problema, porque las deudas contraídas corrían el riesgo de no poder ser afrontadas. El caso paradigmático en Latinoamérica fue, en 1982, la cesación de pago de México, seguida de la consabida respuesta del llamado Consenso de Washington que consistió en la implementación de la reducción extrema del gasto público y destrucción de las funciones constitutivas del Estado. Autopistas para todos, pero sin veredas. Cada vez más grandes, veloces, asépticas, e indiferenciadas autovías para el urbanitas.
Según las informaciones de la CNN a fines de marzo, el tsunami ahogó entre las aguas una importante planta petrolera, como la refinería de JX Nippon Oil and Energy. Y debido a los recortes de energía, varias empresas automotrices, como Honda, Nissan y Toyota, suspendieron su producción. Desde Nueva York, Peter Valdes-Dapena (ver “Japón y Libia ´inflan´ a los autos”, CNN, 22-3-11) sostiene que la situación de las automotrices japoneses afecta directamente a EE.UU., ya que la mayor parte de los autos nipones que se venden en Norteamérica se fabrican allí. Según Bragman, analista del sector IHS Global Insight, la situación en Libia como en Japón podría deparar cambios en las tendencias de consumo en EE.UU.: ante la suba de precios del combustible y la merma de la producción de automóviles, posiblemente los usuarios busquen autos más pequeños que los japoneses, como ciertos vehículos coreanos.
El mundo va sobre ruedas; es decir, ya sabemos cómo va.

Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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