La escritora y periodista Esther Andradi, asidua colaboradora de EdM, llegó a Berlín en 1983 y se quedó durante más de veinte años, viviendo como corresponsal extranjera. Mi Berlín reúne una serie de crónicas que ha ido publicando en distintos medios a través de los años. “El hundimiento de ´Amor´” se publicó en Diario Expreso, de Perú, en 1983. Crónicas sobre la vida cotidiana, sobre las cosas que los ojos huelen y los oídos miran pero que corren fugaces al olvido. En aquellos días, con la Guerra Fría en todas partes y el Muro ante los ojos, la ciudad de Berlín, cuenta Andradi, “no tenía ningún interés para los medios de comunicación. Para mí sin embargo fue un destino privilegiado: en menos de veinte cuadras a la redonda sentía respirar la historia”.
Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante ha sido publicado por el sello español Mirada Malva.
El hundimiento de “AMOR”
Aunque suene a nombre de gaseosa, el Spree es antes que nada uno de los ríos que surcan Berlín. Y como la naturaleza nació antes que la geopolítica, resulta que este río se cruza y regodea en mil meandros de un lado al otro. Quiero decir de Berlín Occidental a Berlín Oriental que son algo así como "dos en uno", según diría una propaganda. Pero aquí la cosa es más complicada, porque el Spree pertenece a la República Democrática Alemana -(RDA)- y para que los berlineses occidentales tengan derecho a usarlo, la República Federal Alemana -(RFA)- debe pagar una especie de cuota anual a la RDA. Algo así como un alquiler, pero que no es tal, porque si una alquila una casa, el dueño no tiene derecho a usarla, pero con el Spree sí. Entonces puede ser que una vea dos barquitos berlineses -con diferentes banderas, claro está- surcando las mismas aguas, pasando bajo los mismos puentes... Cosas de la fantasía geopolítica, corriente tan imaginativa que deja corta a la literatura.
Y hete aquí que en el Spree, el que está del lado de occidente, algunos yatecitos anclados hacen soñar a los berlineses occidentales llevándolos en excursiones rumbosas hasta la isla de los Pavos Reales, un mausoleo natural con castillo y pavos reales de verdad y donde se jaranearon los reyes de varias épocas inaugurando tenidas de baño osadísimas para todos los tiempos. Y hete aquí que varias lanchas se encontraban ancladas debajo del puente de Hansa, esperando estrenar la temporada. "Mozart", "Karl", "Sanssouci" y una con nombre español: "Amor”. Admiré la osadía de los alemanes para subirse a un barquito con ese nombre. Al fin y al cabo, algo de sangre vikinga todavía correría por sus venas.
“Amor” se fue el domingo de Pascuas cargado de pasajeros a la isla de los Pavos Reales, y al regreso, exhausto por la travesía, se echó a dormir.
Por la noche, "Amor" se incendió.
O mejor dicho hubo un amago de incendio, porque no llegaron a verse las rotundas llamas, -los alemanes, dicen, no enganchan con pasiones,- que ya estaban los bomberos encima de “Amor” atosigándolo con agua. Tanta agua, que no sólo apagó el incipiente fuego de “Amor”, sino que propició un rápido hundimiento. Ya en la madrugada del lunes, “Amor” hacía agua. Y había que reflotarlo. Ahora no sólo estaban los bomberos, sino también la policía, los agentes de la compañía de seguros, los controles de seguridad, los agentes de la sociedad alemana para el control de materiales y un mundo de controles más junto al dueño, capitán del barco que, a decir verdad, nadie había visto quedarse en cubierta como en las novelas de Salgari. Y cada uno comenzó a hacer su trabajo, amén de un equipo de hombres ranas vestidos de color negro y naranja que se ocuparon de los detalles en profundidad.
Mientras tanto, la gente se apersonaba en el puente. Fotógrafos, chicos, perros y aficionados se detenían a contemplar el salvamento de “Amor”. Parecía una boda, más que una ruptura, que era lo que en realidad la eficacia de los bomberos había provocado. Cuatro días estuvieron, mañana y noche, porque al caer la tarde los astutos bomberos tenían unos reflectores capaces de iluminar un Estadio de fútbol completo y sus adyacencias. Al quinto día, como en la Biblia, “Amor” estaba salvado. No se sabe si su dueño-capitán estaría de acuerdo. Será cuestión para compañías de seguros y demás controles, que aquí lo pasan todo por el cerebro del computador. Hasta las dudas. Aunque cuando vi a “Amor” balancearse otra vez serenamente al ritmo del caprichoso Spree con su pintura deteriorada, un montón de parches en la cubierta y notables rajaduras de proa a popa, me pregunté si para salvarse así, no habría sido mejor que hubiera permanecido para siempre en el fondo del Spree.
Ésa ya es una disquisición para la literatura, y no un reproche a la eficiencia de los servicios -en buena hora la de los alemanes- que, de haberlos así en nuestros países, provocarían, mamma mía, cuántos hundimientos.
Esther Andradi
Buenos Aires, EdM, mayo 2015
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