No fueron pocos los que consideraron al 15 de febrero de 1564 como un momento extraordinario de la Historia. La trascendencia de la fecha ya estaba garantizada por el nacimiento de Galileo Galilei en Pisa. Pero la Providencia, con sus motivos casi siempre inescrutables, decidía que ése no iba a ser un día como cualquier otro. Así, cuando Galileo abría sus ojos al mundo, Miguel Ángel Buonarroti cerraba los suyos definitivamente. Como en una carrera de postas, en el momento en que el coloso de las artes se iba, el de las ciencias llegaba.
En realidad, esos motivos son escrutables porque en este caso la Providencia tiene nombre y apellido: Vincenzo Viviani. Discípulo y primer biógrafo de Galileo, Viviani escribió la vida de su maestro a pedido del príncipe Leopold de Médici. A lo largo de emotivas páginas seguimos la solitaria lucha de un genuino ariete de la verdad científica, que arremete con heroísmo contra toda ignorancia, incredulidad e intolerancia. Su biógrafo estaba convencido que la propia Naturaleza había elegido a Galileo para que develase sus secretos. ¿Por qué no unir al maestro admirado con el elegido para develar su belleza? Galileo había nacido tres días antes de la muerte de Miguel Ángel. Esos molestos tres días bien podían ser suprimidos para permitir que los héroes se reuniesen en uno solo. ¿Qué importancia pueden tener tres días para aquellos que tienen la eternidad asegurada?
Alcides Rodríguez (Buenos Aires)
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario