Quienes crecieron imaginando el Año 2000 vieron en Star Wars (1977) la primera representación cinética de un holograma: una proyección tridimensional de la Princesa Leia pidiendo auxilio desde un robot. En verdad, era igual a cualquier carta de las princesas cautivas tradicionales con la diferencia que esta se veía, la invención tecnológica no había alterado el mensaje ni tampoco la disposición interior de los individuos. Un siglo antes, en 1881, Lucio V. Mansilla proponía algo muy distinto. Estaba sorprendido por los descubrimientos que había visto en la Exposición Internacional de Electricidad de París y escribía a Buenos Aires sobre las posibilidades que podrían deparar las nuevas invenciones. Vislumbraba que a partir del desarrollo del fonógrafo, inventado por Edison cinco años atrás, podrían crearse “libros fonográficos que uno oiría hablar en vez de leerlos”, o que combinando un teléfono al fonógrafo se oiría la voz del orador “a lo vivo en la tribuna misma”.
Para Mansilla, cada invención tecnológica transformaba la vida y el ánimo de los individuos. Quizá por eso pensaba en lo que sobrevendría cuando esos objetos fueran utilizados de manera combinada. Lo que había propuesto en Una excursión a los indios ranqueles (1870) era el fundamento de ese principio: el macrocosmos es “el hombre colectivo” que inventa artefactos tanto como hábitos y placeres, y el microcosmos es el “hombre individual” que lucha “por emanciparse de las tiranías de la moda y de la civilización”. Lo que más conquistó su asombro fue la posibilidad de combinar el fonógrafo, la fotografía y el fenaquistocopio, el invento de Joseph Plateau en 1832 que anticipó el mecanismo de los “dibujos animados”. El funcionamiento sincronizado del registro de la imagen, el sonido y el movimiento podría hacer realidad, decía Mansilla, un sueño imposible: que “el hombre venciera a la muerte” o que al menos continuara “viviendo para la posteridad”.
Sesenta años después, esa ilusión fue el corazón de la trama de La invención de Morel (1940). La novela de Bioy Casares, que fue vista como precursora de la televisión y más tarde de los hologramas, mostraba al protagonista en una isla solitaria sorprendiéndose por la extraña aparición de personas que parecían reales: estaban allí, podía verlas, pero ellas no lo veían; estaban allí, pero apenas eran imágenes de lo que habían sido. La isla era su infierno en el que moraban en una continua repetición. El sueño de Mansilla se había vuelto pesadilla con los experimentos del Doctor Morel.
Pero La invención de Morel deslizaba algo más: que cualquier invención tecnológica transforma el ánimo de los individuos. Y resulta pertinente destacarlo por el contraste que habría de tener con el holograma pionero de Star Wars. En la película, la irrupción del holograma no desataba transformaciones interiores en los personajes-individuos. La gran sorpresa que ofrecía la imagen de la Princesa se asentaba en su efecto residual, en el artificio que sugería lo completo al mismo tiempo que aseguraba que no podía ser sino incompleto: la película simulaba la proyección de un holograma que el público debía ver imperfecto, justamente para demostrar que no lo era. El uso de ese procedimiento no era una innovación, formaba parte de la arraigada tradición literaria, lo nuevo estaba en que abandonaba el acotado lugar de la ficción para expandirse como una clave fundamental del tiempo histórico que asomaba. ¿Podía imponerse la realidad como un holograma imperfecto proyectado en la película de la vida cotidiana? Cinco años después del estreno de la película, Ronald Reagan anunció un sistema de defensa estratégico contra un posible ataque de misiles de la Unión Soviética que, de inmediato, fue conocido como Star Wars. Dos semanas antes del anuncio, cuenta Bruce Franklin en War Stars: Guerra, ciencia ficción y hegemonía imperial (2008), el presidente había visitado Epcot Center de Disneylandia y ponderó la influencia positiva que tenían los videojuegos en la formación de los niños, en especial uno, Invasores del espacio. Y eso sin abundar demasiado sobre un detalle anterior de Reagan en sus días como actor de cine, señalado también por Bruce Franklin: en la película Desenmascarados, el futuro presidente hacía de un agente del servicio secreto que desintegraba un avión enemigo con “una nueva superarma”, una máquina de rayos que haría “invencible a EE.UU. en la guerra”. La película se estrenó el mismo año que se publicaba La invención de Morel y que Nicola Tesla propusiera construir “una Muralla China de Defensa invisible” para EE.UU. con “un rayo de unas cien millonésimas de centímetros cuadrado de diámetro” que sería disparado hacia el espacio.
