“El objetivo de una Enciclopedia es reunir los conocimientos dispersos por la superficie de la tierra, exponer su sistema general a los hombres con los que vivimos y transmitírselos a los que vengan detrás de nosotros, a fin de que los trabajos de siglos pasados no hayan sido inútiles para los siglos que los sucedan, y de que nuestros nietos, al convertirse en más instruidos, lleguen también a más virtuosos y más felices, y de que no muramos sin haber contraído méritos para el género humano”. Así es como la célebre Encyclopédie dirigida por Dennis Diderot y Jean D`Alembert comenzaba la entrada en la cual definía su propia razón de ser. Desde las Etimologías de Isidoro de Sevilla hasta las actuales enciclopedias electrónicas, sin dejar de mencionar a la descomunal Qinding Gujin tushu jicheng china de más de setecientas cincuenta mil páginas, la organización del conocimiento y su exposición sistemática ha sido una permanente preocupación de sabios de todos los tiempos y lugares.
Los redactores de enciclopedias siempre tuvieron que vérselas con quienes se arrogan el derecho de vigilar sus contenidos. En tiempos de la dictadura militar en la Argentina, el Parte de Información nº 20/77 del 24 de agosto de 1977 de la SIDE informaba al Ministerio del Interior que el Libro del Año 1977 de la Enciclopedia Barsa (versión castellana de la Encyclopedia Britannica) “distorsionaba” y “agredía” la imagen del país. Según la SIDE, en la entrada “Argentina” se destacaban cosas tales como la pérdida de elementales derechos laborales de los trabajadores y el hallazgo cotidiano de cuerpos acribillados en distintas zonas del país. También se incluía una fotografía de Mario Roberto Santucho, acompañado por un epígrafe que lo presentaba como “jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo”. La recomendación del informe era clara: “debe suprimirse su circulación interna y neutralizarse los efectos nocivos de su difusión en el mundo de habla hispana”. Se cursaron las notificaciones correspondientes, aunque no se llegó a la prohibición total. Aún así, el informe sí logró dos cosas: que la Barsa fuese vigilada por varios años y que la entrada “Argentina” del Libro del Año 1978 presentara la imagen de un país ordenado, pujante, pacificado y libre de “subversivos”. La fotografía de Santucho había desaparecido sin dejar rastros y los redactores terminaban el artículo afirmando que el gobierno del “presidente Jorge Rafael Videla” tenía mucho trabajo por delante para cumplir con el objetivo de “instaurar una auténtica y profunda democracia en todos los órdenes de la vida nacional”. La prohibición efectiva de otras enciclopedias como el Diccionario Enciclopédico Nauta y el Atlas Marín de Geografía e Historia habían sido amenaza suficiente.
La España que en los años treinta se desangraba en una cruenta guerra civil no tardaría en conocer campos de concentración, detenidos, torturados y millares de muertos a manos del franquismo. Como tampoco tardaría en oír a obispos que hablaban de utilizar “un bisturí para sacar el pus de las entrañas de España, verdaderamente corrompida en su cerebro y corazón, en ideas y costumbres”. Pero en noviembre de 1936 el “pus” peleaba con determinación en Madrid. La defensa del campus de la Ciudad Universitaria estaba a cargo de la XI Brigada Internacional, unánimemente considerada la mejor de todas. En una batalla que tomaba formas similares a las de Stalingrado seis años después, los brigadistas se defendieron fieramente, combatiendo en aulas, laboratorios y bibliotecas. Karl Anger, combatiente del batallón Edgar André de la XI brigada, recordó tiempo después que los parapetos para la defensa se habían armado con los gruesos volúmenes de la Encyclopedia Britannica de la biblioteca de la universidad. Mientras los editores de la Barsa/Britannica no vacilaban en escribir al gusto de los dictadores argentinos para evitar la prohibición y mantener el negocio, los volúmenes de la Britannica madrileña formaban parapetos para defender las aulas universitarias de los embates de una dictadura en ciernes. Agujereados por las balas franquistas, protegían de la muerte a aquellos que combatían por la República. Los tomos de la Barsa/Britannica nunca se constituirían en parapeto protector para las víctimas de la dictadura argentina.
1759 fue un año crítico para la Encyclopédie. El papa Clemente XIII la incluyó en el Index librorum prohibitorum y publicó un breve que ordenaba a los fieles a entregar todos sus ejemplares a un obispo o a un inquisidor con el fin de quemarlos. Ese mismo año la monarquía francesa la había privado de su privilège, prohibiendo su venta en todo el territorio. Todo parecía indicar que era el abrupto final del proyecto, pero Diderot se puso firme y les dijo a sus dirigidos que, con o sin financiación, la Encyclopédie tenía que continuar y completarse, en Francia o en el extranjero. No debían dudar en correr riesgos personales, porque un philosophe siempre tenía que dar el ejemplo. Era cuestión de deber público y respeto por sí mismos. ¿Se hubiese autocensurado Diderot para agradar a dictadores y obispos y mantener así el nivel de ventas de la Encyclopédie? ¿O quizás hubiese sido uno más de los que apilaban sus tomos para luchar contra una dictadura?
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
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