Última estación: distopía, llegamos. Ahora hay que ver cómo bajar. En ensayos breves, punzantes, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han describe un nuevo mundo que no se parece en nada al tradicional, y tampoco al moderno. Ferdinand Tönnies, en 1887, distinguió término a término entre comunidad y sociedad; luego, Max Weber o Carl Schmitt complicarían la dicotomía inicial; Byung-Chul Han propone un retorno a la duplicidad, pero esta vez entre sociedad de masas y “el enjambre”. En noviembre de 2019, amantes de Blade Runner organizarán eventos conmemorativos, tal como hicieron este año los de Volver al futuro: ¿celebran que el mundo no fue así? Los ensayos El aroma del tiempo (2015); La sociedad del cansancio (2012); La agonía del Eros (2013a); La sociedad de la transparencia (2013b); En el enjambre (2014a) y Psicopolítica (2014b), veloces best-selleres a nivel mundial, traducidos a más de diez lenguas en menos de cinco años, dicen que fue mucho peor.
El pesimismo de Han es amargo, de la misma variedad que en nuestro país promueve Christian Ferrer: la amargura metálica del gusto por estudiar relaciones entre técnica y sociedad. En este caso, y a diferencia del ensayista argentino, derivan resultados conservadores: resistir las nuevas formas de configuración del poder implica apartarse del “mundanal ruido”, un camino hacia la contemplación.
Un novedoso sistema de términos describe la reunión de gente bajo el orden digital, nuevas palabras para nombrar formas de asociación inéditas. Cada concepto contrasta con la sociedad de masas del siglo XX. El milenario pasaje de las comunidades feudales a las ciudades modernas concluye, al fin, con el ingreso a distopía, un nuevo mundo sólo imaginado por los peores pronósticos cyberpunk. Morfeo y sus secuaces, en el primer episodio de Matrix, desenchufan cuerpos de la máquina; los ensayos de Han están más cerca del final de la saga. La atmósfera que desprende su análisis recuerda la escena en la que el protagonista enfrenta al arquitecto y descubre que Sión, el último bastión de resistencia analógica, ya pasó muchas veces, que esos también son cuerpos administrados, no hay salida.
Su pesimismo fue materia de debate. Un artículo suyo publicado en El País (03/10/14) sobre la imposibilidad de la revolución motivó una encendida respuesta de Jorge Alemán. En contraste con esa atmósfera asfixiante, desde la propia lógica de su análisis, se filtra una vía de escape. Hay quien señala que sus ensayos no hacen más que repetir ideas consabidas; en este punto se trata de una antinomia conocida, la que opone a la restricción del dato la amplitud de relato. El sentimiento, la demora, la narración, la memoria, el intervalo, los umbrales y la contemplación configuran una posición que resiste al neoliberalismo tardo moderno digital.
Tal como le sucede a Sam Lowry, el personaje que caracteriza Jonathan Pryce en Brazil (Terry Gilliam, 1985), la pasión romántica y la novela son las salidas. El big data de Facebook y Google es análogo a la burocracia del sistema que confunde y apresa al inocente Buttle en vez de a Tuttle, el guerrillero interpretado por De Niro. El error que provoca la mosca, cuando se interpone al martillo de la máquina de escribir automatizada, evidencia la autoridad del dato, sus implicancias para un sistema que niega cualquier distancia entre información y mundo. Lowry sale a la calle a corregir el error, se aparta del sistema, se enamora, se vuelve protagonista, le asigna forma de novela a su mundo de cálculo; héroe de una historia que, por tener duración, niega al sistema mismo.
