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Me alegra estar triste: "Sobre la canción de amor", por Nick Cave


En septiembre de 1999, Nick Cave, el líder de The Bad Seeds, dio una conferencia sobre la canción de amor, un género que por entonces había cultivado durante más de veinte años. En su charla con estudiantes, reflexiona sobre la escritura de las canciones, su relación con la religión, el dolor y la tristeza. Para explicarse recurre a García Lorca, a su teoría del duende y el juego. Diez años después, en octubre de 2009, Diario de Poesía publicó una traducción de la conferencia, a cargo de Jaime Arrambide, en un número especial acerca de la poesía y la música.


Esta invitación a venir aquí a dar clase, a disertar, a impartir el conocimiento que he reunido sobre la poesía, sobre la escritura de letras de canciones, me llena de sentimientos encontrados. El más fuerte, el más insistente de esos sentimientos, tiene que ver con mi padre, que era profesor de literatura inglesa en la escuela secundaria a la que yo asistía en Australia. Recuerdo claramente cuando tenía alrededor de doce años y me sentaba en el aula o el salón de actos, como ustedes ahora, a escuchar a mi padre, que estaba parado aquí donde estoy yo ahora, y me decía para mis adentros, en mi tristeza e infelicidad, porque yo era básicamente un niño sombrío e infeliz: "No importa lo que haga con mi vida siempre y cuando no termine como mi padre". A los cuarenta años de edad, me parece que todo lo que puedo hacer me acerca más a él. A los cuarenta años, me he convertido en mi padre, y acá estoy, enseñando.
     Hoy me gustaría hablar un poco de "la canción de amor". contarles mi propio acercamiento a ese género de la escritura de canciones que forma parte, según creo, del corazón mismo de mi búsqueda artística personal. Y quiero repasar otros trabajos, que por los motivos que sean, considero como logros sublimes de la más notable de las búsquedas artísticas: la creación de una gran canción de amor.

Al mirar atrás a estos últimos veinte años, veo que prevalece una certa claridad. En medio de la locura y el caos, pareciera que he estado golpeando el parche de un mismo tambor. Veo que mi vida artística ha estado abocada al intento de articular la naturaleza de un sentimiento de pérdida casi palpable y que se ha cobrado mi vida. Un enorme abismo que se abrió bajo mis pies con la inesperada muerte de mi padre, cuando yo tenía diecinueve años. La manera que encontré de llenar ese agujero, ese vacío, fue escribir. Fue mi padre el que me enseñó, como si hubiese querido prepararme para su partida. Escribir me permitió tener acceso directo a mi imaginación, a la inspiración y, en definitiva, a Dios. Gracias al uso del lenguaje, advertí que podía dar existencia a Dios con la escritura. El lenguaje se convirtió en la sábana que arrojaba sobre el hombre invisible para darle forma. Mi primera motivación como artista sigue siendo hacer realidad a Dios a través de las canciones de amor. La canción de amor es quizás el don humano más sincero y distintivo en el que podemos reconocer a Dios, y es un don que Dios mismo necesita. Dios nos dio ese don para que podamos hablarle y cantarle en vida, porque Dios vive en la comunicación. Si el mundo se quedara de pronto en silencio, Dios se deconstruiría y moriría. El propio Jesucristo dijo en una de sus más bellas frases, "Donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos". Lo dijo porque allí donde se reúnen dos o más personas, hay lenguaje. Yo descubrí que el lenguaje era un bálsamo para las heridas que me dejó la muerte de mi padre. El lenguaje se convirtió en un bálsamo para la nostalgia.

