PIES DE IMAGEN

Vibraciones fraternales: Sean Scully y Lee Ufan, por Eduardo Rubisnschik


A la memoria del querido Daniel Martucci, (Maruki)

¿Dos artistas opuestos? Forcemos un acercamiento.

Lee Ufan, Guggenheim Museum, New York, Agosto 2011.

Sean Scully, Palacio de Carlos V, Sevilla, Mayo 2012.

¿Qué hay de común entre sus obras? Lo más obvio: no existe figura humana ni figuración en general. Tamaños disímiles, lo mismo que colores. Veremos si motores disímiles. Se puede pensar en la materia plástica al frente como código común.
     
Lee Ufan es la presencia ausente. Pero qué hay de ausente, de ausencia, en esas obras lacónicas. Lo presente parece ser la exhibición de una lectura o mirada que justamente está en el pasado de la obra, sus condiciones de producción y curso del proceso mismo, volviendo al observador testigo, acaso, de la construcción de esa mirada, sobre todo en las instalaciones. En los cuadros, la presencia está más enfocada en su hechura misma, quizás hasta la puesta en escena del tiempo de su hacer. Representar o exponer el tiempo, podría ser un rasgo central de la obra del coreano.
     Una vez, hace muchos años ya, el viejo y bueno de Daniel Martucci se vio frente a dos textos para comparar. Luego de ubicarlos uno al lado del otro, empezó a leerlos como si fueran uno, exhibiendo ante los presentes un posible modo de leer. Fue divertido (sobre todo para él que, a saltos de un texto a otro, como un malabarista, se iba riendo) y un poco absurdo también. La enseñanza era tal vez la de no hacer rígida la lectura, desembarazarse de ciertos rigores, bailar sobre y entre los sentidos. Leer como poeta.
      Sean Scully es menos desolador que Ufan. Es cálido, en realidad. La emoción ante Ufan y Scully fue igual de intensa, pero de otro orden.
     Dos emociones diferentes: en Ufan, producto del despojo, la unidad del tiempo desgajándose en pintura. En lo dado de los materiales y su ubicación, conjugada en la inquietante cornisa que divide al azar de lo inevitable: piedras, algodón, acero, materiales que parecen caídos del cielo pero con una disposición excluyente: no podrían estar de otro modo, o lo están del único posible.
     En Scully una completud, amplitud sensorial, una compleja sencillez sensual: la superficie en que conjugan trama, luz, textura y color llena al observador de una belleza sin contenido, plena de una sobria euforia ante la sofisticada potencia de un hallazgo, en una composición, un compuesto tan preciso, que también resulta inevitable.
      ¿Ufan, científico de la mirada sobre el tiempo? Una misma pincelada otra, por ejemplo, que se repite dejando una marca cada vez más tenue hasta disolverse en el blanco del papel. El tiempo del hacer y el de la mirada del testigo, fundidos.
      ¿Scully, un yo disuelto ante un paisaje urbano reutilizado tal que la obra contenga lo que no muestra expresamente, las fuerzas humanas que lo han hecho posible?
      Scully, capaz de hacer vibrar una línea, un rectángulo en diálogo con otros, en una frase pictórica que crea el volumen de la mirada, como si, en lugar de la construcción de una mirada a la manera de Ufan, nos hiciera testigos de la construcción de fuerzas, acaso previas, incluso, a la mirada.
      Algo, tal vez, tiene que primar. Entonces: en Ufan el ojo. En Scully el brazo.
      Ufan invita a ver, a sentir el tiempo y lo dado.
     Scully a comer, a abrazarse con esa superficie carnosa, amigable, que no dice más que su abrazo, al menos como condición de entrada. En una entrevista acuerda: la superficie de mis cuadros es como una piel.
     Qué lindo sería ver, como leyó Martucci aquella vez, una muestra de obras mezcladas, Ufan y Scully juntos, ojo oriental y brazo occidental haciéndonos testigos saltarines de sus diferentes formas de conmover, idénticamente hondas, honestas y juguetonas, convirtiendo a cada visitante en lector poeta.

Eduardo Rubisnschik
Buenos Aires, EdM, junio 2013
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