APUNTES

Latinoamérica en sus libros fantasmales: Qué cosa sea el asesinato del doctor… Novela que responde a cosas del día, de Candelario Obeso (1849-1884), por Facundo Ruiz


Colombia, poco antes del 1 de abril de 1866. Noche cerrada y calurosa hasta el sudor. Un hombre joven camina por los tejados con un revólver en una mano y sus zapatos en la otra. Cada tanto se detiene, transpirado, y las opciones parecen definitivas: o deja los zapatos o deja el revólver. Opta por secarse con el antebrazo y continúa. Va a visitar a su reciente novia, una costurera de 14 años; y en principio, la pistola desenfundada resulta un enigma, como todos: esquivo y tornasolado, que hipnotiza con fraguados brillos.
    En algún momento, cuando está pasando por la casa del famoso orador y futuro, pero fugaz presidente, hace ruido o simplemente ladran los perros de Rojas Garrido. La servidumbre no sólo se despierta: se levanta, como si nunca antes hubieran ladrado los perros. Candelario Obeso se queda quieto. El poeta deja caer el revólver al patio y emprende la retirada. Escapa.
    Todavía con los zapatos en la mano y la camisa empapada, llega a su casa. Al otro día los diarios publican la tentativa de asesinato. En la ciudad buscan al asesino, al supuesto y al fallido, y naturalmente no lo encuentran. Candelario decide no salir de su casa y escribir una novela (su respuesta a los hechos es poco menos que desconcertantemente lúcida y tal vez Kerouac, y no Rojas Garrido, le deba la vida).
    Una mañana, tres días después y todavía sin dormir, el poeta Obeso golpea la puerta del senador. Bajo el brazo se apiña un manojo de papeles. Lo invitan a pasar, y el rumor doméstico cede. No tardan en preguntarle a qué se debe atribuir la visita, y en el silencio, hasta lo muebles aguardan. Candelario responde preguntando: ¿se ha descubierto al asesino? No todavía: la policía ha reconocido el arma y está tras la pista. Se miran, y en realidad, el poeta y el político se esperan. Decidido, Candelario dice que esa misma tarde él, José María Rojas Garrido, futuro presidente de Colombia, orador notable, va a deponer la pesquisa, va a impedir que continúe. Uno de los hombres de Garrido, parado junto a una puerta, se endereza o se acomoda. El senador levanta la vista y a ciencia cierta abre un paréntesis (alguien sobra, pero no es claro si se trata del hombre junto a la puerta o del recienvenido).
    Candelario se sienta con el rollo de papeles, sin duda algo húmedos por la caminata bajo el sol inclemente de las once de la mañana. ¿Y bien? Obeso apenas se mueve para estirarle el bollo de papeles. Rojas Garrido lo toma, se coloca los anteojos y empieza a leer. Lee el título: Qué cosa sea el asesinato del doctor… Novela que responde a cosas del día, y esboza una sonrisa, que incrédula no deja de ser temerosa. Dos veces levanta la mirada. Los ojos del poeta están en el mismo lugar desde que entró. Sigue leyendo. Cuando termina, y seguramente mucho antes, tira los papeles. Cómo se atreve, pregunta molesto al infeliz que por primera vez se le muestra tal cual: infeliz, y negro y pobre; pero sólido y propio como un planeta aparte. Inmutable kafkiano, Candelario Obeso dicen que respondió: “Me atrevo, querido Maestro. La justicia me está haciendo una novela y yo se la hago a la justicia.”
    La novela y la causa desaparecen, juntas. O al mismo tiempo dejan de ser ciertas. Del revolver poco y nada se ha vuelto a saber. Algo más de las historias rodean y extravían los otros libros de Candelario Obeso. Aunque del poeta, traductor de Shakespeare, Musset, Hugo y Tennyson, inverosímil mercader de diamantes, efímero cónsul en Tours, maestro de escuela en Sucre, segundo jefe del batallón de Cazadores en la guerra de 1876, tesorero municipal en Magangué, intérprete nacional en Panamá, y polígrafo inagotable, se han acumulado noticias disímiles, que no pocos asocian con el turbio y solitario, pero final, suicidio bogotano del momposino.-



Facundo Ruiz (Buenos Aires)
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