"La ruta a México es: Antofagasta, Lima, Panamá, México y escala técnica en esos lugares.
Comuníquenlo al canciller Rabasa y díganle que cruce los dedos"
Telegrama del embajador de México en Chile, septiembre de 1973.
“Amigo don César: quiero darle una noticia maravillosa. Me voy a Méjico el lunes, de aquí 8 días.
Tomaré el avión en compañía de Diego Rivera”
Carta de Raquel Tibol a César Tiempo, Santiago, mayo 11 de 1953.
Una muestra se inauguró hace pocos días en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Dos ejes la recorren: “La exposición pendiente”, en la que se exhiben bocetos, pinturas de caballete y estudios preparatorios que pertenecen a José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros; y “La conexión sur”, donde se buscó tejer lazos de intercambios entre los maestros mexicanos y los argentinos Antonio Berni, Carlos Alonso, Lino Enea Spilimbergo, Juan Carlos Romero, Diana Dowek, Juan Carlos Distéfano, Demetrio Urruchúa y Juan Carlos Castagnino.
En la web del Ministerio de Cultura se dice -como se dijo también en el discurso de inauguración de la muestra- que es “la primera vez que la obra de estos artistas llega a la Argentina”. Si la pensamos como obra de conjunto, vale. Y no debe significar omisión el retrato cubista del escritor español Gómez de la Serna realizado por Diego Rivera, expuesto en el Malba. Ni la seguidilla de avatares por los que pasó Ejercicio Plástico, el mural de Siqueiros, hecho por encargo de Natalio Botana, para el sótano de la quinta de Don Torcuato. En ese solar descansó por décadas para beneplácito de unos pocos –los propietarios del predio– hasta llegar a las pródigas manos de ácido y cal dadas por encargo de la benemérita señora de Alsogaray, a fin de que la niña María Julia no se corrompiera con el desnudo femenino insinuado en distintas dimensiones. Ahí no quedó la cosa, como se sabe. Más tarde fue la tupacamarización de las paredes, el encorsetamiento de la obra en varios contenedores que estuvieron al aire libre por más de quince años y el decreto como Bien de Interés Histórico Artístico Nacional por parte de un presidente elegido por unos pocos votos. La medida impedía sacar la obra del país, para comercializarla. Años después llegaría su restauración y exhibición pública y gratuita, en la vieja Aduana Taylor. A Dios gracias, las actuales autoridades terminaron con esos –y otros– desmanes y mantienen cerrado el museo por el momento. El bueno de Mariano Obarrio navega en el potencial: “se conservarían piezas históricas como el Mural hecho en 1933 por el artista mexicano David Alfaro Siqueiros” ( La Nación, 13/05/16).
Mejor volver sobre “La exposición pendiente” donde se exhiben obras de quienes han fomentado un fluido diálogo entre el arte, la política y la historia. “Pendiente”, porque esta muestra, con algunas variaciones mínimas, iba a ser exhibida en Chile, cuarenta y tres años atrás. Se sabe que estuvieron colgadas cerca de quince días pero el público no llegó a verlas. El jueves 13 de septiembre era la fecha prevista para su inauguración. Antes llegó el golpe contra el gobierno de Salvador Allende. El curador –museógrafo se decía entonces– Fernando Gamboa logró sacarlas clandestinamente, con el auxilio de un guardia de seguridad del Museo, para regresarlas a su país de origen, en un avión salvoconducto. La muestra pudo ser inaugurada en el Museo de Bellas Artes de Chile, recién en el 2015. El vínculo entre los artistas mexicanos y el pueblo de Chile era de vieja data. Cuando sucedió el terrible terremoto de 1939 que destruyó Chillán, México donó una escuela. Allí recaló Siqueiros en una suerte de exilio tras el atentado contra Trotsky y estuvo más de dos años pintando el mural que representa, entre otras, las figuras de Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Caupolicán, O`Higgins, Benito Juárez, Galvarino, Emiliano Zapata, Francisco Bilbao, rodeados de conquistadores españoles. Su título es “Muerte al Invasor”. En el caso de Diego Rivera, Chile fue el único país de Sudamérica que visitó. Lo hizo para asistir al Congreso Continental de la Cultura, organizado por Pablo Neruda en 1953. Con José Clemente Orozco, en cambio, la relación no parece haber ido más allá de darle su nombre, en 1963, a un museo pictórico ubicado en la Ciudad Universitaria de Concepción.
