El 31 de Mayo próximo será presentada la reedición de este libro ineludible de Dante Panzeri. Entre los panelistas estarán Ezequiel Fernández Moores, Diego Bonadeo, Pablo Llonto y otros. En este número de EdM, publicamos como adelanto el epílogo escrito por uno de sus actuales editores. La cita será en La libre, Bolivar 646 (San Telmo), el 31 de mayo a las 19:30hs.
Dante Panzeri fue un periodista de esos a los que les gusta jugar de visita, siempre contra corriente. Un periodista que pensaba la sociedad a partir de las relaciones humanas que se generaban en y alrededor del deporte. Fue generador de un pensamiento crítico, siempre, sin excepción de lugar ni de momento. Fue y es admirado por su agudeza y honestidad. Dante Panzeri marca un antes y un después en el periodismo argentino. Es casi imposible encontrar periodista deportivo que hable mal de él, pero es tanto o más difícil que se lo nombre en los medios masivos de comunicación. Es intachable pero omitible. Su crítica permanente apunta siempre al poder, a aquellos que lo detentan, que lo buscan, que lo ejercen. A aquellos que generan las condiciones institucionales que cristalizan en sociedades mercantilistas y espectaculares. Por eso mismo nadie lo contradice en el decir sino en el hacer. Porque nadie se vanagloria en voz alta por estar del lado del poder, por hablar en la prensa con el anuncio bajo el brazo, por escribir según quien pague. Panzeri habló de ética y por eso molesta. Por eso se ama o se esconde. Es como una piedra en el zapato para aquel que busca jefes en lo alto, o la liberación de ir descalzo para aquellos que prefieren al borracho de la esquina.
Panzeri hizo escuela, fue pionero del formato crítico, de la prosa periodística que trascendía la inmediatez. Fue director de El Gráfico, la revista más importante de deporte en la historia Argentina, durante las décadas del 40 y 50 y generó un periodismo deportivo con sentido, contundente en su afán de tomarse las cosas en serio, de darle el peso merecido a aquello que era históricamente denostado por los intelectuales: el deporte. Sin perder el humor, hizo de la crónica deportiva, el ensayo y la noticia, un campo de batalla donde no solo se corría detrás de una pelotita, como diría Borges, el genio elitista, sino donde se tejían ámbitos y relaciones de poder, y sobre todo, donde se formaban personas y se jugaban códigos de comportamiento, principios, valores, éticas. Un terreno representativo de las virtudes y las miserias, de la avaricia individual o la búsqueda de lo colectivo.
Panzeri nació en 1921 y murió en 1978, meses antes del mundial de ese año en Argentina, al cual se oponía fervientemente por realizarse en medio del contexto de la dictadura militar que el país padecía. Vivió y escribió el futbol de una época que ya comenzaba a ser el fútbol que conocemos actualmente, sin embargo, no conoció a la Argentina campeona del mundo y Maradona tenía 18 años el día en que Dante moría.
Otra cosa es, vale decir, que Panzeri no murió. Nunca mueren las letras que son necesarias. Partir es morir un poco, pero ser leído es volver a vivir. Y Panzeri es cada vez más actual. Sus dos obras, Fútbol. Dinámica de lo impensado y Burguesía y gangsterismo en el deporte, (publicadas en 1967 y 1974 respectivamente), anticiparon como pocos lo que se venía. Su asertividad y capacidad de predicción las convierten en clásicos ineludibles. Clásicos de esos que más vale perderlos que encontrarlos si se quiere seguir creyendo en el presente, y no sufrir la difícil sensación de que ya todo está perdido.
Panzeri fue un pensador anti-institucionalista. Anticipó de forma clara y sin contemplaciones las costumbres antideportivas que comenzaban a impregnar al deporte, trasladándolo al ámbito del negocio y el espectáculo, aumentando las sumas de dinero y disminuyendo las dosis de alegría. Fue portavoz de cómo dichas costumbres eran promovidas por instituciones bien definidas: los clubes, las empresas, los medios de comunicación.
En la actualidad una gran cantidad de periodistas lo recuerdan como aquel maestro que hizo escuela y todos, hasta los que nunca lo leyeron, repiten su célebre frase para explicar aquello para lo que no tienen palabras: “la dinámica de lo impensado”.
