Sarah Winchester es mucho menos conocida que los rifles fabricados por su esposo James.
El matrimonio tuvo una hija que falleció quince días después de su nacimiento. Dicen que ese fue el disparo que comenzó la lenta agonía de Sarah.
Cuando James murió, el mundo terminó por cerrarse a su alrededor. Sarah tomó toda su fortuna y esperó una señal del esposo desde el más allá que le dijera dónde debía vivir. Oyó una sola palabra: Aquí. Y en ese mismísimo lugar, en San José, California, comenzó a construir su mansión. Eso fue en 1884. ¿Por qué James no le decía algo más? Los espiritistas con los que consultaba ofrecían distintas respuestas y recomendaciones. James había dicho “aquí”, igual que el apóstol Pedro, por lo tanto era allí donde ella debía edificar una casa tan grande como toda la iglesia romana, un modo de expiar la culpa de los Winchester o desafiar al mismísimo Papa; o construir una casa tan enorme que pudiera albergar cada una de las almas en pena de los muertos por sus rifles. ¿Cuántos eran los muertos? Infinitos, o al menos incontables.
En los treinta y ocho años que le restaron de vida, Sarah construyó una casa que tuvo 160 habitaciones, más de 2 mil puertas y 10 mil ventanas, y la cantidad de sus pisos burlaban las cuentas. Así y todo sabía que era poco, porque aun cuando las almas en pena quisieran compartir los cuartos jamás serían suficientes. La construcción se mantenía en movimiento las veinticuatro horas todos los días, y sin embargo era insuficiente. Sarah no dejaba de recibir señales que se lo recordaban, no ya de James sino de la naturaleza. En 1906, durante el terremoto de San Francisco, llegó a quedarse encerrada en uno o dos cuartos -o tal vez fueron más-, sin saber cómo llegar a la puerta de entrada. Hay que aclarar que había puertas que daban hacia a otras que no abrían, o que conducían a un muro, o una ventana con vistas a ninguna parte.
Sarah ponía especial atención en la decoración de cada uno de los cuartos, todos tenían pequeños detalles que los distinguían entre sí. Dicen que con eso buscaba que las almas se sintieran únicas en medio de la muerte que las mantenía indiferenciadas. Una manera de halagarlas en su vanidad.
También hay quienes sostienen que Sarah construyó ese descomunal laberinto sólo para su propia alma en pena. Nunca estaba más de dos horas en un mismo cuarto, era como si no quisiera que su alma se acostumbrase al lugar, o tal vez como si buscara marearla con tanto movimiento y así olvidarla en algún rincón sin que ya supiera regresar.
Anselmo Parino (Mar del Plata / Montevideo)
Alsemo Parino tiene en preparación un libro de relatos breves titulado 1001. El relato que publicamos formará parte de ese volumen.
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