n este viaje me saqué el reloj. Donde estuve había sólo naturaleza. Ni gente ni cosas que hacer salvo vivir acompañando el caminar del sol. El día empezaba al despertar, terminaba al dormir mientras el mar rugía cerca de mi ventana o la lluvia repicaba apagada sobre mi techo de paja. Casi no miré la hora. ¿Para qué medir los instantes con un dispositivo externo? El reloj no tenía nada que decirme.
Buenos Aires, abril 2011
Hace algo más de un año nos invitó a cenar en esa ciudad que amaba y de la que se estaba despidiendo. Hoy en el mismo lugar pedimos la misma comida en la misma mesa y brindamos con buen vino y con su ausencia. Papi también levantó su copa, lo sé porque veo a alguien increíblemente parecido. ¿Casualidad? Bienvenida: no quiero que cierre ese agujero que me dejó en el mundo. Me arde su amor y quiero que me siga ardiendo.
Montevideo, abril 2011
Perder a tu hombre padre de tus hijos después de 35 años (más de la mitad de tu vida) y ser jefa de Estado, y no poder entregarte a tu inmenso duelo personal sin olvidar que cada gesto que hacés, cada cosa que se ve de tu tristeza, cobra un significado político, que amigos y enemigos te están observando, que todo significará cosas más allá de tu dolor. Me conmueve la radical soledad de esta mujer a la que acompañamos cientos de miles. Radical soledad y también todo lo contrario: pocas veces hubo tanta evidencia de lo acompañada que estaba y está.
Cuando la vi bajar del auto con su ropa negra, entrando con paso rápido a la Casa Rosada que es su lugar de trabajo y el lugar del velorio, todo a la vez, sentí una admiración inmensa. Evidentemente está a la altura de las circunstancias.
Buenos Aires, 29 de octubre 2010
Elsa Drucaroff (Buenos Aires)
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