Cuentan por ahí, y si no es verdad no importa, que Panzeri tenía un cartelito en su escritorio que decía, “Un periodista nunca tiene amigos”. Y él, consecuentemente, tenía los justos. En un mundo de intereses los amigos sólo son cuantiosos si se abarca mucho y se aprieta poco, y si se es, por supuesto, condescendiente y concesivo, tal cual como llamaba él a los “muñoces y ardigoces”, periodistas ejemplares de lo que él no quería ser.
En 1962 Dante Panzeri abandona la dirección de El Gráfico cuando, después de un Boca-River, es obligado a publicar un artículo de Álvaro Alsogaray, economista ultraliberal, ministro de Arturo Frondizi y del gobierno militar de Alejandro Lanusse. Panzeri se niega a dicha publicación: “el Ministro que hable de economía”, sostuvo. La revista publicó la opinión de Alsogaray y Dante dejó la dirección. A partir de ese momento El Gráfico se transformó, modificando el rumbo del periodismo deportivo, apegado cada vez menos a la crítica y el análisis deportivo y más a los intereses y las estrategias comerciales.
Panzeri escribió posteriormente en las revistas Satiricón y Así, y en los diarios La Opinión y La Prensa. Alguna vez dijo: “No escribo donde quiero, pero nunca escribo lo que no quiero”.
Fútbol. Dinámica de lo impensado
Este libro se puede leer como una crítica a la modernidad. Las transformaciones en el fútbol son siempre consecuencia y de los cambios sociales. Panzeri se encarga aquí de ubicar el fútbol en el contexto histórico de la época, anticipando los vicios y costumbres que irán constituyendo la industria del deporte.
También puede leerse desde la perspectiva de la crítica a la razón instrumental, como una advertencia ante el monopolio de la ciencia, la economía y los medios masivos de comunicación, o como una pausa ante tanto amor por la idea de progreso. Por esa razón la obra transciende la inmediatez del quehacer periodístico y se constituye en un clásico en la literatura, tornándose, como todos los clásicos, cada vez más actual y necesario para interpretar la realidad contemporánea.
Panzeri piensa en el fútbol y, sin alejarse de él, cuestiona una modernidad que se ríe de aquellos antiguos sistemas de pensamiento basados en creencias religiosas. Una modernidad que mientras se ríe del pasado entroniza a la ciencia como la cura de todos los males. Ya no será la fe la que nos libere sino nuestra capacidad de entenderlo y dominarlo todo, de medir, manipular y cuantificar cuanto exista sobre la tierra. Sin embargo, en el centro mismo de dicho proceso de desencantamiento del mundo, la ciencia se convierte en deidad y la razón pasa a ser la fe en la razón. Un fundamentalismo más. Muere el gusto por lo desconocido. Somos esclavos del saber y temerosos de todo lo demás. Temerosos de lo espontaneo y del amague.
El tecnócrata, hijo de la época, penetra en el fútbol con la intención y el discurso de hacer del mismo un deporte moderno. Panzeri se sitúa en ese punto, cuestionando las condiciones de posibilidad de que el fútbol sea tal cosa, afirmando que el fútbol no es ni antiguo ni moderno: “No hay nada nuevo, sólo lo antiguo lo parece”.
En este sentido histórico el director técnico de un equipo es la figura que ocupa ese espacio científico de gestión de lo indomable. Se doma a los jugadores pero nunca el espacio que hay entre ellos. “El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo de la herramienta básica de juego”, dice Panzeri. Hagas lo que hagas perderás, más temprano que tarde, la pelota.
El autor repite hasta el cansancio que la figura del director técnico surgió para garantizar la eficacia de las tácticas y perfeccionar el orden las cosas. Táctica más no estrategia. Primero fueron los directores técnicos, después vinieron los preparadores físicos, los asistentes, los psicólogos, los psiquiatras, los espías, los ayudantes de campo, los dietólogos, los asistentes sociales, los deportólogos, el contact-man, el manager y así decenas de cargos que ampliaban las funciones y las ocupaciones para asegurar el orden en la cancha, y por supuesto, dar trabajo y ampliar el negocio. Pese a todo esfuerzo, la pelota seguiría siendo siempre rebelde, siempre indócil.
El jugador del barrio, del potrero, el rebelde, pillo, mentiroso, que engañaba cuanto podía, comenzaba a ser reemplazado por el jugador del school, por el hombre bien alimentado, obediente y corpulento. La velocidad y el ejercicio físico pasan a ser parte fundamental del juego. Finalmente, lo único que lograban era anular fuerzas opuestas: si los defensas eran cada vez más rápidos, también lo eran los delanteros. El delantero no podría desmarcarse nunca más. La cantidad de goles disminuiría por una simple cuestión de lógica matemática.
