PIES DE IMAGEN

De las estructuras conceptuales, por Marcos Bertorello


Es el rey, ¿quién puede decirle que no? Elvis pide una audiencia secreta con el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Son las 9:30 de la mañana y es el 21 de diciembre de 1970 – los fundamentos que sostiene un edificio conceptual parecen temblar a cada paso: la rigidez genera parodia involuntaria. Elvis tiene 35 años, y le restan siete de vida. Nixon, es diferente: es un hombre maduro de 57 que vivirá hasta los 81. Elvis, esa mañana, está empastillado hasta la médula, de modo que en su cara se pueden ver los signos de su amor por los barbitúricos: los ojos vidriosos, idos, los cachetes un poco gordos, ojeras, y un aspecto de estar en otro planeta -, si un concepto entra con honor en el museo de lo establecido se convierte en un asesino aristócrata, como Jack, el destripador: ahora queremos justificar sus tropelías con tal de seguir manteniendo su vigencia. Los asesores de Nixon, en un principio, no saben cómo tomar el pedido del astro. Algunos llegan a suponer que se trata de una broma de mal gusto. Es que Elvis quiere entrevistarse con el presidente de los Estados Unidos con un fin preciso: quiere una placa de agente federal. Elvis quiere ser agente secreto del gobierno. Elvis quiere investigar el ambiente de la música. Está preocupado por el avance de la cultura hippie, la ideología izquierdista de los estudiantes demócratas, el comunismo y los movimientos de defensa de los derechos para los negros. Son preocupaciones que comparte con Nixon – un concepto puede perder vigencia pero seguir teniendo encanto: la elegancia de ciertas hipótesis importan más por su forma que por su utilidad. Elvis y Nixon no tienen nada en común, más que una visión un poco obtusa sobre los problemas de su país y del mundo. Nixon es un político inteligente, además de un canalla. Elvis es un tipo simple (dije simple, no sencillo). Y esa simpleza termina siendo caprichosa y por eso mismo, ofensiva. De modo que cuando se dan la mano en el salón oval de la casa blanca, en esa mañana de 1970, en esa mañana surrealista, cuando se dan la mano y los dos posan para la foto, se nota, con claridad, la distancia que hay entre ellos: uno, Elvis, mira la cámara como si supiera el chiste que está montando; otro, Nixon, mira con algo de incredulidad y con ganas de pasar a otra cosa – un concepto se aniquila a si mismo, cuando su elegancia y encanto quedan a la vista de todos, como si estuviera en una vidriera de la Quinta Avenida. Elvis llegó a la Casa Blanca con una carta escrita a mano. Una carta de tres carillas escritas en hojas con membretes de un hotel. Es una carta en la que Elvis explica sus propósitos. Y de ese modo, sin darse cuenta, muestra su visión del mundo. Elvis piensa lo mismo que piensa el ciudadano norteamericano promedio: que el sistema de vida de Estados Unidos es algo eterno y perfecto; que cualquier gesto de sofisticación es un atentado a ese mismo sistema. Esa mañana, además, Elvis le regaló a Nixon una pistola Colt 45 con ocho balas de plata – a lo mejor los conceptos se muestran desnudos ahí donde menos lo esperamos: en esos instantes fugaces en los que, orondos y patéticos, quieren mostrar todos su artificiosidad al mundo.

Marcos Bertorello (Buenos Aires)
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