El tiempo histórico que asomó junto a Star Wars no debería ser interpretado como un simple escalada de la fusión entre ciencia ficción y realidad, fue mucho más que eso, era una modificación del estatuto de la realidad. Lo incompleto, lo imperfecto debían ser entendidos como el reaseguro de que no hay nada incompleto ni imperfecto. Y la razón de que no se viera esa verdad en su total transparencia debía ser entendida como el “daño colateral” que sufren los individuos ante el rutilante avance tecnológico, bla bla blá. Ese nuevo estatuto de la realidad podría ser interpretado de otro modo desde Mansilla: un macrocosmos que tiende a anular el microcosmos. Porque del mismo modo que la pertinaz valorización de la instantaneidad se sostiene sobre la negación del transcurrir durativo y de la historia, la hiperconexión corroe el valor de la distancia y con eso la mirada crítica. No hay reflexión ni crítica sin distancia. El anhelo de la proximidad de lo distante convive con la amenaza de la anulación del Otro tanto como del Yo, que ha quedado convertido en un Uno o macrocosmos. El slogan de Samsung lo anuncia sin tapujos: “Todo está conectado para que tu vida sea más simple”. ¿Por qué la vida debería ser “simple”? ¿Qué se entiende por “simple”? La compañía ilustra con sus slogans las imágenes de sus Smartphone y los lentes para ver hologramas de alta definición, los que utilizó el presidente Macri semanas atrás al visitar, desde la Casa de Gobierno, las obras públicas de un viaducto en la mismísima ciudad de Buenos Aires, a menos de cuatro quilómetros de donde estaba con sus lentes. Por supuesto, la compañía Microsoft le entregó al Presidente dos dispositivos para que el gobierno haga uso de ellos. (“El Presidente Remoto: Macri visitó Obras públicas en hologramas”, Perfil, 15/12/16).
Si todo está conectado, a nadie entonces podría sorprender que los hologramas pasen de los escenarios del espectáculo a la política convertida en un espectáculo. Ha habido hologramas del rapero Tupac Kapur, Michael Jackson y, entre tantos otros, una original manifestación en Madrid en contra de una ley que restringía la protestas ciudadanas, pero también campañas políticas. El Primer Ministro de la India, Natendra Modi, “visitó” más de 1.500 lugares a través de un holograma en la campaña que lo condujo al poder en mayo de 2014. En su holograma repitió el discurso de 45 minutos en distintas plazas del país ante multitudes que nadie podría definir como hologramas. La empresa Hologram USA y la británica Musion fueron quienes realizaron la producción. (“El futuro es holográfico”, A.Sucasas, El País, 26-10-14) Desde entonces, la empresa estadounidense se ocupó de preparar un presupuesto para las elecciones presidenciales en EE.UU. de 2016, pero al parecer no fue utilizado.
“Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario no son tan profundos”, decía Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles: “La visión puede convertirse en una amable o en una espantosa realidad”. Sin duda le habría interesado conocer el “fantasma Pepper”, la idea base sobre la que se desarrollaron los hologramas. El científico John Henry Pepper (1821-1900) la había dado a conocer en 1862 en una representación sobre un relato de Dickens que concitó la atención de científicos tanto como del público en general. Sin embargo, hasta donde sabemos, el invento de Pepper no estuvo presente en la Exposición Internacional de Electricidad de 1881, quizás aguardaba su tiempo para convertirse en Sargento e integrar la Banda de Corazón Solitarios, de otro modo Mansilla lo habría incorporado a su combinación de fonógrafo y fenaquistocopio.
Los hologramas no escapan de la citas, la marca registrada de estos tiempos. Pero con una salvedad, que a Star Wars no se le pasó por alto: ahora vivimos en las citas. Ya no nos tropezamos con ellas, como sugería Susan Sontag en sus “Notas sobre el camp”, en 1964, tres años antes de que Los Beatles grabaran Sargent Pepper. Y ahí está para probarlo Azuma Hikari, “la novia virtual” de Gatebox, ideada para compensar, dicen, al 32% de solitarios que habitan las casas de Japón ¿Quién podría asegurar que la adquirirán únicamente los solitarios y no los curiosos para tener la experiencia de la cita? ¿Cuál sería la diferencia? Azuma Hikari se ofrece como asistente inteligente, una compañía con quien interactuar que es capaz de reconocer rostros y voces. Está dentro de una cápsula de vidrio y parece decir “Ayúdame Obi-Wan Kenobi, eres mi única esperanza”.
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, diciembre 2016
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2 comentarios:
Muy interesante. Azuma me acuerda de un artículo sobre gatos artificiales, robots que acompanian a gente de edad avanzada, tambien producidos en Japón. Susurran cuando los acaricias, no comen, no defecan, todo lo que necesitan es un reemplazo de batería de vez en cuando. Llenan la soledad. Pronto seran como Azuma parte del internet de las cosas, que se conectan en las casas privadas, en el auto, y - menos observado - en el trabajo. Azuma es parte de una creciente industría de servicio. Y de vigilancia. Azuma vigila y disciplina.
El otro aspecto que me inquieta es la militarización del mundo virtual. Hologramas programan nuestros esquemas de percepción, modificando esquemas más viejas. La princesa que necesita ayuda. Ahora pide guerras galácticas que se parecen a videojuegos que sirven para entrenar futuros pilotos. Todo se conecta. El futúro ya ha pasado. Muchos de los que percibimos el atentado sobre las torres gemelas (se cayeron tres) sentimos que ya habíamos visto la escena en alguna película.
Gracias, Wolfgang, por el comentario. Sí, creo que habría que insistir con esa idea que sugerís sobre la militarización del mundo virtual.
MV
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