Un jugador del Barcelona dijo a principios de 2011: “los bajitos estábamos en peligro”, refiriéndose a papel preponderante que habían adquirido mundialmente en el fútbol los jugadores altos y veloces. Su equipo dio nuevos aires al trabajo colectivo. “Pensar, pensar, pensar, pensar”, decía el mismo jugador. El clásico 10 podía ser un gordo bajito, lento para correr pero rápido para pensar. Los jugadores más destacados siempre han sido pequeños y han hecho de sus debilidades fortalezas. De las falencias nacen virtudes. Panzeri alzaba la voz de alarma 40 años antes. Explicaba cómo se divulgaba el método de enseñanza de los colegios británicos, de las clases pudientes, donde se les enseñaba a los jóvenes las formas “correctas” de correr, dando cada vez más importancia al entrenamiento sin balón, priorizando lo pragmático sobre lo imaginativo y, sobre todo, homogeneizando la conducta y el físico de los jugadores.
La industria del espectáculo, la cultura de masas y los enormes movimientos de dinero producidos generan un enorme miedo a la derrota, una enorme parálisis frente a la imaginación, y un juego de especulaciones repleto de tensiones. Nuevamente no se trata de negar la profesionalización del fútbol, ni de cobrar por hacerlo, pero sí de destacar que cuando hablamos de tantos millones terminan por ser preponderantes frente a todo lo demás. Es el amor loco por el vil metal. Es la medida de todas las cosas. El jugador deja de jugar por el peso de los pesos, entra a la cancha y calcula, sopesa, duda, y coarta su libertad de crear. Sin olvidar el grito que se escucha desde afuera que le dice: ¡¡¡no gambetee!!! Gambetear no es productivo. Sobra. Como Chaplin bailando en Tiempos Modernos frente a la cinta transportadora. Un jugador del Club Atlético Huracán cuenta que justo antes de entrar a la cancha el día de la final, año 2009, el entrenador les dijo, hoy hagan taquitos, hagan caños, dibujen, háganlo hoy que es la final. Clara contraindicación al temeroso sentido común de la época. Porque, finalmente, si para ganar hay de dejar de divertirse, para qué sirve ganar.
Para avanzar primero hay que retroceder. Los equipos de jugadores rápidos tardan más en llegar al arco contrario. Lo que corre es la pelota, no el jugador. Los jugadores millonarios temen a las lesiones como los millonarios de barrios privados temen a los ladrones. El dinero genera miedo a perderlo. El hombre tecnológico no deja un sólo hueco de su vida sin invadir con su técnica, y se desvive en angustias, buscando una seguridad que solamente lo vuelve inseguro.
Entre tanta seriedad, tantos recursos y tantos expertos, el espectador se aburre cada vez más. “Tanto nos aburrimos de aplaudir y estallar de alegría en los estadios de fútbol con las imprevistas espontaneidades de los genios del fútbol… que un día decidimos tecnificarnos para dormirnos”, dice Panzeri. “Aburrirse es besar la muerte.” Millones de dólares generan contracturas en los jugadores que temen lesionarse y dejar de cobrar exorbitantes cantidades, o no cobrarlas nunca.
Dante Panzeri se inscribe en la memoria del periodismo deportivo argentino como aquel sabio que hace fácil lo difícil, que despliega ente nosotros las enseñanzas ineludibles e imprescindibles, aquellas que parecen obvias pero que pocos escribieron como él.
Menos mal que la cultura occidental, proclive a dominarse, ordenarse y perder movimiento, sigue manteniendo en su seno la dinámica de lo impensado. Lo recesivo dentro de lo dominante, que aunque no domine existe y asoma cada tanto, explotando de alegría, repleta de amagues y gambetas.
Así, entre tanto cero a cero, y tanto técnico intentado ordenar el desorden, siempre habrá algún irrespetuoso que termine por minar el orden. Minar lo establecido, haciéndolo explotar de un sólo amague. Haciendo recordar a millones de espectadores que la alegría sigue viva, y que dentro de tanto Nike y tanto Adidas, de materiales estratosféricos de gomas que producen estabilidad y confort, con palabras en inglés, hay unos pies descalzos, que se educaron en el barrio desafiando lo establecido, burlándose del hambre que los esperaba afuera de la cancha una vez que la falta de luz obligara a terminar el partido.
Sebastián Kohan Esquenazi (Buenos Aires)
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