El enjambre
El enjambre es neoliberalismo a la potencia de internet, la fase neoliberal que conecta un milenio con otro. Inmersos en él, nos impulsa la convicción de estar exentos de cualquier forma de sumisión, de ser un proyecto libre en constante replanteo y reinvención. Estos ensayos describen el pasaje que va de los sujetos sujetados a los proyectos, entendidos como la forma actual de subjetivación y sometimiento: ahora (¿recién ahora?) incluyen la sensación de estar liberados. “El me gusta sin lagunas engendra un espacio de positividad” (2014a, 43). Lo digital modifica la triada lacaniana entre lo real, lo imaginario y lo simbólico: “Desmonta lo real y totaliza lo imaginario” (2014a, 42). Según Han, el smartphone como aparato digital, abre un estadio narcisista en el que yo me incluyo, donde no habla el otro. Trabaja con un input-output simple, la complejidad queda fuera. “La experiencia como irrupción de lo otro, en virtud de su negatividad interrumpe el narcisismo imaginario”. “El teléfono inteligente, como lo digital en general, debilita la capacidad de comportarse con la negatividad”. (2014a, 43)
Quedó atrás la sociedad disciplinaria de los hospitales, cuarteles, psiquiátricos y fábricas; ingresamos a la sociedad de los gimnasios, torres de oficina, bancos, aviones, enormes centros comerciales y laboratorios genéticos (2012, 25). Se trata de una sociedad de rendimiento. Somos emprendedores de nosotros mismos: “El sujeto de hoy es un empresario de sí mismo que se explota a sí mismo” (2014b, 93). Hombres y mujeres con el carácter corroído (Sennet, 2003) que emprenden proyectos de sí como permanentes arranques de autoayuda.
El orden digital totaliza la suma y el cálculo; el me gusta es acumulable. La escritura es transparente (Han, 2013b, 13) y aditiva; incapaz “de engendrar lo completamente otro, lo singular” (2014a, 38). A diferencia de la escritura modernista, su actual configuración ya no es exclusiva de una “expedición solitaria” hacia lo no transitado; una irrupción en lo desconocido, como propone Peter Handke, citado en varias oportunidades por Han. El orden digital simplifica. A los amigos de Facebook les estaría faltando negatividad; en el sentido en el que Carl Schmitt distingue “amigo” de “enemigo”. En su defensa de la “Ley de la tierra” cita al filósofo alemán; tras oponer la volatilidad digital a la gravidez de la tierra. Se trata de un problema de distancia. “La ausencia de distancia es una dimensión positiva: le falta la negatividad, que caracteriza la cercanía. En ella está inscrita la lejanía. A la comunicación digital le es extraño el `dolor de la cercanía de lo lejano´”(2014a, 79).
Espacio. Distancia. Acá
Han convoca a la especulación técnica kafkiana para articular la actual configuración de la distancia (2014a, 81), como modernidad hiperbólica. El efecto que los medios digitales tienen sobre la distancia y el tiempo es la exageración de los medios de comunicación de masas. Cuando Kafka envía sus cartas a Milena, en el camino, los fantasmas se alimentan de los besos. Se trata del mal kafkiano de la telecomunicación.
La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo –considerado desde un punto de vista exclusivamente teórico—una terrible perturbación de las almas. Porque es una relación con fantasmas –y no sólo con el fantasma del destinatario, sino también con el propio—la que se va gestando bajo la mano que escribe, en esa carta y, más aún, en una serie de cartas de las cuales una corrobora a la otra y puede apelar a ella como testigo. ¡A quién se le ocurrió que la gente puede mantener relaciones por correspondencia! Uno puede pensar en una persona ausente y puede tocar a una persona presente; todo lo demás supera las fuerzas humanas. Pero escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, cosa que ellos aguardan con avidez. Los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas en el camino. Y esa abundante alimentación hace que los fantasmas se multipliquen en forma tan desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha contra eso; para eliminar en lo posible todo lo fantasmal que se interpone entre los hombres y para lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde; es obvio que esos inventos han surgido en plena caída. La otra parte es mucho más serena y fuerte: después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilo. Los fantasmas no morirán de hambre, pero nosotros sucumbiremos. (Kafka, 2008, 278–279)
Este pronóstico cyberpunk está en el centro del pensamiento técnico de Byung-Chul Han. “El dolor de la cercanía de lo lejano” es una cita de M. Heidegger (1994, 154). Han se doctoró en Alemania (1994) con una tesis sobre el autor de Ser y tiempo. Explica la técnica de los medios digitales como si fueran la hipérbole de los medios de comunicación de masas. “La humanidad”, enarbolada por Kafka, intenta combatir a los fantasmas que crecen entre las cartas y traza líneas de transporte con el objetivo de vernos, tocarnos. “Pero ya no sirve para nada”. La telecomunicación produce ausencia de distancia sin negatividad, sin el otro, sin experiencia. El dolor de la cercanía de lo lejano es la experiencia de una ausencia existencial: los fantasmas crecen cuando el dolor se va y nos comunicamos desde lejos. A través de aplicaciones como Skype o Facetime podemos compartir el día entero desde lugares distantes; pero, señala Han, sin mirarnos nunca a los ojos. La parte “mucho más serena y fuerte” siguió creciendo; estamos juntos pero sólo vemos el ojo de la cámara o una mirada torcida, alimentamos “fantasmas digitales”.
