NOTICIAS DE AYER

Ataque de Rejas, por Mónica Yemayel



De las dieciocho mujeres que entrevisté en la primera prisión, salvo una, las demás estaban allí a causa de algún hombre. Jane Evelyn Atwood

Abril de 2010. ¨Siento que voy a volverme loca¨. Así titulaba The New Paper la historia de dos mujeres singapurenses atrapadas en el Aeropuerto de Buenos Aires tratando de ingresar bolsas de cocaína camufladas en sus cuerpos. La tapa del diario, el segundo en inglés más leído en Singapur, había recibido el llamado desesperado de una de ellas, Farida R., desde la cárcel de mujeres de Ezeiza. Era otoño y faltaban apenas unos días para cumplir su condena. Por qué entonces hablar de locura. En una carta, que Farida R. envió en mayo a las autoridades consulares de su país, lo explicaba así:“…he visto lo que les pasa a otras mujeres, terminan su condena, pero no consiguen regresar a su país, el tiempo va pasando y se acostumbran a seguir aquí, encerradas. Veo eso y siento que empiezo a volverme loca”. El tiempo para la repatriación se torna indefinido. “¿Saben ustedes quién tiene mi pasaporte”, preguntaba Farina R. en la carta, “Quién pagará mi pasaje a casa”. El temor a la locura era la expresión de su incapacidad para aceptar que podía ser libre y prisionera al mismo tiempo.
    Durante diez años, la fotógrafa Jane Evelyn Atwood se sumergió en las penitenciarias de Estados Unidos, Europa y Europa del Este para retratar la vida de las mujeres encarceladas en el libro Trop de Peines, Femmes en Prison (Albin Michel, París, 2000). Fotografías y entrevistas a las prisioneras y sus guardianas se entrecruzan para dar cuenta de un universo que crece sin pausa. Las estadísticas de Estados Unidos revelan que, desde 1980, la cantidad de mujeres encarceladas se multiplicó por diez, un dato que puede tomarse como referencia para describir la situación mundial.
    En Argentina, históricamente las mujeres representaron el 5% de la población carcelaria. Pero en los últimos años, esa participación aumentó hasta ubicarse cerca del 10%, siendo más del 40% extranjeras.
    Los informes de instituciones públicas y privadas, nacionales y extranjeras, coinciden en señalar como factor explicativo de este fenómeno la inclusión de las mujeres en el tráfico de estupefacientes. Es decir, la inclusión de mujeres mulas. Sin pudor, el sustantivo remite a los animales que, en los años setenta, eran utilizados por los narcotraficantes en las zonas fronterizas para cruzar marihuana ´a lomo de mula´. Mulas con cuerpo de mujer. Mujeres que, a veces, esconden la droga en el interior de sus cuerpos. Cuerpos que sólo admiten algo más de un kilo de cocaína; si pudiesen tragar más serían llamadas camellos.

    Según Alejandro Corda, investigador de la Universidad de Buenos Aires y autor de ¨Encarcelamientos por delitos relacionados con estupefacientes en Argentina¨-en Sistemas sobrecargados: leyes de drogas y cárceles en América Latina, Transnational Institute y Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos-, el peso de la Ley 23.737 -sancionada en 1989- ha recaído especialmente sobre los pequeños vendedores y transportistas transfronterizos. Así, las causas relacionadas con estupefacientes explican un tercio de la población total de las cárceles federales, más del cincuenta por ciento de la población femenina y el 80% de la población femenina y extranjera.

    Los informes especializados revelan, también, otras cosas. Por ejemplo, que más de la mitad de las prisioneras no tiene pareja, que la mayoría sólo cursó estudios primarios, tiene hijos y no posee profesión u oficio, que es la primera vez que está en prisión y lo está por delitos de motivación económica no violentos. En una nota que escribe Marina Da Silva -Le Monde Diplomatique, septiembre 2003- se dice que sólo la mitad recibe visitas y son visitas de otras mujeres, que muchas sufren un síndrome que llaman ataque de rejas: dejan de menstruar, se enferman, engordan, se deprimen, padecen insomnio, se automutilan. Que establecen relaciones de amistad y de pareja profundos, pero que sólo duran el tiempo que dura el encierro. Que trabajan por ¨peculios¨ alejados del valor del trabajo en libertad; una prisionera cuenta que gana diez euros después de clasificar perlas todo el día y llenar mil tubos con las gemas preciosas.

    Farida R, nacida en Singapur, treinta y siete años, divorciada, tres hijos, fue detenida el 27 de noviembre de 2007, en el Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, tratando de ingresar al país dos kilos de cocaína. Su historia es similar a las historias de otras mujeres mula. Conoció a un hombre nigeriano en un bar de Kuala Lumpur, empezaron una relación amorosa y después de varios meses, cuando ella ya confiaba en él, llegó la propuesta del viaje a Buenos Aires y con el viaje la trampa. Farina R. fue obligada a forrar sus piernas y abdomen con los paquetes de cocaína ; tuvo suerte, otras se la tienen que tragar.

    Una mula aprende a tragar sin masticar trozos grandes de alimentos, para que el sistema digestivo se acostumbre y pueda tolerarlos sin vomitar. Durante las cuarenta y ocho horas previas a su viaje, ingiere sólo caldo. Una mula envuelve las cápsulas de cocaína con dos capas de látex -que obtiene de guantes quirúrquicos o profilácticos- y una de papel cartón -para hacerlas invisibles a los rayos x-, las ata con hilo dental y las cubre con miel. Después las traga. Y traga también un tranquilizante y un medicamento para retardar el proceso digestivo. Una mula sabe que tiene como máximo dos días para expulsar la droga. Que ése es el tiempo límite. Después, los jugos gástricos entrarán en acción y comenzarán a desintegrar las cápsulas hasta romperlas.

    El final de la historia de Farida R. fue publicada por The New Paper el 26 de mayo de 2010 con el título: ¨Mummy´s home at last¨. Farina R. fue deportada cinco semanas después de finalizada su condena; el trabajo en la cárcel le permitió ahorrar mil cuatrocientos dólares; aprendió a hablar español; no quiere mirar atrás; ni buscar al hombre que la involucró y sigue libre; ahora que sabe hablar español está segura que conseguirá trabajo en un hotel internacional.

Mónica Yemayel (Buenos Aires)
Imprimir

No hay comentarios:

Publicar un comentario