Recién salida de imprenta, esta antología demuestra, sin grandes anuncios ni panfletos luminosos, la vitalidad de la crítica literaria y, contra varios pronósticos, que se reproduce en perfectas condiciones al interior de la academia. La Editorial Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras acaba de publicar un libro de 430 páginas, con tapa verde y un título en apariencia catastral que contiene las voces de 177 poetas argentinos, en un precioso ramo de 290 flores. El equipo de floristas, integrado por Américo Cristófalo, en el prólogo, y seguido por los antólogos Luciana del Gizzo, especialista en poesía argentina, y el poeta y crítico Facundo Ruiz llevó adelante un trabajo descomunal que hoy, después de varios años de trabajo, por fin está a la venta. El saber del florista suele asociarse a una serie de competencias estéticas, conocer con detalle el destino del ramo que pretende vender, si es una corona de flores, si acaso será el ramo de una novia o una surtida y colorida antología de flores para visitar a un pariente enfermo. Pero también los floristas desarrollan competencias poéticas, en el sentido de las reflexiones sobre la producción: cuándo transplantar una flor, cómo mantenerla viva, en qué medida la selección garantiza longevidad o una vida efímera para las flores.
Las antologías se definen por su lugar entre el arte de la floristería y la ciencia de la paleontología. Hay floristas que arman ramos de plástico y paleontólogos que se parecen a Simónides, el famoso poeta griego que supo decir a los deudos, gracias a su entrenada memoria espacial, dónde estaba cada muerto, tras el derrumbe del tejado en casa de Scopas, el noble de Tesalia; pero, por lo general, un antólogo florista sabe dar sobrevida a los poemas y los paleontólogos llevan huesos, como piedras mudas, de un estante a otro. Según cuenta Cristófalo, en el prólogo a este libro, existe una larga historia de antologías argentinas que se inicia en 1824 con La lira argentina y se extiende hasta el bicentenario con los volúmenes compilados por Jorge Monteleone, 200 años de poesía argentina y por Violeta Kesselman, Ana Mazzoni y Damián Selci: La tendencia materialista. Antología crítica de la poesía de los 90. Este proyecto, que por fin ve la luz como libro, se distancia de la serie autoral y opta por los temas. El amor, la política, la tierra y el río, los idiomas argentinos, los exilios, el trabajo, las traducciones, las geografías, la violencia, las ciudades y fronteras, las poéticas y las figuras existenciales son las hipótesis de lectura que reunen los 290 poemas. La antología no pretende agotar la poesía argentina, ni señalar una tendencia, sino demostrar que la poesía es potencia multiplicadora.
"Las máquinas" o "Alerta, hijos de Dios", de Ezequiel Martínez Estrada, por ejemplo, no son sus dos mejores poemas. Borges mencionó "El mate", podríamos sugerir otros. Pero "Las máquinas", publicado en Nefélibal (1922), demuestra ser un gran poema luego de "Zurciendo medias", de Silvia Fernández (Versos, 1922) y antes de "La dactilográfa tuberculosa", de Nicolás Olivari (La musa de la mala pata, 1926).
Las máquinas
Más bien que a Dios semejante a la hormiga,
el hombre era un fecundo escarabajo
consumido por la fuerza de la guerra y el trabajo
lleno de odio, de espanto y de fatiga.
Más tarde la palanca dio sosiego
al brazo; el eje al pie; la rueda al lomo.
Y debido a la máquina fue cómo
el hombre se hizo a imagen de Dios luego.
Los antólogos incluyeron "Las máquinas" bajo el tema: "El trabajo". La trama tejida entre las máquinas y la cultura, asunto recurrente en toda la obra de Martínez Estrada, presedida por el poema de Silvia Fernández (1857-1945) devuelve un sentido familiar en los primeros libros de poesía de Martínez Estrada. Entre las flores del ramo que compusieron Cristófalo, del Gizzo y Ruiz se producen afinidades inesperadas, chispasos de corriente eléctrica. "Las máquinas" después de "Zurciendo medias" no sólo refiere las tecnologías de la palanca, el eje y la rueda, sino también a la escritura como técnica. El poema de Fernández, la poeta modernista, compara el acto de escribir con el acto de zurcir medias. La lectura de un poema junto al otro provoca una asociación que flota entre el trabajo, el zurcido, el tejido, las máquinas, la cultura y la escritura. ¿Primero fue la máquina y después la cultura, primero la escritura y después el lenguaje?
Al prescindir de la serie autoral, la antología dispone una sofisticada ingeniería en la que se evidencian las mecánicas de los críticos involucrados. El libro sugiere, en línea con otros trabajos de del Gizzo, una impugnación general al hiato entre modernismo y vanguardia en la historia crítica. Antes de reunirse en esta antología, los poemas fueron puestos en escena. El proyecto nace de una propuesta del ex ministro de educación, Alberto Sileoni, quien sugirió la idea de que actores leyeran poesía argentina para televisión. Fue concretado en piezas teatrales mínimas que tuvieron lugar en el Teatro Nacional Cervantes. Poesía dramática, dramaturgia poética, variantes de la ingeniería crítica de Cristófalo: la literatura como teatro, de pie, con tonalidades y matices sonoros, dicha a viva voz. Facundo Ruiz aporta un ingrediente invisible. Como rastros del polvo de campanita, quedan marcas del crítico, poeta y narrador en las junturas, en las conexiones, en las asociaciones abiertas, en la arquitectura general, en la meditada y arbitraria desmesura: la antología recuerda un juego de cartas, los poemas se muestran de este modo, podrían mostrarse de otros, pero es el claro resultado de una partida de naipes-poemas.
La tapa es verde, un verde institucional; el título gris, descriptivo. Al final hay un apartado sobre los autores que también es un índice onomástico y que reenvía a las páginas donde aparecen las contribuciones de los 177 poetas. Pero el gris y el verde institucional, el rigor y la precisión onomástica, con el correr de la lectura se van haciendo cortantes, filosos; los paratextos asumen, en relación al contenido del libro, un magnetismo insospechado: el volumen se vuelve cada vez más pesado. Una extraña ironía irradia desde la textura prefacial compuesta por los antólogos: la más académica antología poética es, al mismo tiempo, la más poética crítica académica. En este punto, el libro tiene un efecto performativo. Como objeto conceptual, al mismo tiempo se muestra sin secretos e interroga sus límites y sus fundamentos, se muestra más como un proceso que como resultado, son estos poemas, podrían ser otros, es una propuesta lectora, un itinerario entre otros y no la edificación de un monumento ni una colección de ejemplares muertos. Como la película de Jim Jarmusch sobre la poesía de William Carlos Williams, esta antología suguiere al lector que se vuelva productor, que no importan tanto los rótulos de la estética, sino la productividad de las lecturas.
Pablo Luzuriaga
Buenos Aires, EdM, diciembre 2017
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