El sonido de la H obtuvo el premio Alfaguara Bolivia 2015. Magela Baudoin es tallerista de la Escuela de Escritores en Bolivia. En su novela El sonido de la H, el espesor de la opresión política se vive en otras cárceles, detrás de otras rejas y bajo otras capuchas: es esa opresión que se lleva a todas partes sin que podamos movernos de nuestro propio encierro.
1. “Nunca supe cuál era el apuro por irnos y por qué no nos fuimos, si al final había hasta una conexión histórica o más bien histérica entre la ‘patria del Libertador’, como decían en la escuela; es decir, la nuestra y la de su ‘hija predilecta’, es decir la patria de mis padres…”, se lamenta Mar, la juvenil voz narrativa y protagónica de El sonido de la H (Premio Alfaguara-Bolivia 2015), de la escritora Magela Baudoin. Mar, efectivamente, elabora la conciencia de su aprendizaje a partir del recuento de heridas propias y heredadas, tendiendo el necesario puente hacia la adultez. La propia Mar es de, un modo extraño, una hija predilecta.
Y es que hay muchas formas de ser una hija predilecta, aun cuando los términos de ese privilegio impliquen dolor, exilio e insilio, y sobre todo si esta hija ha nacido en el seno de una familia atravesada irreductiblemente por el arte, la política y algunos vicios disfrazados de aristocracia y tradición. Por ejemplo, se puede ser una hija predilecta del momento histórico o una hija predilecta del incesto entre el narcisismo generacional y la utopía. Sólo hay que recordar que ser una hija predilecta no implica para nada ser una hija obediente, sumisa, cómplice de los errores de la generación anterior o heredera pasiva de sus aciertos.
Al contrario, las hijas más amadas son aquellas que han conseguido freudianamente matar al padre. Y no me refiero sólo al padre genealógico, sino fundamentalmente a ese padre fálico e inapelable en que se erigen la cultura, las tradiciones ideológicas que se reciben en el genoma dormido casi con la misma fuerza kármica de una nariz romana irremontable o la historia familiar de migraciones que, a riesgo de convertirse en colosales leyendas capaces de opacar las historias pequeñas de los miembros más jóvenes del clan, se convierten en la épica a la que justamente ese vástago inmaduro se enfrentará con toda su ira .
2. Es precisamente en el padre izquierdista, en esa subjetividad en la que una parte vital del siglo XX condensa su espíritu, donde el personaje-núcleo encuentra su principal contraparte histórica. Y es que hay pocos signos gratuitos en esta novela. Como digo, en el código setentero del padre, el nombre imposible de la heroína, “Mar”, rescata de los trasfondos de la psiquis boliviana esa gran falta constituyente y suplementaria que es el trauma del Litoral arrebatado y que forma parte de la herida necesaria en que se funda toda identidad. Aquel mar afantasmado se actualiza en la juventud de Mar, esta muchachita terrible e inolvidable que deberá hacer el viaje de regreso a la patria renunciada. Ella es el barco, el puente y la soga.
Y si bien es cierto que, en el recuento familiar de los daños, Mar le entrega al lector épicas incompletas, como la de su entrañable y travestida mejor amiga, Rafaela, considero que esa líneas interrumpidas tienen que ver, justamente, con todo lo que un exilio interrumpe, no una, sino dos veces. El regreso al primer hogar desconocido de los hijos y nietos pródigos, o abyectamente predilectos, es una segunda interrupción. En este sentido, hasta podría decirse que la ópera prima de Baudoin forma parte de un reciente grupo de novelas bolivianas que tematizan el regreso a casa –las insospechadas maneras de retornar– como un interesante momento del siglo XXI que nos permite comprobar que la identidad no es la montaña, nunca lo fue, sino la piedrita que Sísifo acarrea inútilmente.
