RELATOS

Cuatro relatos brevísimos, por Raúl Tamargo


La despedida

El animal sabe que la mano del hombre ha dejado surcos de sentido sobre su lomo. Sabe que fue el hombre quien ocupó el sitio de la jauría, para su salvación o su condena. La memoria del animal está en su cuerpo. En su cuerpo, el dolor, del que no trata de huir y al que otorga la libertad del tiempo.
    Dicen que sus aullidos, en las tres noches que siguieron a la muerte del amo, mantuvieron despierto al poblado, bajo el oscuro sentimiento de lo premonitorio. La muerte siempre desparrama perdigones; nunca satisfecha con su propia obviedad, cuando se lleva a alguien, deja mensajes de advertencia. Las víctimas del insomnio afirman que fue Moreira quien aullaba en la voz de Cacique. El miedo hace creer que son los muertos quienes quieren hablar con los vivos.
    Pero el perro, entregado a la soledad del cementerio, echado sobre la tumba, descargó su canto vivo para que el amo viajara acompañado por su voz. Dicen que durante esos tres días nadie pudo acercarse a la tumba de Moreira; que el animal gruñó, amenazador, a quienes lo intentaron. Cesó en la guardia cuando llegó Julián Andrade, el primer hombre que supo que Moreira ya no estaba allí.
    Entonces, ambos continuaron su viaje en la llanura.


Cuento maravilloso


De muchacho, descubrí por azar que una princesa que recupera su forma pierde sus ropas en la transformación. Aprendí entonces algunos rudimentos de hechicería y me lancé sobre los sapos del jardín.
La experiencia me dejó sus enseñanzas. Puedo afirmar que no todos los sapos son princesas castigadas. Que entre estas últimas hay quienes merecen la condena. Se da el caso, también, en que, ignorando el punto original de la metamorfosis, es posible estar en presencia de un sapo condenado a ser princesa.
    Cuando los apetitos juveniles se atenuaron, comprendí que es mejor abordar a la mujer con su atuendo, desnudarla poco a poco y, sobretodo, no cometer la torpeza de narrarle un cuento maravilloso.


Golfo San Julián (1520)*


Para hacer la travesía un poco más tolerable hay que inventarle esquinas al océano. Los que saben leer, los que saben contar, hablan para los otros y para sí mismos sobre gigantes que asolan las aldeas y sastrecillos que los combaten.
    El cronista, entretanto, se propone atestiguar lo que ve. Sin embargo, las palabras que escucha en las rondas infectan sus relatos sin que lo note. Así es como al echar anclas frente a la costa del golfo podrán aparecer esos seres monumentales.
    Para estos hombres que descienden de los barcos, el mundo entero es una aldea. Por eso tejen redes alrededor de los gigantes con el hilo del engaño y erigen una forma mucho antes que la primera ciudad.
(*Pigafetta, Antonio. Primer viaje en torno del globo) 

En la funeraria


Cuando el personal de la funeraria comenzó a trabajar sobre el cuerpo de mi madre, debió echarme a la calle o a la oficina de recepción. En cambio, interpuso un biombo bajo el supuesto de que el dolor reciente habría atropellado mi curiosidad. Por las coladuras vi cómo lo aseaban, movilizándolo como se hace con un lechón en las faenas de invierno. No olvidaron recorrer con sus jabones parte alguna. Para fregar espalda y culo, lo pusieron de costado, de modo que su vientre me quedó a la vista. Entonces vi el sitio por donde asomé al mundo mi cabeza ciega, inconsciente y llorosa. Retiré la vista de inmediato. El pudor de ese gesto hizo que mi madre regresara, por un instante, a su cuerpo. Después se fue, definitivamente.

Raúl Tamargo (Buenos Aires)

Raúl Tamargo ha participado del volumen de la antología de microficciones de autores latinoamericanos Cielo de relámpagos de María Cristina Ramos, Neuquén, Ruedamares, 2008.
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2 comentarios:

Gisela Alvarez dijo...

En la funeraria...fuertón!Bien al punto!Me parece que ese estilo me gusta mucho Raúl.
Nos vemos pronto.
Gisela

Delas dijo...

¡¡Qué buenos Raúl!! Felicitaciones.
Brevísimos, pero intensísimos.
Gran abrazo.
Nieves

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