“Es la cosa más descabellada y profunda que se haya escrito; hay cinco o seis páginas que pondrán a tu hermana los pelos de punta”. De esta forma se refería Denis Diderot, en carta a Sophie Volland, a El sueño de D´Alembert, una trilogía de diálogos que escribió en 1769. Cuatro personajes sostienen allí una apasionada discusión filosófica: el propio autor, Jean Le Rond D´Alembert, Mlle. Julie de L´Espinasse, el doctor Teophile de Bordeu. En la vida real todos eran amigos de Diderot. Mlle. de L´Espinasse dirigía de uno de los salones más concurridos de la Francia ilustrada y vivía un intenso amor platónico con D´Alembert. Bordeu era uno de los médicos más célebres del siglo XVIII. Con su nueva obra Diderot se proponía cuestionar, desde una perspectiva materialista, la idea cartesiana del Yo.
En el primer diálogo Diderot le expresa a D´Alembert su postura contraria a Descartes. La conversación se prolonga hasta bien entrada la noche, y es interrumpida por el cansancio de D´Alembert, que termina con todos los intentos de Diderot para convencerlo de adoptar la tesis materialista. Pero el fracaso es aparente. Profundamente dormido en la mansión de su platónica amante, D´Alembert comienza a tener extraños sueños que incluyen delirios y exclamaciones confusas. El segundo diálogo se abre cuando una preocupada Mlle. de L´Espinasse recibe en su mansión al doctor Bordeu para examinarlo. El visitante no demora mucho tiempo en darse cuenta que D´Alembert no padece ninguna enfermedad; en realidad está expresando en sueños una postura filosófica. Devenido en una suerte de psicoanalista que interpreta las palabras del soñador, el médico se pasa el resto de la noche aclarando para Mlle. de L´Espinasse las verdades del materialismo dieciochesco que D´Alembert va diciendo dormido. Enfrascados en un animado diálogo, Bordeu y Mlle. de L´Espinasse son interrumpidos de una forma inesperada, cuando el aún dormido D´Alembert deja de hablar para masturbarse. A partir de allí la conversación filosófica será sazonada por sus protagonistas con comentarios de una educada y amable indecencia, creando un sutil clima erótico que abona la posibilidad de que entre el médico y la dama haya algo más que intereses filosóficos. Con la expresa aprobación de un ya despierto D´Alembert, Bordeu llega incluso a recompensar a su interlocutora con un beso, como premio a su inteligente comprensión de los complejos temas que están discutiendo. Y Mlle. de L´Espinasse se entusiasma. “Podéis - le dice a Bordeu en el tercer diálogo - hacer lo que queráis conmigo, siempre que me instruyáis”.
En una de sus frecuentes visitas a Francia, el japonés Hisayasu Nakagawa asistió a una representación teatral de El sueño de D´Alembert estrenada en un teatro parisino. Decano de la facultad de Letras en la Universidad de Kyoto y especialista en Diderot y Rousseau, Nakagawa cuenta en el segundo capítulo de su Introducción a la cultura japonesa (2006) cómo fue tomado por sorpresa en una escena en la que Mlle. de L´Espinasse, absorta en el diálogo filosófico, entrecruzaba su mano con la de un juvenil doctor Bordeu. Su desconcierto fue en aumento cuando ambos personajes estuvieron a milímetros de fundirse en un apasionado beso. Por si todo esto fuera poco, en una escena posterior la dama volvía a la carga atrayendo con su brazo a Bordeu, quien, sin vacilar y fulminándola con una intensa mirada, se acercaba a ella más de lo debido. ¿A qué se debía el desconcierto del académico japonés? A los dieciocho años Nakagawa había utilizado una traducción considerada excelente para leer por primera vez el texto. Dos años más tarde pudo leer el original francés, pero al parecer su lectura ya estaba decisivamente condicionada. “A pesar - afirma Nakagawa - de mis repetidas lecturas de la obra de Diderot, el casillero conceptual que me había formado inconscientemente en la lectura de la traducción japonesa había continuado censurando mis impresiones”. La concepción del hombre como una suerte de átomo individualista que se mueve libremente en un espacio absoluto y vacío resulta inconcebible para la cultura japonesa. Según Nakagawa, el espacio en el que se mueve un japonés es “una red social sutilmente jerarquizada de todas las personas. Sin esta red no hay japoneses”. En la traducción los personajes de El sueño de D´Alembert fueron adecuadamente ubicados en esa red tendida por la lengua japonesa. Mientras Diderot no brinda ningún dato acerca de la edad de cada uno de los personajes, tanto el traductor como su lector transformaron a Bordeu en un amable sabio cincuentón situado en las antípodas de cualquier postura libertina, y a Mlle. de L´Espinasse en una veinteañera dama algo ingenua que se le acerca sólo con inquietudes intelectuales. En este contexto no hay sitio para el erotismo ni para ningún tipo de contacto físico indecente entre un maduro y venerable médico y una joven que en realidad le debe respeto reverencial.
La representación teatral parisina le permitió a Nakagawa descubrir lo que los “casilleros conceptuales” japoneses se encargaron de mantener en las sombras a lo largo de más de treinta años de lecturas y relecturas. Tomar conciencia de ello le abrió la posibilidad de explorar otros horizontes. “Horizontes - afirma - que tal vez resulten desconocidos a los lectores cuya lengua materna es la del texto original y que no disponen del espejo de las traducciones, espejo que, gracias a sus deformaciones, refleja una nueva lectura”. Sugerente manera de dejar de ver traiciones en donde quizás haya nuevas oportunidades.
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Junio 2012
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1 comentario:
Qué nos hace dudar?
O mejor... qué nos hace pensar que podemos virar hacia otra direcciòn?
A través del tiempo, solo la convicción de un destino llevó al hombre a la evoluciòn.
Pero ... qué hace al hombre tener convicciones? qué hace al hombre asegurar que esas convicciones promuevan una movilizaciòn masiva de la humanidad?
Son nuestras historias finitas e individuales las que mueven al mundo?
O son impuestas? desde quién sabe donde.
Se escriben historias que reflejan la utupìa de lo perdido.
Pero dónde se plasma la realidad?
Vivimos cada día. Sin saber a ciencia cierta, qué ganamos, qué perdimos.
Fluctuamos. Sabiendo que, indefectiblemente, siempre fluctuamos. Porque no hay respuesta.
Porque siempre estaremos buscando.
Pero sabemos qué buscamos? Podemos movilizar al mundo con nuestros deseos finitos?
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