3. El control o la libertad de los personajes es algo que preocupa a muchos novelistas. ¿Cómo evitar confundir, por ejemplo, libertad de acción literaria de un personaje –y con ello hablamos también de su ética– con la propia debilidad del teclado? Baudoin ha tensado muy bien la cuerda en la que el libre albedrío de Mar –entendido como la fuerza acumulada a lo largo de su textualización–, su capacidad de sorpresa, pero también su inmanente misión instrumental –esto es, lo que la escritora ha decidido demiúrgicamente que sea– se balancean con pericia, disputándose efectividad sin llegar a anularse faltamente.
El discurso que los personajes enuncian en fuego cruzado es, además, muy coherente con una época en la que, en efecto, el discurso político –cifrado en el onanismo de “la política de café” y “la revolución de taberna”– constituía la primera resistencia y habilitaba una acción de cambio que podía concretarse o extinguirse en su potencia. Este es, sin duda, un delicioso acierto de El sonido de la H, que sin llegar a definirse como una novela histórica, actúa como un espejo oblicuo y/o un coro multidimensional de este tramo inexcusable de la historia común latinoamericana. Entonces todos querían ser héroes melancólicos y soñaban y hablaban como tales.
Cuando el abuelo de Mar admite que de “entre todos los personajes adolescentes, siempre había preferido a Max Demian”, Baudoin asienta con elegancia el objet trouvé de la novela, su oscuro descubrimiento. Como sabemos, el Demian de Herman Hesse es un joven atormentado o, más bien, escindido por el amor en su fase más informe. Así mismo, Mar es una Demian, una pequeña demonio que se acerca al amor incivilizadamente, sin preconceptos, de ahí que pueda aceptar a Rafael como Rafaela, e incluso fantasear con que es posible amarlo como amiga y desearlo como cuerpo. Esta suerte de androginia, una de las ofrendas conceptuales más importantes de la novela, excede, sin embargo, una función que podríamos reconocer como agencia queer, para profundizar en el amor como subversión política y empatía radical.
4. Otro poderoso vector de El sonido de la H nace de la presencia de Esther, la cholita que trabaja como empleada doméstica en la casa de la abuela Tita. Es a través del relato de Esther, de sus experiencias sexuales, que Mar se acerca a los costados más perversos del deseo. El sexo, ya sea experimentado o relatado vicariamente, es la pulsión libidinal fundamental para que la adolescente se asome a su adultez. Cuando Esther le cuenta la ambivalencia del placer:
–Y el padre ¿qué tal?
–Era malo señorita, daba asco y miedo. Yo ya estaba en la cama cuando se entró a mi cuarto. “Así que borracha y puta”, me dijo. “Vas a ver lo que es que la te la ponga un hombre”, y me jaló del cabello.
Mar descubre un secreto que implica, de nuevo, la noción de que hay que copular con la vida para que esta revele lo más intenso, su pulpa existencial; así, el sexo ligado al populacho, a la clandestinidad sucia, que Esther le narra, mezclando experiencias violentas y satisfactorias, le enseña a Mar que el sexo siempre tiene que tener algo de vulgo, de vulgar, para ser verdadero.
5. Finalmente, considero que la pregunta de Mar con respecto a su derrota en el exigente proceso de admisión a la universidad, “¿Por qué había fracasado?, no lo entendía", insinúa que el crecimiento más auténtico debe partir de la infalible tríada prueba-error-aprendizaje. Mar ha fracasado en los códigos institucionales, el que exige respuestas únicas correctas, el test de lo cognoscitivo, pero poder enhebrar su propia historia, atar cabos, poner en relación a todas las criaturas que han pasado por su vida, implica una hermosísima redención de las debilidades propias. También por esto pienso que la novela de Baudoin (se) enhebra (en) el breve espectro de novelas y cuentos que en la primera década del siglo XXI opusieron la fuerza de la subjetividad al pesado encargo político que antes encarnó cierta novelística de corte social y colectivo. La variante Baudoin consiste en el minucioso ensamblaje de ambos costados: el encargo político otra vez, sí, pero en el dolor de la individuación.
Giovanna Rivero
Santa Cruz, Bolivia, EdM, enero 2016
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