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Hijo de nazi, por Miguel Vitagliano

Ante un grupo de estudiantes, fulgurantes con sus raros peinados nuevos, Niklas Frank, de 71 años, insiste en repetir el mismo recuerdo al comenzar el relato de su experiencia: durante años se masturbaba especialmente la noche de cada 16 de octubre, el día que ejecutaron a su padre tras los juicios de Núremberg. Lleva más de una década repitiendo el relato que ahora, dice, ya no produce tanto espanto. Aun así no dejan de preguntarle si el hecho de haber escrito un libro y contar su experiencia le ha servido para liberarse, y él entonces ríe y responde: “Parece que fuera sólo mi problema. ¿Acaso se han liberado ustedes de su pasado nazi?”
Hijo de Hans Frank, gobernador de Polonia bajo el régimen nazi, Niklas conserva pocos recuerdos de su infancia. Uno de ellos pertenece al día en que lo llevaron a visitar, junto a su niñera, un campo de trabajo esclavo cerca de Auschwitz; para entretenerlo los guardias obligaban a los famélicos cautivos a montar un burro que brincaba furioso arrojándolos al barro. Y él reía pidiendo que volvieran a repetirlo. Otro día, acompañando a su madre al gueto de Cracovia a adquirir tapados de piel a cambio de las monedas que ella se dignara a conceder, el niño se asomó por la ventanilla del Mercedes Benz para sacarle la lengua a un chico judío que caminaba entre dos policías con látigos. “Me sentía victorioso, me regodeaba en mi victoria”, recuerda en EPS (1/V/2011).

El autor de la nota, Alfonso Daniels, no destaca en qué momento se operó la toma de consciencia en Niklas, o al menos el cambio con respecto a quien había sido. Hay, sin embargo, un libro fundamental donde queda expuesto el tema, Tú llevas mi nombre (2000), escrito precisamente por un padre y un hijo, Norbert (1929-1993) y Stephan Lebert (1961). El padre trabajó durante diez años como reportero para Süddeurschen Zeitung donde el hijo habría de trabajar décadas más tarde, antes de convertirse en el director editorial de Berliner Tagesspiegel. Seis años después de la muerte de Norbert, su hijo Stephan encontró el manuscrito del libro que su padre había comenzado a escribir a fines de la década del cincuenta, entrevistas con hijos de jerarcas de nazis, y decidió completarlo. ¿De qué modo? Visitando a los protagonistas luego de cuarenta años.
Tirar de la punta de un hilo sabiendo que el otro lado nunca termina ni está en un único lugar. Reivindicaciones y rechazos. De Stephan a su padre, y de Norbert hacia su hijo, ambos a través de un mismo libro que es uno y dos a la vez. El hijo recuerda la infancia de orfelinato de su padre, concebido en el apuro de una Noche Buena por una adolescente y un camarero en un amor sin historia; y el padre, durante la infancia del hijo, había recordado los días de su propia niñez, aquellos en que marcaba en un mapamundi las victorias del Reich con banderitas nazis, y otros también, de 1945, a los quince años, en los que palpitó la caída del régimen como una catástrofe y no como una liberación. Norbert se atormentaba ante la atónita mirada de Stephan: “Si la guerra hubiera terminado de otra forma, habría hecho carrera entre los nazis. Dios mío, ¿en qué me habría convertido?” Sin duda que por eso decidió entrevistar a los hijos de los jerarcas de los nazis a fines de los cincuenta, jóvenes de su propia generación que no habían vivido como él, jamás, en un orfelinato.
Uno de ellos fue Niklas Hans. En 1959 tenía veintiún años y aún mantenía otra visión de su padre: “Me alegra que mi padre no tuviera que ir a Spandau. En semejante prisión probablemente se le habría roto el alma y ahora sería un desecho. Su muerte es para nosotros algo que sucedió hace mucho tiempo, y las cenizas de mi padre se esparcieron a todos los vientos, de forma que me encuentro con él en todas partes.” Niklas era el menor de cinco hermanos, le interesaba el teatro y el Derecho: “No quiero ser abogado para rehabilitar a mi padre. Me gustaría hacerme una imagen más detalla de él. Estudiaré las actas del proceso de Núremberg y leeré su diario, investigaré los documentos polacos… Quiero conocerlo.”
Cuando Norbert entrevistó a Niklas aún su hijo no había nacido, y cuando Stephen volvió a esntrevistarlo a fines de los 90 era su padre ya quien no estaba. Niklas y Stephan almorzaron juntos, ambos eran periodistas, uno hacía veinte años trabajaba en Stern y había publicado su libro de memorias, toda una carta al padre titulada Frente a la horca; el otro trataba de terminar el libro que había comenzado el suyo. Ambos huérfanos que podrían ser padre e hijo impulsados al encuentro por los dos ausentes. Tres horas más tarde Stephen se retiró en busca de aire fresco, luego de recorrer las últimas páginas de las memorias de Niklas donde se imaginaba devorando, como un zombi, el corazón de su padre ante un tribunal.

Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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