No le fue nada fácil al director Karl Eliasberg reunir a los músicos. Tenía veinticinco y necesitaba ochenta. Los fue juntando como pudo: unos pertenecían a la orquesta de Radio Comité, la única que quedaba en la ciudad; otros venían de otras instituciones. El ejército aportó los que faltaban. La gran debilidad física de todos hizo que el primer ensayo durara tan sólo veinte minutos. A llegar al primer solo de trompeta sólo se escuchó el silencio. “Lo siento - se disculpó el trompetista - Me falta fuerza en los pulmones”. No era el único. “Los instrumentos de viento - afirmaría el clarinetista Viktor Kozlov años más tarde- no sonaban bien; no teníamos fuerzas para soplar”. El trombonista Viktor Orlovsky quedó tan débil después del ensayo que tuvo que ser llevado a su casa en trineo. Tras un dramático esfuerzo, el 9 de agosto de 1942 la orquesta estaba lista para estrenar la sinfonía.
La elección de la fecha no era una casualidad. Los alemanes habían anunciado con bombos y platillos que ese día tomarían Leningrado. Más aún, celebrarían la victoria en uno de los hoteles más importantes de la ciudad, el Astoria. A mediados del año anterior los ejércitos de Hitler habían invadido la URSS, y todo parecía indicar que la maquinaria bélica nazi repetirían los éxitos conseguidos en otros frentes. El 8 de septiembre de 1941 Leningrado fue rodeada por tropas alemanas y finlandesas, iniciando un sitio que se prolongaría por casi novecientos terribles días. Por ser la cuna de la revolución bolchevique, las primeras órdenes de Hitler fueron tomar la ciudad y destruirla hasta el último ladrillo. Poco tiempo después cambiaría de opinión. “La ciudad - le comentó el dictador alemán a su embajador en la Francia de Vichy - está rodeada. Sólo nos falta bombardearla una y otra vez, destruir su abastecimiento de agua y energía y dejar a su población sin todo lo que necesita para sobrevivir”. Miembros del Estado Mayor alemán le consultaron al profesor Ernst Ziegelmeyer, un prestigioso nutricionista de Munich, cuánto tiempo de asedio era necesario para que los habitantes de la ciudad comenzaran a morir en masa por desnutrición. El experto recomendó mantener el sitio todo el invierno. El plan fue entonces de una aterradora simplicidad: matar de hambre y de frío a una ciudad de más de dos millones y medio de habitantes. El comandante en jefe del ejército sitiador, mariscal Von Leeb, dio órdenes precisas. Cualquier intento de rendición sería rechazado. Si la población, mujeres y niños incluidos, decidía de todos modos salir de la ciudad para entregarse, la artillería tenía la misión de bombardearla antes de que llegara a las posiciones alemanas. Mientras tanto, la aviación nazi se dedicaría a destruir los sistemas de agua y electricidad, las instalaciones sanitarias y todos los depósitos y centros de distribución de alimentos. Desaparecidos sus habitantes, se procedería a dinamitar la ciudad.
Parte de la población de Leningrado pudo ser evacuada antes de que se cerrara el cerco. Como otros intelectuales y académicos de la ciudad, el compositor Dimitri Shostakovich fue de los que no se quiso ir. Pidió ser enviado al frente. Su solicitud fue rechazada. Se ofreció como voluntario para la Guardia Civil. No fue aceptado. Finalmente logró alistarse en el cuerpo de bomberos, asignándosele la tarea de proteger el Conservatorio de la ciudad. Al mismo tiempo que se hacía cargo de sus nuevas responsabilidades trabajaba frenéticamente en su nueva sinfonía. Durante los ataques aéreos se llevaba los manuscritos al refugio para seguir trabajando. Poco tiempo después su voz se escuchó en todos los receptores que pudieron sintonizar la radio de Leningrado:
“Hace una hora terminé de orquestar el segundo movimiento de mi última composición orquestal extensa. Si logro escribir bien, si logro terminar los movimientos tercero y cuarto, la obra quizás sea llamada mi Séptima sinfonía. A pesar de la guerra y del peligro que amenaza Leningrado, escribí los dos primeros movimientos rápidamente. ¿Por qué les digo todo esto? Les digo esto para que el pueblo de Leningrado que me escuche sepa que la vida continúa en nuestra ciudad. Todos nosotros estamos ahora en pie, en guardia militante. Como nativo de Leningrado que nunca abandonó su ciudad de nacimiento, siento toda la tensión de esta situación con la máxima agudeza. Mi vida y mi trabajo están completamente ligados a Leningrado.”
