A fines de noviembre se conmemoró la obra de Horacio González, en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Allí el autor de Restos pampeanos (1999) dictó sus clases, durante dos décadas, hasta fines de este cuatrimestre.
Fue una jornada maratónica a la que asistieron cientos de personas y una treintena de expositores habló de sus libros, a modo de homenaje. Lo que sigue es una de esas lecturas.
No voy a ahondar en el rezongo hacia una institución poco acogedora, algo hostil. Este acto lo confirma. Que seamos los ex alumnos de Horacio, sus ayudantes, colegas y amigos quienes nos juntemos para decir algunas palabras, siempre pocas, de reconocimiento a un pensamiento sutil y generoso, y no la facultad la que convoca a este acto, habla de cierta oquedad institucional. Pero habla también de la situación de relativa extranjería desde la cual González piensa.
En las fronteras: en revistas masivas y menores, en mesas redondas, en opúsculos, en los márgenes de los libros y hasta en volantes callejeros. Decir en las fronteras nos lleva a este libro escrito en aquellos días en que Horacio era profesor de la Escuela de Sociología y Política cuando vivía en Brasil, y escribía en el suplemento “Folhetim” de la Folha de San Pablo. Eran los tiempos en que proponía a quienes cursaban su materia la práctica del método Bloom. El mismo consistía en una recorrida por las calles paulistanas, a la manera en que el personaje de Joyce recorría las de Dublín, para contar lo que allí acontecía.
De aquellos años, quedan también desde el exilio, una cantidad de libros escritos por Horacio para la editora Brasiliense, en dos de sus colecciones: la colección Primeiros Passos, y algunos perfiles biográficos para la serie titulada Encanto Radical.
Entre estos últimos se encuentra Evita. A militante no camarim.
Desde el vamos, el libro sugiere indicios que merecen señalarse: la dedicatoria a las Madres de Plaza de Mayo, la cita inicial de Mallarmé, los rostros de un pueblo dolido por la muerte de Eva y, en paralelo, otra foto, las Madres de la Plaza –jóvenes y vitales– reclamando por sus hijos.
Evita. A militante no camarim es un libro de fronteras. Un bibliotecario se vería en dificultades para clasificarlo. Es una biografía política, un perfil, pero en el límite con el libro de ficción. Es también un libro que interpreta la historia argentina. Allí se repasa el primer peronismo, no con el hilado de hechos fácticos, sino mediante el esbozo de interpretaciones sobre ese acontecimiento histórico en los años 40/50. Pero es también un repaso por las luchas intestinas de los años posteriores hasta llegar a la dictadura.
El pequeño libro va engarzando una a una las cuentas de un rosario único, una vasta colección de gemas que la hacen una rara pieza del orfebre González.
O puede pensarse que el autor ocupa el lugar del chef que guisa un suculento plato, plato que imagino de no rápida digestión para el lector brasileño, porque cada ingrediente es un trozo de la historia cultural argentina.
Horacio reconoce tomar las formas de otro libro de esa colección, el dedicado a Hemingway. Y hace un complejo movimiento: repone la voz afónica de Manuel Penella de Silva, aquel escritor y periodista de origen español que escribió la versión primera de La razón de mi vida, en el anonimato y cediendo su autoría. Se dice en estas páginas que Penella de Silva fue un escritor que “refugiado en las sombras, crea la conciencia discursiva de los hombres públicos”.
Un narrador de aquellos que no tienen voz propia ni visibilidad. El autor de A militante no camarim hace otro tanto. Se corre. Y la figura del ghostwriter, el escritor fantasma, se duplica: Penella de Silva da su palabra a la abanderada de los humildes, pero toma en préstamo la del autor de Evita. A militante no camarim.
La figura de Evita aparece como telón de fondo, su imagen se compone de un coro de voces que sirven de interlocutores del periodista español que trabaja en las sombras. Raúl Apold, su contratista; el modisto Paco Jamandreu, plataforma a la cultura popular, Arturo Jauretche, el paciente testigo de los hechos que le explica a Penella hasta lo inexplicable, el imprescindible Witold Gombrowicz como observador inflexible de las tensiones que se dan entre la historia y la cultura; Lopecito como un servil y casi bufonesco mequetrefe que merece unas de las pocas frases escritas en castellano: “López Rega, la-puta-que-te-parió”, Borges, a cargo de la SADE, Cooke como agudo analista, David Viñas, tomándole el voto a Eva, y crítico futuro de las relaciones entre Perón y la juventud. Por último, Rodolfo Walsh, el agudo periodista que buscará destejer el destino del cuerpo de esa mujer. En bambalinas asoman otros nombres: Arlt, el Che, Cortázar, Martínez Estrada, Marechal.
Penella lleva consigo un libro, un santo y seña para sus encuentros, cuyo autor es además el núcleo de las coincidencias del absurdo. Nos referimos a Macedonio Fernández.
Un renglón aparte merece, a mi criterio, la presencia de Francisco Muñoz Azpiri. Quien a veces con seudónimo, a veces con su propia firma fue el guionista de los radioteatros que protagonizó Eva y el redactor de sus discursos en el viaje a España. Muñoz Azpiri aparece frente a Penella de Silva, casi como un espectro. Los escritores fantasmas en torno a Eva Perón se multiplican. El guionista supone haber modelado la voz de Evita, Penella de Silva –en cambio– sólo pretende prestarle su pluma para el relato biográfico.
Como dijo en una reseña Néstor Perlongher: “el texto de Horacio tiene el mérito de jugar […] una multiplicidad de visiones, sin economizar escabullidas hacia la literatura”.
Algunos temas que se insinúan en estas páginas aparecen –lo hayan leído o no– en otros autores de cuanto texto sobre Eva Perón se escribiera desde entonces: el lenguaje folletinesco incorporado en la explicación de las luchas sociales, y el pensar al peronismo como heredero de otras luchas y de otras memorias políticas.
Para terminar diría que Evita. A militante no camarim es una de las piezas iniciáticas de este viaje que hoy estamos recorriendo por los textos de González hasta hoy.
Iniciático porque en estas páginas asoman tanto la preocupación por los usos del lenguaje que Horacio tiene, como algunos de los personajes a los que volvió a convocar en sus escritos desde entonces.
Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, diciembre 2013
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