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En su brillante conferencia titulada "Teoría y juego del Duende", Federico García Lorca intenta desentrañar la inquietante e inexplicable tristeza que habita en el corazón de ciertas obras de arte. "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende", dice. "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica." En el ámbito del rock contemporáneo, área en la que me desempeño, la música parece menos proclive a tener alma propia, estremecida e incansable, esa tristeza de la que habla Lorca. Entusiasmo, muchas veces; rabia, puede ser; pero verdadera tristeza, raramente. Bob Dylan siempre la ha tenido. Leonard Cohen comercia específicamente con ella. Acecha a Van Morrison como un perro negro y sin embargo intenta no escaparse. Tom Waits y Neil Young son capaces de conjurarla. Persigue a Polly Harvey. Mis amigos de Dirty 3 la tienen a raudales. A la banda Spiritualised los excita. Tindersicks la desea con desesperación, pero en general el duende parece demasiado frágil para sobrevivir a la brutalidad de la tecnología y la creciente aceleración de la industria de la música. Quizás en la tristeza simplemente no haya dinero, ni haya dólares en el duende. Tristeza y duende necesitan espacio para respirar. La melancolía detesta el apuro y flota en silencio. Hay que tratarla con cuidado.
    Las canciones de amor deben tener duende. Porque la canción de amor nunca es realmente feliz. Debe en primer lugar tener potencial para el dolor. Esas canciones que hablan de amor sin tener entre sus líneas una pena o un suspiro no son canciones de amor sino más bien canciones de odio disfrazadas de canciones de amor, y no son de fiar. Esas canciones niegan nuestra humanidad y nuestro derecho divino a estar tristes, y son la basura que llena las ondas de radio. En la canción de amor debe resonar el susurro de la pena, el tintineo del dolor. El escritor que se niega a explorar las zonas oscuras del corazón nunca será capaz de escribir convincentemente acerca del milagro, de la magia y la alegría del amor, del mismo modo en que la bondad es sospechosa si no ha respirado el mismo aire que la maldad, y aquí me viene a la mente la imperecedera metáfora de Cristo, crucificado entre dos criminales. Por lo tanto, en el entramado de la canción de amor, en su melodía, su letra, uno debe ser capaz de reconocer su potencial para el sufrimiento.


En su notable canción "Perfect Day", Lou Reed escribe, casi en la forma de un diario, los eventos que deben concurrir para que un día sea perfecto. Es un día que vibra con la belleza suspendida del amor, un día en que él y su amada se sientan en el parque a tomar sangría, alimentan a los animales del zoológico, van al cine, etc. Pero son las líneas que oscurecen el tercer verso, "Me sentía otro, me sentía alguien bueno", las que transforman esta canción, de otra manera sentimental, en la obra maestra de la melancolía que es. Estas líneas no sólo rezuman fracaso y vergüenza, sino que nos recuerdan de manera más general la naturaleza efímera del amor, que tendrá su día "en el parque", pero como Cenicienta, que debe regresar a medianoche al hollín y las cenizas de su mundo sin magia, él también deberá regresar a su antiguo ser, su ser malo. Esta canción emana del vacío, arropada por la pérdida y la nostalgia.


[...]

Dentro del mundo de la música pop moderna –un mundo que se ocupa ostensiblemente de la canción de amor, pero que en realidad no hace más que esparcir por las ondas de radio porciones tibias y amarillentas de vómito de bebé–, la verdadera tristeza no es bienvenida. Pero a veces aparece una canción que detrás de su ritmo plástico y descartable oculta la lírica de un amor de magnitud devastadora. "Better The Devil Yoy Know" (Mejor malo conocido"), escrita por los fabricantes de éxitos Stock, Atkin y Waterman e interpretada por la sensación de pop australiano Kylie Minogue, es una de esas canciones. El terror del Amor disfrazado detrás de una música pop inocua y hueca es un concepto inquietante. "Better The Devil Yoy Know" es una de las letras de amor más violentas y desesperadas de la música pop.

Decí que no me vas a abandonar
Y yo te vuelvo a aceptar
Basta de excusas, no más
Las conozco todas ya
Una y mil veces o más

Voy a perdonar y olvidar
Si decís que no te vas
Lo que dicen es verdad:
Mejor malo conocido

Ya conozco tu canción
Me decís que me amás
Y no pido nada más
Vos me llamás y, yo voy



Cuando Kylie Minogue canta esas palabras, la inocencia en su voz hace aún más convincente el horror de esta letra estremecedora. la idea presente en el interior de esta canción es negra, siniestra y triste –que todas las relaciones de amor son abusivas por naturaleza, y que ese abuso, ya sea físico o psicológico, es bienvenido y celebrado– y demuestra hasta qué punto la canción más inocua puede esconder terribles verdades humanas. Como Prometeo encadenado a su roca para que el águila pueda comerle el hígado cada noche, Kylie se ofrece como cordero para el sacrificio del amor, con un balido que conmina al lobo hambriento a devorarla cuantas veces quiera, todo al ritmo de un tecno pegadizo. "Y yo te vuelvo a aceptar. Te acepto una vez más". Claro que sí. De ese modo, las canciones de amor se convierten en vehículo de un desgarrador retrato de la condición humana, no demasiado diferente al que brindan los Salmos del Antiguo Testamento.

[...]

Finalmente, me gustaría repasar una de mis propias canciones de amor, que grabé para el álbum llamado Boatman`s Call. Siento que esta canción es un buen ejemplo de mucho de lo que he dicho hoy aquí. La canción se llama "Far From Me".



