En 2005 el caso de una mujer yemení acusada de matar a su esposo a los dieciséis años cruzó las fronteras del país, al sur de la península arábiga. Sin pruebas consistentes, con una confesión arrancada a los golpes y después de ser violada y embarazada por los guardias de la cárcel, la sentencia sólo decía una palabra: fusilamiento. Asociaciones de derechos humanos, agrupaciones feministas y la prensa internacional, se movilizaron a pedido de la abogada defensora. Tan intensa resultó la presión que unos minutos antes del fusilamiento el Presidente de Yemen decidió revocarla. En la puerta del Palacio de Justicia, la abogada Shada Nasser agradeció a los manifestantes y a la prensa. Después, siguió su camino por las veredas polvorientas de la ciudad capital, Sanná.
En otras veredas, cerca de allí, Noyud Alí jugaba a las bolitas. O a las escondidas. Las dos cosas le gustaban por igual. Tenía siete años y no sabía -no podía saber- que su padre la entregaría a un vendedor del sur que estaba de paso por Sanná buscando esposa; que lo haría a cambio de setecientos dólares cuando ella tuviese diez años. No sabía a qué edad se pierde la inocencia, ni del olor a cebolla y tabaco impregnados en la piel de ese hombre mayor que insistía en pegarse a la suya. Mientras comía chocolate o coco -las dos cosas le gustaban por igual- tampoco sabía que en abril de 2008, dos meses después de haber sido casada a la fuerza, llegaría hasta los tribunales de Sanná gritando que quería ver a un juez.
-¿A quién?
-Yo sólo quiero hablar con un juez, eso es todo.
-Pero hay muchos jueces en este juzgado.
-Lléveme con un juez; ¡no importa cuál!
Noyud Alí, en 2005, no sabía que la abogada que habría de tomar su caso ese día, movilizando a la prensa de oriente y occidente, sería Shada Nasser. Que caminarían juntas las veredas polvorientas de Sanná para decirle al juez, el día del juicio, que quería divorciarse para siempre; que el juez fallaría a su favor y que Shada Nasser le pagaría al marido de Noyud los doscientos cincuenta dólares -equivalentes a cuatro salarios de un obrero yemení- que exigió en compensación por la ruptura del contrato matrimonial.
Ese mismo año, Noyud Alí y su abogada Shada Nasser integraron la lista de las Mujeres del Año, un premio que desde hace veinte años organiza la revista norteamericana Glamour y que, por primera vez, fue otorgado a una niña.
La historia fue reconstruida por una periodista franco-iraní del diario Le Figaro, Delphine Minoui, en un libro publicado en 2009 por la editorial Michel Lafon: “Me llamo Noyud, tengo 10 años y estoy divorciada”, traducido a veinte idiomas y best-seller en varios países.
La sociedad de Yemen, el país fronterizo de la poderosa Arabia Saudí, es una de las más aferradas a la tradición del mundo árabe.
En Yemen, las mujeres representan el sesenta por ciento de la población, el setenta por ciento de ellas son analfabetas, la mitad tiene marido a los dieciocho años, la cuarta parte antes de los quince, la edad media de casamiento ronda los doce años, la tasa de mortalidad materna es de las más altas del mundo, simplemente porque parir antes de los quince años quintuplica la probabilidad de muerte en el parto.
Noyud, un metro veinte de estatura, envuelta en un niqab negro hasta el piso y un hiyab que le cubre el cabello, remite al ruptor de vías propuesto por Dardo Scavino en EdM: “…aquello que hoy es una rutina mayoritaria fue ayer una ruptura minoritaria… El origen es un violento extravío: ruptura significa eso. La potencia de ayer, la apertura de una posibilidad imprevista, se convierte en el poder de hoy, la ruta que conduce a las multitudes a un sitio».
Pero trazar una ruta, una rota, no es sencillo. La tapa del Yemen Times, 18 de abril de 2008, anticipaba que la aprobación del proyecto de ley que establece en dieciocho años la edad mínima para contraer matrimonio -mujeres y hombres yemeníes por igual- iba a dilatarse y a entibiarse sus contenidos. El proyecto original, que sigue aún en revisión, fue modificado por los legisladores más radicales, que lograron eliminar la prisión y las multas como penas aplicables a los padres que no cumplan con la ley. Actualmente, la edad mínima para contraer matrimonio es de quince años, pero la superposición de la justicia formal con normas y tradiciones tribales recrea una zona gris irreconciliable con el derecho. Los grupos más religiosos recuerdan que Mahoma se casó a los cincuenta años con Aisha, una niña de nueve: cómo podría estar mal, entonces, que un hombre común siga el ejemplo del profeta.
Noyud transgredió lo esperable y produjo una ruptura por donde se filtró una oportunidad de cambio en la realidad de otras niñas y mujeres musulmanas.
A la historia de Noyud, le siguieron otras: Arwa, Rym, Asgham, Fawziya. Algunas lo lograron, otras no.
Mónica Yemayel (Buenos Aires)
No hay comentarios:
Publicar un comentario