Mundial de Fútbol Brasil 2014. Tras el ajustado triunfo de la selección de Alemania sobre la de Argelia por 2 a 1, Joachim Löw, el director técnico alemán, exhibió un indisimulable gesto de alivio. No era para menos: los argelinos, haciendo gala de un excelente nivel futbolístico, habían forzado a los alemanes a realizar un agotador esfuerzo para ganar el partido. En declaraciones a la prensa Löw elogió lo realizado por sus dirigidos, señalando que "a veces en un torneo hay partidos así en los que uno tiene que luchar hasta el final". Y remató sus dichos afirmando que la victoria de su selección había sido “un triunfo de la voluntad”. Hace unos sesenta años, en la Alemania de posguerra, el filólogo Victor Klemperer señalaba ciertas continuidades en el lenguaje utilizado por los jóvenes llamados a reconstruir el destrozado país. “En el llamado instituto nocturno de la Universidad Popular de Dresde - escribía Klemperer en LTI La Lengua del Tercer Reich - y en los debates organizados por la Asociación Cultural junto a la Juventud Libre Alemana, me llamó la atención más de una vez que los jóvenes se aferraran a argumentos del nazismo, con toda inocencia y en un esfuerzo sincero por remediar lagunas y errores de su formación desatendida durante todos estos años. Ni siquiera se daban cuenta; los usos lingüísticos heredados de la época anterior los confundían y los seducían”.
Más allá de cualquier referencia a Schopenhauer y Nietzsche, lo cierto es que Triunfo de la Voluntad es el título de un film de propaganda que muestra el multitudinario congreso celebrado por el partido nacionalsocialista en 1934 en la ciudad de Nüremberg. Dirigido por la actriz y cineasta Leni Riefenstahl y estrenado un año más tarde, la cinta recorre, en forma extensa y con pasajes algo monótonos, preparativos, desfiles, prácticas de combate juveniles, multitudes enfervorizadas, discursos de los grandes líderes del partido y, obviamente, discursos de Hitler. Según cuenta Riefenstahl en sus Memorias, fue el Führer en persona el que la convenció para filmarla. Un año más tarde no hizo falta convencerla para que rodara Olympia, una película sobre los juegos olímpicos de 1936 en Berlín. Tras la guerra, estas películas y su gran cercanía a Hitler hicieron que recayeran sobre ella acusaciones de ser una ferviente nazi. Llevada a juicio, fue declarada libre de influencias nacionalsocialistas, a pesar de los esfuerzos que el gobierno militar francés hizo para probar su compromiso ideológico. Aun contando con este aval a Riefenstahl no le resultó sencillo lavar una imagen demasiado salpicada de nazismo. Durante los años sesenta viajó en varias oportunidades a África para fotografiar un pueblo indígena sudanés, los Nuba. Fascinada por los rituales de combate de los Nuba, Riefenstahl los fotografió profusamente destacando, como ya lo había hecho en Olympia mediante un óptimo uso de la cámara lenta, cuerpos y músculos en tensión. En los setenta publicó libros cuidadosamente editados sobre los Nuba, con abundantes fotografías de cuerpos esbeltos, brillantes y musculosos, desplegados en posiciones de lucha o danzando.
El gran éxito de los libros sobre los Nuba y la renovada difusión de su obra lograron que Riefenstahl volviera a ocupar un lugar en el escenario artístico del siglo XX. Su pasado nazi fue quedando atrás. Rotulados como documentales orientados por intereses artísticos, sus películas de la época hitleriana fueron rehabilitadas y proyectadas en importantes eventos culturales. Grandes directores y especialistas elogiaban sus aportes técnicos y estéticos, y ella misma se encargaba de enfatizar su permanente búsqueda de lo bello, lo hermoso y lo armónico. Hubo, sin embargo, voces críticas. Una de ellas fue la de Susan Sontag, que en 1975 publicó en New York Review of Books un artículo, “Fascinante fascismo”, que con posterioridad fue incluido en Bajo el signo de Saturno. En un intento de desentrañar lo que había detrás del ideal de belleza de Riefenstahl, Sontag proponía al lector analizar su mirada sobre los Nuba. Gracias a una cuidadosa lectura de fotografías y textos, Sontag desmontaba pieza por pieza los elementos de una imagen hábilmente construida, la de un pueblo primitivo y feliz, dirigido por jefes sabios, que vivía aisladamente por propia decisión, en plenitud espiritual y en armonía con el medio ambiente, cultivando entre sus miembros el desarrollo de una hermosa complexión atlética que lo hacía diferente de sus vecinos. Si bien todo parecía indicar que se estaba frente a una nueva versión del buen salvaje rousseauniano, Sontag no se dejaba engañar: la antigua cineasta del Führer volvía a la carga para construir, con indudable talento, la imagen de un pueblo único que, por no estar “contaminado” por una civilización sólo preocupada por lo mundano y lo material, se colocaba física y espiritualmente en un plano superior a los demás. Los esculturales cuerpos de los nuba se confundían de esta manera con los de los atletas de Olympia, las prácticas de lucha de los niños nuba se superponían a las de los jóvenes nazis que aparecen en Triunfo de la Voluntad, y el majestuoso entorno natural africano se fusionaba con el de las películas alpinas que Riefenstahl supo protagonizar y dirigir. Los libros de los Nuba eran para Sontag el tercer panel de un tríptico que señalaba una clara continuidad: la de la estética fascista.
Como había observado Klemperer en relación a los jóvenes alemanes de posguerra, lo más probable es que Löw no fuera consciente de las implicancias que tiene una expresión como “triunfo de la voluntad” para referirse a la victoria de los atléticos deportistas que dirige. Seguramente tampoco lo fue el futbolista Bastian Schweinsteiger cuando, en vísperas del enfrentamiento con la selección argentina en la gran final del Mundial, calificó al mediocampista Javier Mascherano como líder de una “jauría de lobos”, expresión utilizada en plena Segunda Guerra Mundial para referirse a la táctica que los submarinos nazis llevaron a cabo en el Atlántico Norte en su intento de aniquilar el tráfico marítimo británico. Lo curioso es que los argelinos también contribuyen a mantener vivo este legado lingüístico. Al denominarse a sí mismos “zorros del desierto”, los futbolistas africanos evocan al general nazi Erwin Rommel, comandante del ejército alemán en el norte de África y principal responsable de organizar la resistencia al desembarco aliado en Normandía. A pesar de la absoluta derrota política y militar del Tercer Reich en 1945, ciertos indicios parecen indicar que algo de su lenguaje sigue vivo entre aquellos que nada tienen que ver con los neonazis actuales. Un lenguaje que, agazapado, sabe ponerse a disposición de un presente en el que se vuelven a escuchar con fuerza aullidos de xenofobia y discriminación.
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Julio 2014
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