Para tu amor nací
Para vos me criaron
Para vos he vivido y para vos moriré
Y por vos estoy muriendo
Eras mi loquita, mi amante
En un mundo donde cualquiera se coge a
/cualquiera
Tan lejos estás de mí
Lejos de mí
Te hablaba de mil cosas
Y me contestabas con una sonrisa
Entonces el sol se iba de tu carita
Y te replegabas del frente de tu ojo
Me decís que estás mejor así
Espero que tu corazón lata contento en
/ese pecho de niña
Tan lejos estás de mí
Lejos de mí
Lejos de mí
No hay nada qué saber, pero lo sé
No hay nada que aprender de esa voz
/ausente
Que llega a mí desde el otro lado de la
/línea
Desde lo ridículo hacia lo sublime
Me alegra oír que te va bien
Pero podrías encontrar a otro a quien
/llamar para contarle
¿Alguna vez te importé?
¿Alguna vez estuviste para mí?
Tan lejos de mí
Dijiste que te ibas a quedar pegada a mí
Esas fueron tus palabras
Amiga sólo en las buenas
Fuiste mi amante corazón de león
Que a la primera de cambio corrió con su
/mamá
Tan lejos de mí
Lejos de mí
Suspendida en tu negro océano sin peces
Lejos de mí
Lejos de mí

Me tomó cuatro meses escribir "Far For Me", que fue lo que durá la relación que describe la canción. Los primeros versos fueron escritos durante la primera semana de romance, están llenos de la heroicidad dramática del amor nuevo, y describen el sentimiento en su totalidad, sin descartar su potencial de sufrimiento, "Y por vos estoy muriendo". Sitúan a los amantes en un mundo indiferente "donde cualquiera se coge a cualquiera" e incorporan la idea de distancia física que el título sugiere. Extrañamente, sin embargo, y como si hubiese esperado a que se produjera la "experiencia traumática" de la que hablábamos antes, la canción no se dejó terminar hasta que la catástrofe finalmente ocurrió. Algunas canciones son así de tramposas, y lo más sabio es tener mucho cuidado con ellas. Muchas veces descubro que las canciones que escribo saben más de lo que pasa en mi vida que yo mismo. Tengo páginas y páginas de cuartetas para esta canción que fueron escritas cuando la relación iba en popa. Una dice así:

La camelia, la magnolia
Tienen flores tan hermosas de Santa María
nos dan la hora

Palabras bonitas, inocentes, que ignoraban que un día y otro todo se vendría abajo. Las canciones de amor que se pegan a la experiencia real, que son una poetización de hechos reales, contienen una belleza muy especial. Siguen vivas igual que los recuerdos, y como están vivas crecen, se transforman y desarrollan. "Far From Me" es una canción que ha encontrado su propia personalidad, una que excede la que yo le di originalmente al escribirla y que tiene el poder de modificar mis propios sentimientos acerca del hecho en sí. Es algo extraordinario, y uno de los maravillosos beneficios de escribir canciones. Las canciones que he escrito y que tratan de relaciones en sí. A través de esas canciones, he logrado hacer una mitología de los hechos comunes de mi vida, elevándolos del plano de lo temporal para lanzarlos más allá de las estrellas. La relación que describe "Far From Me" ya fue y ya pasó, pero la canción sobrevive, como un pulso que recorre mi pasado. Veinte años hace que escribo canciones y los abismos de vacío se siguen ensanchando. Esa tristeza inexplicable, ese duende, esa saudade, ese divino descontento persiste y quizás persista hasta que le vea la cara al mismo Dios. Pero cuando Moisés quiso verle la cara a Dios, en Exodo 33, 188, le respondieron que no podría resistirlo, que ningún hombre puede ver su rostro y vivir para contarlo. A mí, en todo caso, no me importa. Me alegra estar triste. Pues el residuo, los desechos de esa búsqueda, las canciones mismas, mi torcida progenie de hijos de ojos tristes, andan por ahí y de alguna manera me protegen, me consuelan y me mantienen vivo. Son los compañeros de exilio del alma, los que la salvan de ese anhelo irrefrenable de algo que no pertenece a este mundo. La imaginación necesita reemplazarlo, y al escribir canciones de amor uno se sienta a la mesa con la pérdida y la nostalgia, con el éxtasis de la locura y la melancolía, con la magia, el gozo y el amor, y con iguales cantidades de respeto y gratitud. La búsqueda espiritual tiene muchas caras: religión, arte, drogas, trabajo, dinero, sexo. Pero esa búsqueda rara vez sirve a dios de manera tan directa como escribir canciones de amor, y rara vez la recompensa es tan grande.

Nick Cave,
Viena, Septiembre de 1999
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