Convocados por el cellista, director y compositor Claudio Peña, en noviembre de 2014 cien cellistas y algunos contrabajistas se reunieron en la explanada principal de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires para ejecutar un concierto de improvisación dirigido por el propio Peña junto a los compositores y directores Martín Liut y Marcelo Delgado, especialmente invitados para la ocasión.
“Esta fue la más tranquila y consciente de las convocatorias que hicimos” dice Claudio Peña, comparándola con el vértigo que envolvió las dos anteriores, en 2010 y 2013. No es poco cuando se habla de improvisación musical, sobre todo teniendo en cuenta el número de convocados. Si bien se sabe que en esta clase de conciertos los directores suelen tener una idea general de lo que van a hacer, la pregunta es inevitable: ¿cómo se dirige una improvisación con semejante ensamble, compuesto de músicos de todas las edades con grados diferentes de formación, que no se conocen, no se han visto ni escuchado nunca antes, que se han juntado tan sólo una hora y media antes de la función para ensayar una obra que nadie conoce ni sabe cómo va a sonar? Un tiempo antes del encuentro Peña envió a los cellistas un video en el que explicaba una versión simplificada del sistema de señas fonomímicas que utiliza para dirigir las improvisaciones del ensamble Arre!, un octeto de cellos creado y dirigido por él (ver EdM, Entrevista a Claudio Peña, director de Arre!, agosto de 2010). Durante el ensayo previo se acordaron códigos con los directores, se practicaron las señas y se ajustaron los últimos detalles mientras el público se concentraba en la explanada de la Biblioteca, dispuesto a escuchar un concierto que, en palabras de Peña, “brota de una simbiosis o inconsciente colectivo musical, que siempre es resultado de un proceso de música en vivo”.
Martín Liut y Marcelo Delgado ya habían sido convocados con anterioridad por Peña para trabajar en el proyecto Solaris, una serie de conciertos realizados con Arre! en el cual cada uno de ellos dirigía un segmento en particular, por turno, para luego cerrar dirigiendo juntos una improvisación libre. En esta oportunidad volvieron a compartir una experiencia similar, aunque lo que ahora cambiaba las cosas era el tamaño del ensamble. “¡No lo dudamos un instante!”, dice Liut. “¡Un canto de sirena para un compositor! -exclama a su vez Delgado - La idea resultaba muy seductora: trabajar con una masa gigante de instrumentos y, además, tan versátiles como los cellos”. El hecho de que el concierto se ejecutara en la Biblioteca Nacional abre el juego para pensar e imaginar relaciones entre música, libros y literatura.
“Cuando abro un libro potente -dice Peña - como por ejemplo Doctor Fausto, de Thomas Mann, y luego lo cierro y lo miro por fuera… veo ese objeto de 15 cm de largo por 10 de ancho y 4 de espesor que me deja perplejo: ahí, en ese prisma, hay de todo, un mundo. Luego de tocar las improvisaciones libres en la Biblioteca Nacional me detuve sutilmente a pensar que debajo nuestro estaban los incontables libros con todos sus universos. ¿Qué hacíamos los 100 cellos ahí? ¿Qué relaciones se entretejieron entre nuestros sonidos y las palabras contenidas en esos libros? Todo esto me dio mucha alegría y quizás me despertó algo de ocultismo a lo Adrian Leverkühn tocar música allí, en esa extraña explanada, que es medio de ciencia ficción”.
Tienta imaginar cómo la música del ensamble atravesó el edificio de la Biblioteca y la multiplicidad de mundos contenidos en miles de libros.
“Una biblioteca -afirma Delgado - es un mundo y, a la vez, un laberinto desafiante. Habitarlo con música, recorrerlo y suponer que de algún modo las vibraciones de los instrumentos se filtran por sus recovecos es una sensación que alimenta la fantasía que se desprende del encuentro. Tal vez en alguna dimensión que no logramos percibir, ese encuentro haya tenido lugar en los rincones menos imaginados de la biblioteca: la reverberancia de algún sonido agitando apenas una hoja de un libro cualquiera, en un anaquel perdido entre cientos”.
Sonidos y reverberancias que se combinaron con el ruido urbano y los silencios de la Biblioteca, escribiendo una efímera partitura en la que quizás haya que incluir el contenido de sus libros.
“Las salas de lectura -dice Liut - son silenciosas, ¡pero los libros están llenos de sonidos! Esos 100 cellos los estuvieron haciendo resonar desde los cimientos, durante un rato”.
Si éste fue el efecto de la música del ensamble sobre los libros, el ejemplar de Doctor Fausto de la Biblioteca tiene que haber “resonado” de una manera muy especial.
“Ah!, el querido Leverkühn -suspira Peña - Thomas Mann da en la tecla con respecto al mundo interior de un compositor en cuanto a desconocer el motivo que nos lleva a dar rienda suelta a nuestros caprichos… ¿de dónde vienen esos caprichos?... ¿Es un oficio ser compositor? ¿O es un misterio?”.
