l 4 de enero me llega la traducción al francés de Piercing. Temo hacer clic en el archivo porque mi conocimiento del francés puede conducirme a estados alterados. Si mi novela se traduce al serbio o al chino –cosa altamente improbable- ya no tendré el control del texto, me vería por lo tanto obligada a confiar en el traductor-traidor, a dejarme llevar por las oleadas de sonidos incomprensibles que él introduce a lo largo de doscientas cincuenta páginas. Pienso en esa perspectiva y me sobreviene el pánico. El desconocimiento de un idioma exótico me deja inerme, desprotegida, y me enseña, definitivamente, la lección de la omnipotencia: yo no tengo el control del mundo. En este estado de ánimo abro el archivo: con euforia y temor, como si al abrir la caja de Pandora de la traducción fuera a encontrarme, entrelazados, serpientes y diamantes. El peso específico de imágenes y metáforas puede irse por la borda si la presencia de un traductor-escritor las altera o las suprime en pos de su propio deseo estilístico. De todos los traductores, ese es el más peligroso. Así que mi dedo índice derecho desconfía antes de hacer clic: es mi ligero encono contra el traductor que nunca me ha consultado, me imagino a un sujeto altanero, seguro de sí mismo, un superstar, así que en mi imaginación peleo con él y preparo de antemano la revancha: estoy convencida de que van a aparecer errores. Al principio prima la sorpresa, aparece el texto, la historia, pero con otros sonidos, con otras palabras engarzadas en frases a veces más largas que el original, otras, más cortas, ya que el traductor –en un rapto de síntesis- me tijeretea un par de ideas. Entonces aparecen las preguntas paranoicas: ¿la frase del traductor es más corta porque mis oraciones llenas de comas, sin punto y aparte, conllevan a su entender algún tipo de ilegibilidad? El fantasma de la política editorial se desliza por la mente: el traductor y la editora tienen un pacto de traducción que yo no conozco.
El siguiente paso es la delectación: hay capítulos de la novela que en francés suenan más musicales: donde yo escribo se perfuma con alguna esencia digna de una bruja de aquelarre, la traducción reza: un parfum digne d´une sorciere en route pour le sabbat, o sea: un perfume digno de una bruja en ruta hacia el sabbat. La palabra aquelarre es fuerte, dura, la combinación de sorciere y sabbat, en cambio, suena más sibilante. De modo que en esta etapa me pongo a saborear el francés, y hasta tal punto saboreo que releo dos o tres veces el mismo párrafo (pero aparte del sabor, está ese gato alerta en mi mente que espera dar el zarpazo al primer error del traductor, ¡sí, busco denodadamente que ningún ratón se cuele en el texto!) y espero también –como el episodio de la magdalena en la taza de té de Proust- que renazcan sensaciones dormidas, los episodios que rodean a la elaboración del texto allá a principios del nuevo milenio. De modo que me voy por las ramas, leo y me maravillo con el vocabulario francés, me adormezco en el disfrute, pero de repente viene el empujón: aparecen los errores de sentido:¡ mordida es traducida como pot-de-vin que significa coima! El traductor tuvo un contagio del español de España donde al parecer a la coima le dicen mordida, en cambio mi mordida es pura mordida literal: morsure. Ahí es cuando mi gato mental se regodea en el zarpazo: el traductor vedette es sorprendido en su soberbia. Es en este punto donde la escritora desconfía para siempre: si hay un error, puede haber otros, incluso muchos. Se trata de una guerra declarada por el control del texto y en esta guerra es esencial que el soldado no duerma. Los sentidos alertas velan sobre la pantalla de la notebook para detectar la mínima aparición del derrape. Y sí, efectivamente, la operación de rastrillaje trae al mismo tiempo media hora de gozo y media hora de enojo: me deleito frente a los hallazgos del traductor pero enseguida me lleno de rabia frente a un malentendido, cuando yo escribo el flaco está en otra, el traductor escribe el flaco sale con otra, entonces la duda que me carcome es si no entiende el giro idiomático o si ha decidido a propósito, en pos de alguna lógica interna, cambiarle el sentido a la frase. A veces cuando hablo de hombro, él traducehomme que es hombre. Me pregunto qué sensaciones tendrá él cuando trabaja con sus traducciones: es de madrugada y ya lo gana el cansancio, ahí es donde baja la guardia y antes de poner en hora su despertador cierra la página con un desacierto. Termino disculpándolo porque la lectura global en francés es inspirada, tiene sentido del ritmo, gracia, agilidad. El examen exhaustivo me lleva veintidós días y diez hojas de correcciones y sugerencias. Analizo renglón por renglón, -una locura- con dedicación de amanuense. Y ahora, con el síndrome del nido vacío, reconozco en el trabajo obsesivo de revisar la traducción la misma demora que me gana a la hora de entregar un libro: no quiero soltarlo, la excusa es la perfección -que nunca llega-, pero el meollo es la angustia del desprendimiento porque el texto llena y su culminación conduce al vacío.
Viviana Lysyj (Buenos Aires)
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Piercing fue publicada en español en el año 2006 por la editorial Alfaguara
1 comentario:
Je suis un soldat de Viviana Lysyj. Je reste vigilant assurer qu'aucune autre destination de modifier l'alchimie pour en extraire la beauté en elle. (con la ayuda del traductor)
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