Tentados estamos, en perspectiva, de insinuar otra lectura para la conexión sur. La que aparece al incorporar el nombre de Raquel Tibol como punto de intersección de los vínculos entre los tres países mencionados: Argentina, Chile y México.
En 1923 nace esta hija de emigrantes judíos centroeuropeos que habían llegado con el barón Hirsch a la provincia de Entre Ríos. A Basavilbaso, más precisamente. Treinta años debería aguardar para enlazar su destino al arte de México y a los muralistas, sobre quienes escribió algunos de los libros que integran su vasta producción de más de cuarenta títulos. En 1950 publicó su único libro de cuentos, Comenzar es la esperanza en Botella al mar, la editorial de los republicanos que recalaron en Argentina tras la Guerra Civil. Raquel Rabí ganó el concurso Iniciación convocado por la SADE con ese libro. El seudónimo era el elegido por la futura Tibol, para acotar el Rabinovich original. Como Raquel Rabí firmó también algunas notas en Davar, revista cultural de la comunidad judía. En febrero del año siguiente, Raquel tomó el tren para Chile con su pequeña hija, para distanciarse de su país y sobre todo del escritor Sergio Leonardo, su marido hasta entonces. Tras la cordillera vivía uno de sus cinco hermanos, quien intermedió para que haga periodismo en los micrófonos de Radio Prat. En ese 1952 escribió también en EVA, revista dirigida al público femenino.
La gran oportunidad llegó al año siguiente, en forma de telegrama: “Raquel, consiga entrevista maestro Diego Rivera. Stop. Tomo un mate a su salud. Stop. César”. Aunque no completara la firma con el apellido Tiempo, el director del suplemento cultural de La Prensa le abría la chance de conocer al muralista mexicano. Raquel pudo asistir al evento organizado por Neruda, por intermedio de Margarita Aguirre, secretaria del poeta. Con la asistencia de delegados de casi todos los países latinoamericanos, el Congreso Continental de la Cultura se realizó entre el 26 de abril y el 3 de mayo. Algunos concurrentes fueron los escritores Benjamín Subercaseaux, René Depestre, Jorge Amado, Nicolás Guillén, María Rosa Oliver, el arquitecto Oscar Niemeyer y el senador chileno Salvador Allende Gossens. Raquel se contactó con el pintor y lo escoltó, junto a una pequeña comitiva, a visitar los cerros santiaguinos, las borracherías y a un viaje hasta Concepción. En el trayecto del tren pudo realizar la entrevista, que Rivera aceptó bajo la condición que fueran en dos partes: una dedicada a su mujer, Frida Kahlo, y otra sobre sí. Ambas notas salieron publicadas en el expropiado periódico porteño. “Frida Kalho. Artista de genio”, finalizaba con una leyenda: “México, D.F., 18 de junio de 1953”. Desde allí fue enviada por la periodista que había viajado a México, tras el ofrecimiento de Diego Rivera para ayudarlo a organizar un congreso similar al de Chile. No se pudo, pero la frustración no fue muy grande para Raquel Tibol. En compensación conoció y acompañó a Frida Kalho, “por algunos días, breves e intensos” habitando “su universo significado por la sinceridad. Era tiempo de extremo sufrimiento para esa mujer de extraña belleza”. Mientras tanto, dio a conocer, poco antes de la muerte de la pintora, algunos “Fragmentos para una vida de Frida Kalho”, en “México en la cultura”, el suplemento cultural del diario Novedades.
Esos primeros artículos encabezaron la secuencia, antes de la llegada de la fridomanía. Tibol dedicaría varios libros a analizar vida y obra de la pintora. En ellos retomó las notas periodísticas escritas en los ’50, lo que permite pensarla como pionera, dado que Frida entonces era prácticamente desconocida en el resto de Latinoamérica. Forjó con ellos un largo trayecto de personales y severos juicios –arbitrarios a veces– que le valieron ser considerada la historiadora y analista de arte más importante de México. País del que adoptó costumbres y su nacionalidad, en 1961. Esta aguerrida polemista recibió numerosos reconocimientosa su tarea, en sus últimos años de vida. No obstante, algunos no olvidan ciertas fricciones sonoras. Como la célebre cachetada que le dio a Siqueiros, allá por 1972, en el I Congreso Nacional de Artistas Plásticos. Apenas vale como anécdota que en nada opaca la erudita pasión para estudiar y difundirlas obras de Diego Rivera, de José Clemente Orozco y de David Alfaro Siqueiros, entre tantos más. De allí la tentación de proponerla como una variante para la conexión sur.
Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, mayo 2016
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