A pesar de la sulfurosa presencia del Maligno, Doctor Fausto es un buen camino para explorar las relaciones que existen entre literatura y música. “Es curioso -le escribía Mann a Adorno en una carta mientras trabajaba en el texto - mi relación con la música tiene cierta fama, siempre he podido hacer música literaria, siempre me he sentido un poco músico, y he transferido la técnica del tejido musical a la novela”. Cabe preguntarse cómo es el proceso inverso, cuando la transferencia va desde el tejido literario al musical, en especial cuando se habla de improvisación. Peña presentó en el Festival Shakespeare Buenos Aires 2015 Ricardo II ensamble de cellos, una obra que combinó improvisación musical con la lectura de fragmentos entresacados del texto del Bardo de Avon.
“Este Ricardo - sostiene Peña - es mucho más tenebroso y meditativo con respecto al poder que el más conocido Ricardo III… es como si dijera que el poder no puede ser ejercido por cualquiera, sino que sólo debe hacerlo el que ha sido naturalmente "elegido", con elegancia. Es interesante ver cómo éste Ricardo pierde el poder, casi sin luchar, como poéticamente. El texto me atrapó y me transportó a todos lados, en asociaciones líricas y musicales que salían en el momento de la ejecución”.
Delgado ha explorado en muchas de sus obras las relaciones entre música y literatura.
“El texto -dice Delgado - se me presenta, siempre, como un disparador de múltiples sentidos y posibilidades de construcción. Es una materia que puedo adaptar, modificar, transformar, recrear en sí misma y a través de la música… Todo texto tiene una musicalidad intrínseca (en el ritmo, en la construcción sintáctica, en la velocidad de lectura que propone) que se fertiliza mutuamente con esas mismas características en el discurso musical”.
Quizá el secreto resida en recordar que detrás de toda nota musical y de toda palabra respira la voz humana. Delgado no dudó en incluirla en el momento que le tocó dirigir el ensamble.
“En el sonido -afirma - de cualquier instrumento (en los de vientos mucho más, claro) está la voz, por detrás, como una sombra o un recuerdo de lo que fue el comienzo; percibir esa presencia, intuir que lo que suena es, además, un reflejo de esa voz imaginaria, es lo que me lleva a hacer intervenir la voz del instrumentista. Así como Schopenhauer decía que todas las artes aspiran a la condición de la música, creo que, en algún rincón íntimo, todos los instrumentos aspiran a la condición de la voz humana”.
¿Cómo imaginar un cruce entre textos literarios y una improvisación con cien cellos?
“¡Sería fantástico, cien cellos, cien voces! -se entusiasma Delgado - El cello tiene un registro que abarca mucho de las voces humanas, tanto las femeninas como las masculinas, así que allí tenemos una primera convergencia. La voz humana, por otra parte, es el instrumento más versátil de todos, puede hacer casi cualquier cosa: cantar, hablar, susurrar, gritar, producir infinidad de sonoridades. Y el cello no le va en saga, de modo que las mezclas sonoras son casi infinitas”.
La estructura arquitectónica de la Biblioteca Nacional es también una invitación para preguntar por las relaciones entre arquitectura y música. Liut tuvo oportunidad de trabajar en ello ya que en 2008 participó del ciclo Topofonías, en el que cuatro artistas tomaron como material de trabajo los contenidos, los sonidos y los espacios de la Biblioteca.
“La arquitectura -afirma Liut - es una parte sustancial de la música. Se habla, justamente de “arquitectura aural” para recordarnos que una construcción no solo se ve, sino que también se escucha. No es lo mismo tocar una misma obra para un violoncello en una catedral que en el cuarto de baño de un monoambiente. Muchas salas de concierto estandarizaron los modos de hacer música. A mí me interesa lo específico de cada construcción, en la línea del arte site-specific. La explanada de la biblioteca permitió cobijar la delicadeza de 100 cellos al aire libre, gracias al rebote del sonido en su techo, que es en verdad el piso del Auditorio Borges”.
Que un espacio de la Biblioteca Nacional que lleva el nombre de Borges haya hecho posible el sonido de “una música inventada aquí y ahora”, como dice Liut, no deja de ser un llamado a las puertas de la imaginación del espectador. De manera algo taumatúrgica, la música del ensamble transformó ese piso en una gigantesca caja de resonancia de hormigón, repleta de senderos abiertos a través de los cuales los sonidos se bifurcaron en infinitas direcciones.
Entusiasmados con la convocatoria de Peña, y estimulados por todas las incertidumbres de la propuesta (incertidumbres compartidas con los directores, por cierto) los cien músicos se entregaron de lleno a la experiencia artística. Durante el fragor de la ejecución hubo momentos en los que brotaron melodías clásicas. Otras veces los directores dieron lugar a algún solista.
“Es parte -dice Peña en relación a la intervención de éstos últimos - del proceso de conocer a algunos cellistas… uno sabe qué es lo que pueden tocar. En ese momento representan el otro sonido del cello, diferente del que se escucha cuando suenan todos juntos… Son balances y puntos suspensivos que en la improvisación también confluyen”.
Peña definió esta edición de 100 cellos en la Biblioteca Nacional como “un relato con tres narradores, una cita clásica que incluyó la sorpresa de la dirección tripartita del final”. El próximo 19 de septiembre los músicos volverán a juntarse en la explanada de la Biblioteca. ¿Qué sorpresas tendrán preparadas para el concierto? O, mejor dicho, ¿con qué sorpresas se encontrarán en el momento que toquen para el público?
Alcides Rodríguez
Buenos Aires, EdM, Abril 2015
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario