Los tablones que rodean las reformas edilicias del Centro Cultural Gral. San Martín nos regalaron el último verano una obra de arte con la firma del artista colectivo Partido Comunista. Por encima del dibujo aerosolado un cartel institucional y normalizador tenía el buen tino de avisarnos que allí, en la esquina de Sarmiento y Paraná, había una obra. De exhibición tan fugaz como la pegatina de carteles bailanteros lo permitieron.
La presentificación fotográfica nos permite analizar un poco más la imagen artística del retrato del Ché Guevara. Una mímesis de la foto emblemática de Korda, ya vaciada de sentido de tan reproducida, pero que tiene un plus crítico y resignificante. Lo que resulta curioso es que el ícono inconfundible del Ché Guevara, con su gorra estrellada y su melena leonina, parece contener el rostro de Don Ramón, alias Rondamón, el personaje boludeado pero querible del Chavo. Es poco probable que se trate de un stencil jocoso. Muy por el contrario, el semblante parece graficar un síntoma contemporáneo: transitamos una época de Chés flacos. Una certeza tan desamparada como la constelación uni-estelar que corona el polo magnético de la intensa mirada guevarista.
Se podría trazar una hipótesis que explicara este Ché rondamonizado a partir de la influencia del muralismo mexicano. Comunistas de partido como Rivera y Siqueiros pueden haber sido referentes estéticos de la cuadrilla graffitera. Y cuando la identificación se estrecha, el imaginario se puebla de símbolos afines. Aunque el único eslabón que une a Don Ramón con Rivera y Siqueiros es la nación mexicana. País de partida del Ernesto que comenzaba a ser Ché.
El caso nos obliga a profundizar la decantación en el magma de sentidos fundidos con técnicas mineras. Los pormenores que encierran el significado de la imagen metafórica en cuestión nos revelan una síntesis poética más compleja aún. Don Ramón es apenas un símbolo intermediario. Los elementos deconstruidos comienzan a constelarse de forma tal que podemos trazar las líneas que completan el enigma del retrato.
Si hubo un país de partida del mito guevarista, hubo también un país de arribo, tránsito y consagración; y, claro, un país de sacrificio y martirio. En los valles de Bolivia, el Ché fue capturado hambriento y adelgazado. Y luego fusilado. El PC parecería estar experimentando entonces una evidente deriva foquista que explica esta reivindicación del Ché boliviano. La táctica parece consistir en valerse de personajes populares y masivos y encabalgarlos sobre algún contenido político. Una especie de arte pop del siglo XXI que busca prender simpatías por el costado massmediático. En este plano, se complica descifrar si el personaje massmediático es uno u otro.
Pero falta un último dato que nos sugerirá que el rostro desnutrido y engalanado con los accesorios guevaristas es Don Ramón y es Guevara. Porque en la relación entre los dos personajes no hay nada inmotivado. ¿O acaso Ramón no fue el último nombre de guerra del Ché?
Se podría trazar una hipótesis que explicara este Ché rondamonizado a partir de la influencia del muralismo mexicano. Comunistas de partido como Rivera y Siqueiros pueden haber sido referentes estéticos de la cuadrilla graffitera. Y cuando la identificación se estrecha, el imaginario se puebla de símbolos afines. Aunque el único eslabón que une a Don Ramón con Rivera y Siqueiros es la nación mexicana. País de partida del Ernesto que comenzaba a ser Ché.
El caso nos obliga a profundizar la decantación en el magma de sentidos fundidos con técnicas mineras. Los pormenores que encierran el significado de la imagen metafórica en cuestión nos revelan una síntesis poética más compleja aún. Don Ramón es apenas un símbolo intermediario. Los elementos deconstruidos comienzan a constelarse de forma tal que podemos trazar las líneas que completan el enigma del retrato.
Si hubo un país de partida del mito guevarista, hubo también un país de arribo, tránsito y consagración; y, claro, un país de sacrificio y martirio. En los valles de Bolivia, el Ché fue capturado hambriento y adelgazado. Y luego fusilado. El PC parecería estar experimentando entonces una evidente deriva foquista que explica esta reivindicación del Ché boliviano. La táctica parece consistir en valerse de personajes populares y masivos y encabalgarlos sobre algún contenido político. Una especie de arte pop del siglo XXI que busca prender simpatías por el costado massmediático. En este plano, se complica descifrar si el personaje massmediático es uno u otro.
Pero falta un último dato que nos sugerirá que el rostro desnutrido y engalanado con los accesorios guevaristas es Don Ramón y es Guevara. Porque en la relación entre los dos personajes no hay nada inmotivado. ¿O acaso Ramón no fue el último nombre de guerra del Ché?
Luciano Beccaria (Buenos Aires)
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