En Epuyén, el pueblo de la Patagonia andina, narran la historia de uno de los entendimientos políticos menos esperados de la posdictadura. Un plan hidráulico amenazante prometía inundar el valle y destrozar esa tierra de Hippies y Mapuches. Distinto de otros parajes del sur andino, este pueblo se caracterizaba por albergar a una extraña comunidad hippie del tipo de las "proletarizadas". Con más precisión, lo que hicieron estos jóvenes rebeldes fue aprender el oficio de los peones y los trabajadores del campo, los hubo carpinteros y albañiles, pero en especial del campo, el hombre que vive de la tierra. Ese era el ideal de quienes se asentaron en Epuyén, vivir en armonía con la naturaleza, con el planeta y su sabiduría. El sueño del pequeño productor de fruta fina: vender frutillas, moras, dulce de la rosa mosqueta. Otro tipo es el que comercia artesanías en las Plazas, también piensan en la armonía, pero tienen menos “onda”, “conectan” con el turista y la sociedad de mercado que viene adosada a la ropa y los billetes. El hippie campesino es más consecuente.
El grado de despojo del origen de clase entre unos y otros fue variable: quienes rompieron con Buenos Aires y dejaron atrás los estudios universitarios y las soluciones de la burguesía acomodada fueron hippies distintos a los que dejaban atrás un hogar de trabajadores. En el hippismo confluyen distintos sectores de la clase media argentina, más alta, más baja, todos quisieron tomar un tren hacia el Sur, allá les iría bien. En menor medida que las organizaciones políticas, también reunieron a los hijos de los ricos con los no ricos. Algunos quisieron escapar de la asfixia del terrorismo de Estado, todos de la época en que tuvo lugar. Los hippies del sur reniegan del progreso capitalista. Muchos cambiaron los valores que lo sustentan, aunque la herencia en raros casos haya sido rechazada.
Los de Epuyén, con más o menos recursos, supieron leer el contexto político de la posdictadura. Si convencían a la abuela Mapuche tenían altas posibilidades de que Alfonsín los escuchara. Tras varias idas y vueltas, lograron subirla a una camioneta y partieron todos juntos rumbo a Viedma, allí estaría el presidente. Si bien no los atendió en persona, lograron que un petitorio llegara a sus manos. La lucha contra quienes pretendieron inundar el valle continuó y fue exitosa. El pueblo, hoy día, es una estación obligada para quien visita el sur andino y viaja de Bariloche a Esquel. Cien metros más arriba respecto del nivel del mar que su vecino lago Puelo, y conectados ambos por el río que bordea el cerro Pirque, el lago continúa intacto. El accidente geográfico no fue usado para generar energía; hippies y mapuches vivieron en una paz relativa, puesta en entredicho los últimos años tras la explosión del turismo.
Alfonsín en Viedma iba a anunciar el proyecto de fundar una Segunda República: entre otros objetivos, se proponía trasladar la Capital Federal hacia el sur. No fue esa la última vez que hippies y mapuches se pusieron de acuerdo en Epuyén. En la zona siempre los hubo comprometidos con la preservación del medio ambiente, incluso con contactos y altos grados de compromiso político. Tras varios años, lograron que una zona del valle, sobre la montaña, fuera considerada para la preservación natural y hoy ampliaron esta idea hacia el lago.
También con contactos, pero con otras intenciones, a fines de los años noventa en “La Caleta", el lugar con la mejor vista al lago Epuyén, alguien sabía qué puertas tocar y levantó los cimientos de una edificación. En el dos mil la obra estaba abandonada, quedó parada cuando los lugareños en el pueblo discutieron la propiedad de esa zona privilegiada. La caleta está en la última zona accesible en auto, luego, bordeando el lago hacia Puerto Patriada —el pueblo al otro lado del lago— se llegaba a una capilla incendiada; más allá, a la chacra de los alemanes dueños de una historia de sangre y hachazos.
En enero de 2002, mientras Buenos Aires y otras ciudades se organizaban en asambleas barriales para enfrentar la crisis política, Epuyén, igual que en el barrio porteño de Villa Urquiza o de Almagro, tomó el local abandonado para darle provecho. Hippies y mapuches volvieron a encontrarse frente a un objetivo común, en las instalaciones de esa edificación abrieron un buffet y expusieron sus artesanías, esculturas y pinturas. Hippies y mapuches no lograron mantener su paraíso natural por fuera de los límites del progreso salvaje, pero se organizaron para que fuera menos dañino y dejara las ganancias en el pueblo. Lejos del ideal de vivir en el sur aislado de la grasa de las capitales avanzaron sobre las formas de la política en democracia para preservar el valle lo máximo que sea posible. Solicitaron una personería jurídica para el local, y luego avanzaron mucho más allá. En verano “La Caleta” explota de turistas adiestrados en el arte de cuidar un lago y un pueblo que alguna vez pudo haber quedado por completo inundado.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, diciembre de 2013
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