La filmación, cámara en mano de fan, muestra lo siguiente: Los Tekis tocan el carnavalito (recital en Salta), la gente canta y aplaude (baila, supongo, aunque solo se ven sus cabezas). Termina el carnavalito, empieza otra canción, el sonido falla, el fan abre el plano, y entonces aparece una pequeña luz amarilla en el cielo. Una luz que avanza en dirección a la tierra (tipo película, aunque con menos movimiento parabólico), que se expande en el cielo negro, cambia de amarillo a verde, y desaparece.
Termina el video. El conductor de Telefé Noticias (Barilli) le pregunta al meteorólogo qué fue eso, qué impacto puede tener en tierra, le pregunta (algo exagerado, Barilli, una virgen antes de su primera vez) -¿Qué podemos hacer con esto? ¿Qué está haciendo la NASA?-. El meteorólogo, un gordito canchero, sonríe y (después de decir frases como “Estamos entrando en la fase acuariana, por lo tanto, la masa ígnea se funde más lentamente en la ebullición y los cuerpos celestes se convierten en ceniza más cerca de la tierra”) dice –Estamos siendo cascoteados todo el tiempo, hay algo del azar que es inmanejable-, y sigue sonriendo.
Barilli y la conductora (no sé su nombre) se cuelgan de la sonrisa del gordito. Las preguntas se banalizan, el gordito dice -Hay que vivir la vida con intensidad-. Cambio de canal.
Es lunes, son las siete de la tarde, estoy solo en casa. Pienso en comer algo, pero no tengo hambre. Recién a las diez juego al fútbol. Si estuviera con mi mujer le diría -Tomemos unos mates en el balcón, comamos algo rico, vivamos con intensidad-. Le preguntaría qué piensa de la caída de meteoritos, del azar y los cascotes. Ella me diría que no tiene importancia, que no nos vamos a dar cuenta, y yo le recordaría nuestros viajes en micro por la ruta: ella durmiendo y yo mirando por la ventana del frente, el camino, durante las ocho, doce o quince horas. –Si chocamos no lo vas a evitar con la mirada-, y yo -Si me voy a morir, lo quiero ver-.
Mi mujer no vuelve hasta la semana que viene. Un viaje de negocios en Uruguay. Pensé que, en su ausencia, la casa vacía iba a darme otro tipo de libertades, que podría hacer cosas que siempre relego, que el lugar se parecería más a mí. Sigo cambiando de canal hasta que encuentro a una vieja (80 años, por ahí), sentada en un banquito. Tras ella, de fondo, una pared totalmente lila. –La felicidad es poder subsistir-, dice, duda y sigue –tener lo mínimo necesario para subsistir-. Dejo en ese canal (Canal Encuentro), después de la vieja lila, aparece un viejo de boina, con fondo amarillo, dice –Yo no le tengo miedo a la muerte, pero eso sí, hay que hacer ejercicio todos los días-. Después de él, una sucesión de ancianos, con fondos de distintos colores (pasteles, alegres) dicen (sin que nadie les pregunte nada) frases básicas y existenciales: -A menudo sueño con mi papá, lo quería mucho a mi papá-, dice una vieja de 87 años, un papá muerto hace 50 años; -Mi mujer… A veces, estoy seguro de que me voy a reencontrar con ella, 18 de julio del 82, nunca me voy a olvidar ese día-, dice un viejo con tres dientes y una remera para personas jóvenes; -Yo sé que voy a reencarnar en un pájaro, que voy a volar y voy a poder encontrar el infinito. Porque el universo es infinito-.
Pienso que el programa es una sucesión de frases comunes, de golpes bajos, disimulados por los fondos color pastel. Pero no cambio. Mi mujer me exigiría que cambiase de canal, que no es para nada productivo ver a esos viejos.
La teoría de la bomba de Hitchcock dice lo siguiente: Si vemos dos tipos hablando de cualquier cosa, sentados en la mesa de un café, y de repente una bomba explota, el espectador se va a asustar, pero gran parte de la narración habrá sido desperdiciada. En cambio, si en el desarrollo del diálogo banal, se nos muestra que hay una bomba debajo de la mesa, todas las frases del diálogo se van a llenar de tensión, de sentido. En todas las palabras veremos la posible última palabra, el último acto.
Una lluvia de cascotazos constante. La tierra filmada desde arriba, los meteoritos, aún enormes, antes de la disolución, cayendo directamente hacia la tierra. Zoom: los continentes; América del Sur; Argentina; Buenos Aires; mi casa; yo mirando por la tele a una señora (una vieja nonna, tan vieja y tan nonna que parece personificada) que dice –La muerte asusta, a veces, no todo el tiempo, pero asusta-. Yo que apago la tele, llamo a mi mujer (me atiende el contestador), saco de la heladera un ají al vinagre y, mientras lo corto, abro el plano, miro al cielo: ya es de noche y si un meteorito iluminara la oscuridad por unos segundos, cambiara de color, y cayera sobre Buenos Aires, yo lo vería.
Bruno Petroni
Buenos Aires, EdM, abril 2013
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