Hace unos días se presentaron en el Centro Cultural de España, en Buenos Aires, dos volúmenes de manera conjunta, una edición de Cartas de Guerra de Jacques Vaché que incluye un artículo de Néstor Sánchez (“El ´umor´como resistencia absoluta”) y Ojo de rapiña, una recopilación de artículos del autor de Nosotros dos. El siguiente texto fue leído en esa oportunidad.
Para muchos lectores el primer contacto con Cartas de guerra de Jacques Vaché fue a través del epígrafe de Rayuela (1963): “Nada mata a un hombre tanto como estar obligado a representar a un país”. La cita se publicaba con el único detalle de que se trataba de una carta de Vaché a André Breton. También fue a través de Cortázar que la obra de Néstor Sánchez encontró sus primeros lectores, empezando por considerar que Nosotros dos se publicó en 1966 por su impulso más que entusiasta.
Los cuatro nombres mencionados forman una figura que tiene la particularidad de mostrar que las afinidades más potentes se organizaron cruzando de lado las amistades, pensando juntos a Jacques Vaché y Néstor Sánchez, y por separado a Breton y Cortázar. Porque las cartas que Vaché le escribió a Breton, y que perforaban la guerra hasta gastarla para que el soldado pudiera salir hacia el otro lado; esas cartas, digo, parecen en realidad estar destinadas a Néstor Sánchez. Durante la guerra insiste en reírse a carcajadas de dolor; después, en el invierno de 1919, a pocos meses de concluida, Vaché se deja morir fumando opio. Decide morir porque ha sobrevivido a la guerra, porque ella no ha podido matarlo. O muere para “no volverse un cómplice” y evitar que lo maten “los síntomas de toda convención”, como aseguró Néstor Sánchez en “El ´umor´ de la resistencia absoluta”. Sí, en esa sentencia Sánchez no se refiere sólo a Vaché, también destaca su propia posición.
El artículo está fechado en 1970, cuando Néstor Sánchez ya se había convencido de que escribir podía ser también una mera convención más opresiva que una trinchera y más cruel que una granada. Había una única solución para evitarlo. Cavar hasta deshacer las certezas. Cavar hasta perforar el principio, cavar hasta que cada palabra se encontrara desnuda ante la necesidad de ser, no el uniforme que disfraza al escriba sino el riesgo que desnuda al escritor. En otro ensayo de esos años, y recopilado en Ojo de rapiña, asegura que escribir es combatir contra esos “síntomas de la convención” que sofocan y ocultan la realidad, tal como hacían los surrealistas –sentencia- antes de volverse “convención”, escuela, “academia”. Vaché es ese surrealismo de impulso corrosivo que se respira en Néstor Sánchez, mientras que la convención vuelta museo refulge representada en Breton.
En sus cartas desde el campo de batalla, Vaché describe con una palabra el desparpajo de su realidad cotidiana salpicada de patafísica: “umor”, sin hache. El amigo le reclama una definición, reclama conocer el motivo de esa falta, como si ese fuera el único pozo inexplicable. Vache replica: “Usted me pide una definición del umor -¡como si nada! Está en la esencia de los símbolos ser simbólicos”. De todas maneras, entre la pausa de la detonación de un obús y una agonía en la trinchera, concede una definición: “Creo que es una sensación –casi diría un SENTIDO también- de la inutilidad teatral (y sin alegría) de todo.”
Nada decía de la ausencia de la “hache”, esa falta que al menos justificaría la diferencia entre el vínculo del “humor” y los fluidos humorales del cuerpo. Tampoco decía nada de “la hache muda” que los latinos habían utilizado para transliterar ciertos sonidos del griego clásico. Nada de la hache dibujada con dos barras cortadas a manera de una disposición defensiva y que Cobham Brewer reconoció familiar en las lenguas semitas, en las runas anglosajonas y también en la escritura del antiguo Egipto: el jeroglífico representaba nada menos que un tamiz, un colador, un pozo, un agujero. Nada y, aun así, Néstor Sánchez entendía a la perfección ese corrimiento que hacia “la hache” de humor, porque se trataba de conducir hacia lo completamente real lo que llamamos la realidad, sin permitirle a la realidad la excusa de que se escabullera hacia las convenciones. El “umor” sin hache de Vaché, como decía Sánchez, deshacía “toda posible conciliación con quienes no rijan su propia vida de acuerdo a la `abrumadora- vigencia de sus leyes.” Y él lo sabía, y pretendía llegar a saberlo más que nadie, incluso más aún que el poeta René Daumal que lo antecedió en seguir las enseñanzas de Gurdjieff, y sobre quien escribió, en 1974, otro ensayo recopilado en Ojo de rapiña. Daumal también podía ser parte de ese “umor” porque había descubierto a través de Gurdiejff las mismas revelaciones que Sánchez ya tenía como propias en aquellos años. Por eso lo que dice de la revelación de Daumal no sino subrayar su propia experiencia: “…comprende que las palabras deben volver a ocupar el sitio que tuvieron cuando se las necesitó de manera esencial para nombrar –tal vez nada más que aproximativamente- el sabor de lo experimentado más allá de la imaginación, de la fatalidad de creerse algo, de los hábitos intelectuales.”
La revelación de Néstor Sánchez conoció los extremos de Vaché. Sacrificó su escritura para arriesgar la posibilidad de no ceder a las convenciones de la realidad. Y abandonó todas las seguridades que tenía a su alrededor, una por una, para transitar “ese sitio” de la crudeza de lo real. Se entregó a vivir en la indigencia en el Central Park de New York durante una larga temporada en los 70. No como un homeless ni como nadie, vivió en lo real de toda intemperie sin ninguna tipificación. Romper el orden, la costumbre, los hábitos seguros. Abandonó esa convención que le exigía, por ejemplo, afeitarse con la navaja en la mano diestra para aprender hacerlo con la mano torpe. El último aprendizaje fue aprender a escribir otra vez en esa intemperie de lo real: escribir desde el vacío, con la inocencia de los cuatro años al sostener el lápiz con la mano incómoda, la mano que no sabe. Llegar a la letra única con esa mano que siempre había estado apartada. La letra recién nacida en una caligrafía perfecta. Sé, porque ya los he visto, porque también antes los vi en las ocasiones en que se habla de Néstor Sánchez, que estarán presentes otros seguidores de Gurdjeff, que acaso tengan piedras en los zapatos para sentir esa molestia al caminar o suban las escaleras eligiendo las posiciones más incómodas para no perecer en la costumbre. Desacostumbrarse de la realidad de las convenciones, hacerse ajeno de certezas. Ese era el desafío. La cita de Jacques Vaché que Cortázar eligió como epígrafe para Rayuela va antecedida por lo que acaso Sánchez pensara al resistirse a ser un escriba: “Estoy muy cansado de mediocres y he resuelto dormir por tiempo indefinido.”
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, octubre 2013
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