“La totalización del aquí aleja el allí. La proximidad del aquí destruye el aura de la lejanía. Desaparecen los umbrales que distinguen el allí del aquí, lo invisible de lo visible, lo desconocido de lo conocido, lo inhóspito de lo familiar. La ausencia de umbrales conlleva una visibilidad total y una disponibilidad absoluta. El allí se desvanece en una sucesión initerrumpida de acontecimientos, sensaciones e informaciones. Todo está aquí. El allí ya no tiene ninguna importancia. El hombre ya no es un animal de umbrales. Los umbrales provocan sufrimiento y pasión pero también hacen feliz”. (2015, 62)
Somos homo digatalis, la versión actual, superadora, del “homo electrónicus” de McLuhan. El individuo en la masa se disuelve, pero experimenta un intervalo de tiempo cuando sale a la calle y se moviliza a la marcha; muchos intervalos de tiempo en sus viajes a las reuniones para organizar a las masas. Los individuos neoliberales del enjambre, en vez de disolverse en la masa, se editan, se diseñan, en los medios digitales. Construyen un perfil que gusta, menos o más. Y lo hacen sin moverse de sus casas. La espera del intervalo se disuelve. Si la ventana del televisor daba a las masas, a las plazas, la ventana de la computadora conecta con otra ventana, del otro lado, pero acá.
Tiempo. Intervalo. Ahora
Vivimos una paradoja: el medio digital destruye la mediación misma, se trata de un medio de presencia. Las informaciones se producen, envían y reciben sin intermediarios, la mediación y la representación se interpretan como intransigencia e ineficiencia (el Estado), como congestión del tiempo y de la información. El tiempo en esta fase neoliberal es el presente más inmediato. “`¿Está sucediendo? No, no está sucediendo. Y sin embargo hay algo que está por venir. En la espera, cualquier llegada contiene y abandona.´ Maurice Blanchot.” Así comienza el capítulo “La paradoja del presente” en El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (2015, 59).
Decir que el tiempo huele, como figura sinestésica, implica distanciarlo del cálculo y emparentar el tiempo a la percepción. El intervalo nos comunica con formas de experimentar el tiempo, si la extensión entre dos situaciones o acontecimientos se vuelve indefinida, sobreviene un sentimiento de inquietud y angustia, un sentimiento límite. Cuando esa extensión, que separa el presente del futuro, se prolonga en lo abierto; la espera se convierte en pasión: “La pasión recuerda, en su lucha contra el tiempo, aquello que lo acontecido relega al olvido” (2015, 59). La obra abierta de la narrativa y la narración en general implican una forma de extensión temporal opuesta al enjambre, donde no hay duración. Las novelas, Kafka y la distancia o Proust para definir la pasión de la espera, son umbrales: espacio y tiempo de resistencia. El cronotopo en la novela se configura sobre una estructura sensible: en ellas tienen lugar los sentimientos y no tanto las emociones: el principal objeto de la política neoliberal, la de ahora.
Acá y ahora: la emoción en la política neoliberal contemporánea
Publicación en Twitter del periodista de Página/12, Werner Pertot. La fotografía fue tomada durante los festejos tras la victoria de Cambiemos. |
“El neoliberalismo convierte al ciudadano en consumidor. La libertad del ciudadano cede ante la pasividad del consumidor. El votante, en cuanto consumidor, no tiene un interés real por la política, por la configuración activa de la comunidad. No está dispuesto ni capacitado para la acción política común. Solo reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y los servicios que le desagradan. Los políticos y los partidos también siguen esta lógica del consumo. Tienen que proveer. De este modo, se degradan a proveedores que han de satisfacer a los votantes en cuanto consumidores o clientes.
