En 1932 el actor y director de cine alemán afincado en los Estados Unidos Ernst Lubitsch dio a conocer aquella que los especialistas juzgan su obra maestra. Se llama Trouble in Paradise, y cada tanto se la encuentra bajo la “versión” castellana Un ladrón en la alcoba u otras traducciones todavía menos felices.
Según relatan las historias del cine Lubitsch rozó la plenitud creativa en la década del treinta; fue entonces que logró que su trabajo fuese reconocido dentro de lo que se ha dado en llamar la “comedia sofisticada”. La clave del género consiste en mostrar y jugar con el deseo de riqueza y el deseo sexual pero siempre de manera esquiva, metafórica, elíptica. Así el hábitat aristocrático y de la alta burguesía se va disolviendo en la exacerbación del gesto decadente, la artificialidad y la perversión latente. Siempre contenido, nunca explícito, brusco o grosero, Lubitsch se pasea por las historias que eligió contar como el dandy que lanza de a puñados el papel picado del cinismo
Atrás resuena furibundo todavía el trueno del crac financiero del 29; y traídos y llevados por esa inercia que atraviesa la historia narrada desfilan de su mano los más diversos personajes seducidos por la onda invisible que el derrumbe del mundo ha disparado. Caricaturas de empresarios que frente a la debacle no piensan resignar un peso y enfatizan como única solución “recortar salarios” mientras se pierden e tras los movimientos de la chica que se desliza por la reunión con su vestido de noche; ricos y funcionarios que se pierden en estúpidas esgrimas románticas dignas de quinceañeros, mayordomos y mucamas con cara de aburridos frente a los patrones que les han tocado en suerte, y hasta un trotskista que aparece de improviso gritando en ruso y amenazando por los pasillos de la mansión con el mundo por venir.
El filme es simplemente brillante, y logra el milagro de engrosar la mejor lista de la comedia hollywoodense a la vez que alimenta sus costados más delirantes, como para que los espectadores se animen a tentar, entre risas, las más diversas proyecciones. No otra cosa deparan las “aventuras” de la pareja de aristocráticos estafadores que viven bajo la consigna única de pasarla bien placenteramente en un mundo que se derrumba. Una versión fina del personaje atorrante de Pepe Arias, verdadero emblema criollo que, en otro contexto pero con igual sintonía, pierde el seso y las mañas pergeñando cómo llevar la vida sin laburar.
Jorge Warley (Buenos Aires)
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