RELATOS

Alejandro nunca estuvo en la tundra, por Esther Andradi


Estando Alejandro en las estepas heladas del Norte se le acerca una dama que le cuenta su vida. Alejandro oye y oye, como quien ha aprendido a escuchar porque sabe que su lengua tiene tanto filo como ternura. La susodicha se embelesa más y más, y Alejandro comienza a dudar. Es mi deseo o el de la señora, se pregunta. La chica se tiene que ir pronto, lo toma de las manos, le besa el rostro, se le tira encima al adusto Alejandro, quien siente, sumido en el espanto, el infinito placer que le proporciona el contacto con la dama, la piel de la dama, la voz de la dama, -y ahora sí que viene el conflicto- el idioma de la dama. El idioma de la dama es el mismo que el de su madre, que el de su hermana: es la lengua del amor de su Macedonia original. Son los susurros del deseo, el jadeo de la consonante suspendida en el paladar, la conspiración de las vocales. Y él, por primera vez, siente la trampa de ser extranjero. Tirado en su celda de campaña aúlla su desasosiego y vuelve a la pregunta del principio. Es mi deseo o el de ella. Preguntarse sin embargo, no lo hace libre. Desterrado, se despeña por los senderos de la jeringonza, invadido por una profunda añoranza de diptongos y esdrújulas. Imposible esconderse, esas sílabas lo encontrarían de todas formas. Entonces toma su caballo, lo espolea y huye, perseguido por el sol de esas palabras que van derritiendo el hielo bajo los cascos. Y tiene miedo.

Esther Andradi (Berlín)
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