La transparencia que hoy se exige de los políticos es todo menos una reivindicación política. No se exige transparencia frente a los procesos políticos de decisión, por los que no se interesa ningún consumidor. El imperativo de la transparencia sirve sobre todo para desnudar a los políticos, para desenmascararlos, para convertirlos en objeto de escándalo. La reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La participación tiene lugar en la forma de reclamación y queja. La sociedad de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de espectadores.” (2014b, 23-24)
Las ciencias, ¿cognitivas?, dice Han, cada vez estudian más el fenómeno del sentimiento o la emoción, como si de golpe “tampoco el hombre fuera un animal rationale, sino un ser de sentimientos” (2014b, 65). Lo que no hacen estas investigaciones es preguntarse de dónde proviene este extendido interés, tan actual. A ellas “se les oculta” que la emoción está directamente vinculada al proceso económico. No reflexionan sobre su propia práctica.
La emoción no es lo mismo que el sentimiento y ambas cosas se distinguen del afecto. El sentimiento es constatativo, permite una narración, tiene una medida, propone Han, un ancho y un largo narrativos. La emoción, que al contrario del sentimiento es exclusivamente subjetiva, es performativa, fugaz y más breve que los sentimientos. El afecto también es subjetivo, pero no es performativo “es más bien eruptivo” (2014b, 68) y no abre un espacio. El medio digital se distribuye entre el afecto (como vía de escape) y la emoción. La paradoja de la mediación destruye la duración de los sentimientos y su carácter no intencional. La emoción remite a acciones, es intencional y finalista. El sentimiento, como la intuición lingüística, no es intencional; el sentimiento de la angustia, por ejemplo, puede no tener objeto alguno. La expresión lingüística, por el contrario, es intencional, emotiva. La emoción, como el miedo, tienen un objeto. A diferencia del sentimiento, la emoción no representa un estado. “La emoción no se detiene. No hay una emoción de quietud. En cambio, sí se puede pensar en un sentimiento de quietud. La expresión `estado de emoción´ suena paradójica”. (2014b, 68)
Han estudia con especial cuidado las shitstormes o “tormentas de indignación” que se practican en internet, se trata de corrientes de afecto (2014b, 67) que no desarrollan energías políticas, incapaces de cuestionar las relaciones de poder, se precipitan sobre personas particulares a las que convierten en motivo de escándalo (2014a, 29). En la actual configuración del capitalismo, las emociones son recursos para incrementar la productividad y el rendimiento. La racionalidad de la sociedad disciplinaria se percibe como coacción y obstáculo. El emotional design configura modelos para maximizar el consumo (2014b, 72). En las direcciones empresariales, estaría teniendo lugar un nuevo cambio de paradigma: el management racional es reemplazado por el management emocional: cada vez crece más, en las dirigencias empresariales, la figura del entrenador motivacional o motivador profesional. La emoción es materia prima de la autoayuda, funciona por bucles cortos de afirmación del yo, a diferencia de la negatividad que en sus contrastes despliega bucles largos, extensas estructuras de sentimiento que como intervalos abren umbrales entre el inicio y el término de las novelas: la inmersión mimética de la narrativa se opone al narcisismo del teléfono celular.
“Están reguladas (las emociones) por el sistema límbico que también es la sede de los impulsos. Constituyen un nivel prerreflexivo, semiinconsciente, corporalmente instintivo de la acción, del que no se es consciente de forma expresa. La psicopolítica neoliberal se apodera de la emoción para influir en las acciones a este nivel prerreflexivo. Por medio de la emoción llega hasta lo profundo del individuo. Así, la emoción representa un medio muy eficiente para el control psicopolítico del individuo”. (2014b, 74–75)
Big data y resistencia (intervalo y distancia).