Shostakovich no terminaría su sinfonía en la ciudad sitiada. En octubre el Cuartel de Defensa lo trasladó con su familia a Moscú. Pero como la capital tampoco era un lugar seguro, fue llevado a Kuibyshev, una ciudad alejada del frente de batalla. Allí, sin poder reconciliarse con la decisión de haber dejado su ciudad natal en el peor momento de su historia, terminó los dos movimientos que le faltaban. El primer estreno de la sinfonía se llevó a cabo en Kuibyshev. Consciente de su potencial para elevar la moral de la población soviética, Stalin en persona impulsó su difusión. El propio Shostakovich colaboró en ello. “Mi séptima sinfonía - son las palabras que dice en el corto, sentado frente al piano - fue inspirada por los terribles acontecimientos de 1941. A nuestra lucha contra el fascismo, a nuestra próxima victoria sobre el enemigo, a mi ciudad natal, Leningrado, dedico esta composición. Voy a tocar un extracto del primer movimiento de la séptima sinfonía”. En marzo de 1942 la sinfonía se presentó en el teatro Bolshoi, radiándose desde allí al resto del territorio de la URSS. Parte del concierto moscovita y la ovación final, que se prolongó por veinte minutos, se hizo bajo la alarma de un ataque aéreo. Faltaba tocarla en la ciudad sitiada. Ese mismo mes la partitura completa fue lanzada sobre Leningrado desde un avión militar.
Horas antes de que se iniciara el concierto del 9 de agosto el comandante militar de Leningrado, general Leonid Govorov, ordenó un intenso bombardeo contra las baterías de cañones alemanes que rodeaban la ciudad. Su objetivo era evitar que una sala vestida de gala, muy iluminada, fuese un blanco fácil para los artilleros nazis. Una joven, Tamara Korolkevich, se apresuró a conseguir su entrada. “Era una acontecimiento - diría años más tarde – que uno no podía perderse. Aquella música estaba dedicada a nosotros y a nuestra ciudad. ¿Se imaginan el poder que tenía aquello?”. La sala estaba llena hasta rebosar. “Algunos vestían trajes - recordaba el trombonista Mikhail Parfionov – otros habían venido directamente desde el frente. La mayoría estaban ojerosos y consumidos. Nos dimos cuenta de que aquella gente no sólo se moría por comer, sino también por oír música. Decidimos tocar lo mejor que pudiéramos”. Escuálido, perdido dentro de su antiguo y ahora enorme traje de etiqueta, Eliasberg subió al escenario, levantó su batuta y las primeras notas de la sinfonía comenzaron a fluir en el teatro. También fluyeron en todas las radios y altavoces distribuidos en todos los rincones de la ciudad. Se las oyó incluso en el frente de batalla. “Mi unidad - rememoraba un artillero - estaba escuchando con los ojos cerrados. Parecía que el cielo sin nubes se hubiera convertido en una tormenta de música que estallaba sobre nosotros”. Cuando los exhaustos y tambaleantes músicos terminaron, se hizo un extraño silencio. Los primeros aplausos que surgieron en el fondo de la sala se transformaron, en pocos segundos, en una atronadora ovación. “La gente - evocaba Eliasberg años después - estaba de pie, llorando. Sabían que aquél no era un episodio más, sino el principio de algo. Lo oímos en la música los presentes en la sala, la gente en sus casas, los soldados en el frente: toda la ciudad reencontró su humanidad. Y en aquel momento triunfamos sobre la desalmada máquina de guerra nazi”. La emisión llegó a ser captada en las radios de los soldados alemanes que sitiaban la ciudad. “Tuvo - afirmó uno de ellos después de la guerra - un efecto lento pero poderoso sobre nosotros. Comenzamos a darnos cuenta de que nunca tomaríamos Leningrado. Sucedió algo más: percibimos que allí había algo más fuerte que el hambre, el miedo y la muerte: la voluntad de seguir siendo humanos”. Ese poderoso efecto llegó hasta Gran Bretaña y los EE. UU. La fuerte demanda para oír la sinfonía en los dos países aliados de la URSS hizo que una nueva copia de la partitura saliera en avión hacia Teherán, viajara por tierra hasta El Cairo y luego, de nuevo en avión, hasta Nueva York. El 19 de julio de 1942 la orquesta sinfónica de la NBC, bajo la dirección de Arturo Toscanini, la estrenó por primera vez en los EE. UU. Le seguirían muchos otros estrenos en otros países.
Los planes del Estado Mayor alemán y las predicciones de Ziegelmeyer nunca se cumplieron. Con indescriptible sufrimiento los habitantes de Leningrado lograron resistir a los nazis, al hambre, a las enfermedades y al frío hasta el momento en el que el Ejército Rojo rompió definitivamente el cerco en enero de 1944. Una partitura caída del cielo tuvo algo que ver en todo ello.
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Junio 2012
(La mayor parte de la información y testimonios han sido extraídos de Jones, Michael, El sitio de Leningrado, Crítica, Barcelona, 2009)
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