El director del departamento de radioteatro de Radio France, Fernand Pouey, le encargó, en noviembre de 1947, una obra a Antonin Artaud garantizándole libertad absoluta en la composición. Pronto fijaron fecha para emitir la pieza escrita por Artaud; PARA ACABAR DE UNA VEZ CON EL JUCIO DE DIOS sería radiada el lunes 2 de febrero de 1948. Sin embargo, el primero de febrero Wladimir Porché, Director General de Radio France, prohibió su difusión. Pouey renunció a su trabajo. Artaud murió treinta días más tarde y el vinilo grabado para esa producción quedó arrumbado en Radio France, aunque al menos una copia salió de la emisora. La voz de Artaud diciendo “Todo lo que huele a mierda huele a ser. ¿Es dios un ser? Si lo es, es una mierda. Si no lo es, no existe”, que Radio France quiso callar terminó por susurrar en el aire con mayor persistencia que la esperada en una única programación radial.
El artista argentino Juan Andralis, que se fue a vivir a París en 1951 donde frecuentó a Breton, Tzara y Duchamp, se llevó el disco de Radio France -¿o una copia?- y lo trajo consigo a Buenos Aires en 1964, donde volvería a quedar olvidado, esta vez en la imprenta artesanal que fundó para promover textos anarquistas y surrealistas. A su muerte en 1994, la imprenta de Andralis se convirtió en un espacio de experiencias comunitarias y luego en el bar El Archibrazo que aún mantiene sus puertas abiertas. El hijo de Andralis, Pablo, encontró el vinilo, se lo copió en cassette a Francisco Ali Brouchoud que le hizo otra copia a Jorge Sad, y los dos últimos concibieron el proyecto de convertir la cinta de Artaud en material de una obra radiofónica, es decir, continuar la línea que había quedado obligada al silencio desde 1948.
Así surgió Retranmisión, compuesta y dirigida por Sad y estrenada en 2005 tras cinco años de trabajo junto al Gest(u)alt Ensamble. Una obra en que el concepto mismo de palimpsesto resulta tan estremecedor como exquisito, porque actualiza el derrotero de la historia de esa materia sonora singular y la compone en diálogo con otras hasta desgarrar los intersticios entre música y palabra. Deleuze solía utilizar una imagen de Lawrence para describir qué es lo que hace el arte: los hombres fabrican paraguas para resguardarse mientras que el artista es quien hace un corte en el paraguas para dejar entrar algo del caos libre.
El título de la obra es ambiguo y paradójicamente crítico. Se “retransmite” PARA ACABAR DE UNA VEZ CON EL JUICIO DE DIOS sin que nunca antes haya sido transmitida: Lo que no fue es lo que se repite, lo que insiste para ser otra vez pero ahora corregido en su falta, despojado de su olvido y arrojado al futuro en toda su potencia. Y al mismo tiempo la obra es en efecto una “retransmisión”, no de lo que no tuvo lugar en Radio France en 1948, es la “retransmisión” de la voz de Antonin Artaud que quedó flotando en el aire desde el momento que pasó a ser grabada. Porque a diferencia de las imágenes filmadas que tarde o temprano –dos siglos o tal vez menos- se deteriorarán hasta disolverse sin dejar rastro, las voces y los sonidos emitidos a través de un medio tecnológico pueden caer en olvido pero aun así seguirán dando vueltas en el espacio. No hay voz atravesada por un medio electrónico que no esté continuamente inserta en el magma imposible del éter, se trate de la voz de los discursos a la multitud de Hitler, la de Truman anunciando que acababan de arrojar la bomba en Hiroshima, o como en el caso de Retransmisión también la voz de Spinetta cantando Artaud y las de periodistas ofreciendo los partes de la guerra en Irak. Otra guerra, otro desastre que ya estaba aunque sin decir en el texto de Artaud. “El ser es sólo una palabra”, se oye gritar a Artaud, y sabemos que se trata de una crítica al esencialismo, aunque en Retransmisión todo vuelve a captarse nuevo: “el ser es una palabra utilizada para designar la cosa que el hombre es.” No se repite sólo para decir lo mismo, también repetimos para dejar de decir lo mismo y decir más y mejor.
Los instrumentos –flautas, clarinetes, percusiones- y los diversos sonidos sampleados diseñan en la obra la atmósfera de la noche más oscura donde nos sumergimos sintiendo lo ajeno como propio y a lo propio como una ilusión-paraguas. Somos convocados a la miseria de una historia que se repite desde 1948 al presente y al delirio del poder amparado en la pretendida aura de santidad que no ha dejado producir estragos.
Pero junto a ese horizonte histórico de lo colectivo, Sad y el Gest(u)alt Ensamble proponen otro, el horizonte biológico de lo colectivo. Uno y otro son zonas que se corresponden con líneas de lectura–escucha que asumimos ante Retransmisión. Si en la primera se ancla la lectura en la dimensión semántica (historia, guerra, poder, destrucción, dios), en la segunda se resquebraja el sentido hasta dejarlo a la intemperie. Ya no son dios ni la guerra las referencias, ahora es el caos y el cerebro como máquina de ideas. O mejor: el arte rasgando el paraguas de toda seguridad para atrapar una huella del caos. En esa dirección están puestas las antenas de Retransmisión. “Quién de nosotros no ha rebuscado una nueva manera,” grita Artaud, “de ser puerco cuando estaba solo”. Atrapar algo del caos, en lugar de ser el caos. Ese es el desafío. No ser el puerco sino decidirse por ser el puerco una mañana. Esa es la distancia que Retransmisión propone mientras más parece acercarnos. No se trata de darle forma al caos sino de construir una forma con él. Como dice Artaud: “Sólo creo máquinas urgentes de utilidad.” Y eso es lo que Sad y el Gest(u)alt Ensamble seguirán haciendo con Retransmisión aun cuando creamos que ya hemos dejado de escucharla.
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, Argentina, EdM, abril de 2012
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