Las palabras que introducimos en el buscador, cada clic, son datos que quedan registrados. “Nuestro hábito digital proporciona una representación muy exacta de nuestra persona, de nuestra alma, quizá más precisa o completa que la imagen que nos hacemos de nosotros mismos” (2014b, 93). Asistimos a una segunda ilustración. En la primera, la estadística aplicada a la investigación parecía erradicar del conocimiento cualquier contenido mitológico. Los resultados de los números combatían la narración. Frente a el entusiasmo por las estadísticas de Voltaire, Kant o Rousseau; Han opone la aversión del Romanticismo. “A lo probable estadísticamente, se opone lo singular, lo improbable y repentino. El Romanticismo cultivaba lo raro, lo anormal y lo extremo frente a la normalidad estadística” (2014b, 111). La segunda ilustración “es el tiempo del saber puramente movido por datos” (2014b, 89). El análisis de grandes cuerpos de datos configura modelos de conducta y define pronósticos; ya no serían necesarias teorías para interpretar los datos, porque (según Chris Anderson, redactor jefe de Wired) los datos se corresponden uno a uno con la realidad (2014a, 106). Anderson, según Han, usa un concepto débil de teoría, a la que tenemos que pensar como algo más que un modelo o una hipótesis plausible de ser declarada como verdadera o falsa en virtud de experimentos. Las teorías fuertes no son modelos que puedan sustituirse por el análisis de datos.
“La teoría constituye una decisión esencial, que hace aparecer el mundo de modo completamente distinto, bajo una luz del todo diferente. Es una decisión primaria, primordial, que dictamina qué es pertinente a algo y qué no lo es, que es y tiene que ser y qué no. Como narración altamente selectiva, traza un camino de discriminación a través de lo `no transitado´ todavía”. (2013a , 38)
Bajo el orden digital, la vigilancia es más eficiente por que es “aperspectivista”. La óptica analógica del panóptico es reemplazada por la óptica digital que permite vigilar desde todos los ángulos. Ya no hay más ángulos muertos, rincones del calabozo donde no llega la mirada del soberano, la nueva vigilancia “puede llegar incluso hacia la psique” (2014b, 86).
En las elecciones estadounidenses, advierte Han, el big data y el data mining (la exploración de datos) le dan a los candidatos “una visión de 360 grados” sobre los electores. El microtargeting dirige con precisión quirúrgica las campañas a los electores con mensajes personalizados; se trata de una “psicopolítica movida por datos” (2014b, 96). Se expulsa, mediante un mecanismo paradójico de pura afirmación y positividad, todo lo que tenga que ver con la memoria, la duración, el relato, la narración, el conflicto, el pasado, lo colectivo, el desacuerdo, la experiencia y el otro. En contrapartida, la psicopolítica alimenta un yo corroído por la lógica del capitalismo tardío con técnicas de autoayuda que dicen que sí, que se puede, que cada uno desde su casa o su teléfono inteligente puede estar mejor. El rush hour de la pospolítica.
Las palabras expulsadas de esta lógica política configuran un espacio de resistencia. Para Han, un espacio de contemplación y retiro del “mundanal ruido”; pero, por qué no, de reunión e intercambio colectivo, sin apuro, sin disponibilidad plena ni inmediatez, con intervalos, distancias. El panorama es desalentador, llegamos a distopía, podemos bajar del tren, más vale no pasarlo solos haciendo clic.
Las palabras expulsadas de esta lógica política configuran un espacio de resistencia. Para Han, un espacio de contemplación y retiro del “mundanal ruido”; pero, por qué no, de reunión e intercambio colectivo, sin apuro, sin disponibilidad plena ni inmediatez, con intervalos, distancias. El panorama es desalentador, llegamos a distopía, podemos bajar del tren, más vale no pasarlo solos haciendo clic.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, noviembre 2015
Primeras ediciones, en su lengua original: El aroma del tiempo (2009); La sociedad del cansancio (2010); La agonía del Eros (2012); La sociedad de la transparencia (2012); En el enjambre (2013) y Psicopolítica (2014).
Bibliografía:
Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2013a). La agonía del Eros. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2013b). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2014a). En el enjambre. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2014b). Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. (2015). El aroma del tiempo. Barcelona: Herder.
Heidegger, M. (1994). Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal.
Kafka, F. (2008). Cartas a Milena. Buenos Aires: Losada.
Sennet, R. (2003). La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.
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2 comentarios:
Gracias! Tengo los libros, ni siquiera sabía quien era el autor. Ya mismo los devoro.
Muy buen análisis.
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