PIES DE IMAGEN

El hombre borrador y las palabras, por Miguel Vitagliano


Un hombre trata de borrar una pintada que pide por la liberación de Mandela en un muro de Cambridge. La fotografía fue publicada por el diario El País (P.Dunne, 7/XII/13) destacando que se ignora la fecha de la toma; pudo ser en cualquier día de los 27 años en que Nelson Mandela (1918-2013) estuvo en prisión por enfrentar al apartheid. O casi en cualquiera de esos días, si pensamos en la ropa liviana del hombre borrador que tiene un gorro de lana y unos anteojos que lo hacen parecerse a Wally, el personaje de los juegos gráficos al que hay que encontrar entre la multitud. Casi en cualquiera día, si tenemos en cuenta la necesidad de la pintada como reivindicación contra el olvido y al hombre borrador en solitario, como si las autoridades de Cambridge se negaran a dar importancia al hecho para sumar otros a la tarea o pretendieran disimularlo.
    Los “casi” no tienen lugar en los documentos de la historia, las ciencias sociales o el periodismo, quedan al margen del registro de lo verdadero, son parte constitutiva de las ficciones, esas que la escritura literaria llega a dotar de una intensidad que las hace imborrables. La fotografía toma al hombre borrador en medio de su tarea, cuando ya ha echado mano a la mitad de las siete palabras de la pintada, o casi esa mitad en la que se destaca justamente una palabra, FREEMAN. Apenas si podrá borrar lo pintado, no lo que está escrito, como diría Freud. En el momento en que el hombre borrador se empecina en decretar el olvido, la inscripción se hace imborrable y escapa a todo control. Sin duda que el hombre borrador no quería escribir lo que intentaba borrar. ¿Habrá pensado el fotógrafo en el poder de la ficción y las palabras al registrar esa imagen verdadera? Durante el juicio a Mandela en 1963, el tribunal ya había resuelto de antemano la sentencia a cadena perpetua para quien se había levantado contra el Estado. Mandela, aun así, dio un extenso discurso, confiando en que las palabras llegaran a inscribirse mucho más lejos que la realidad que tenía ante los ojos: “He albergado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y verlo hecho realidad. Pero, su señoría, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.”
    Estamos hechos de ficciones que el hombre borrador no logra diluir en un balde. Solo el hombre borrador puede pensar que a las palabras se las lleva el viento, los demás no dudan de que el viento nos trae las palabras desde distintos tiempos y lugares para que continuemos la conversación. Por eso se hace difícil no añorar un escrito de Rudy Kousbroek (1929-2010) sobre esa fotografía. De haberla conocido, seguramente la habría incorporado a su serie “fotosíntesis”, esos ensayos en torno a imágenes encontradas en los que entrelazaba detalles autobiográficos con olvidos colectivos cotidianos, muñido siempre de una lupa para soplar más lejos. Lo que escribió de una serie de fotografías acaso nos acerque a su propósito: “Tienen la identidad de las cosas que nadie mira, cosas cotidianas que nadie registra conscientemente… Lo que muestran es el aspecto que tienen las cosas cuando no se olvida nada, cuando se tiene la memoria de Funes el memorioso.” Sí: Kousbroek habría puesto toda su atención en la vestimenta del hombre borrador, en el corte y la tela del ambo. En la postura corporal que lo asemeja a un docente ante la pizarra. Y no habría dejado de reparar en la pintada, en la altura pareja de los grafos como si siguieran un renglón invisible, la actitud de alguien que tiene el hábito para intuir una línea aunque no esté escrita, un rigor de precisión aritmética.
    En el prólogo a El secreto del pasado (2013), Maarten Asscher destaca que Rudy Kousbroek, como ningún otro escritor holandés, “inmortalizó con su pluma (…) el drama de la descolonización de las Indias Orientales Neerdelandesas.” Es más, Kousbroek había nacido en la entonces colonia de Sumatra y era hijo de un hacendado holandés. Lo que hace posible considerar que podría también haber nacido en Suráfrica y ser parte de la tradición de bóers, el modo con el que se nombran los holandeses del Cabo. Inversa es la situación del surafricano J.M.Coetzee (1940), nacido en Ciudad del Cabo y de ancestros británicos, aunque siempre se posicionó distante de los intereses de los ingleses tanto como de los bóers, que desde el Partido Nacionalista consiguieron, en 1948, darle un pretendido respaldo jurídico al apartheid. Kousbroek era el holandés que vivió casi medio siglo fuera de los Países Bajos, Coetzee es el surafricano blanco que nunca ha dejado de retornar a su país. En Infancia, casi una memoria novelada en torno a sus primeros doce años de vida, Coetzee expone el estado de la sensibilidad colectiva en plena extensión del apartheid y publica el libro en 1997, durante la presidencia de Nelson Mandela (1994-1999). La decisión de la fecha es una respuesta al hombre borrador, aunque no precisamente al fotografiado en Cambridge: en pleno momento de reconciliación, Coetzee prefiere dar testimonio de la vida en Suráfrica a principios de los 50, haciendo hincapié en dos instituciones (la familia y la escuela) que modelaron los valores de quienes son los adultos de los 90.
   Coetzee eligió que Infancia sea su propia memoria y a la vez una memoria casi ajena, por eso la voz narrativa es una tercera persona y por eso también el protagonista se llama Él, lo que da lugar a incluir todos los nombres. Y escribe: “Ve a los afrikaners como una gente siempre llena de rabia porque tienen el corazón herido. Ve a los ingleses como una gente que no cae en la rabia porque vive detrás de muros y protege bien su corazón.”
   Nada está lejos. Lo sabían los ingleses cuando desembarcaron en Suráfrica, lo que dio comienzo a la larga disputa con los holandeses por apoderarse del territorio. Eso fue en 1806. Sir Home Popham y el General Beresford estaban al mando de esa invasión. Tan sencilla les resultó la empresa que la flota decidió, sin esperar órdenes, atravesar el Océano Atlántico y desembarcar en Buenos Aires. Nada está lejos, en ninguno de todos los sentidos, o casi en ninguno.

Miguel Vitagliano
Buenos aires, EdM, diciembre 2013

Rudy Kousbroek: El secreto del pasado, selección y prólogo de Maarten Asscher; traducción de Diego J.Puls, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013
J.M.Coetzze: Infancia, Buenos Aires, Debate, 2002. Imprimir

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