PIES DE IMAGEN

Sobre el paisaje en la obra de Max Gómez Canle, por Carolina Esses



¿Cuál es el adentro y el afuera en la obra de Max Gómez Canle? ¿Qué le sucede a la criatura -nosotros, tal vez- que despierta en su madriguera geométrica para ver, del otro lado, ese paisaje renacentista? ¿Se trata de dos paisajes, uno ventana del otro? ¿Qué dimensión es la más antigua? ¿La de la montaña, la del espejo de agua o la otra, aquella de líneas rectas decididamente futurista, pero de un futurismo pretérito, ya olvidado? ¿O es nuestra mirada la antigua? ¿Somos nosotros los sobrevivientes que despiertan a un estado de las cosas que está, en realidad, fuera de toda temporalidad? ¿Y si no estuviera nuestra huella? Porque en todo caso, la huella que se intuye es la huella estilizada de la forma, una forma que no parece contenernos –basta con mirar los contornos rectos de la montaña- ni siquiera ahí dónde creíamos intuir el trabajo de la naturaleza. Pero, qué paradoja, es justamente en esa tierra de ensueño donde nos gustaría estar. En definitiva, ¿qué es lo que perturba tanto en la obra de Gómez Canle?
    Como Borges con la literatura, Gómez Canle nos recuerda constantemente que el paisaje es una construcción. Claro que una construcción, un artificio en todo caso, tan perfectamente armado que no tenemos más que sumergirnos en lo que nos propone la perspectiva, dejarnos llevar por el mecanismo perfecto de la ilusión. El paisaje, entonces, como una categoría enciclopédica. Como la montaña, el lago, como puede ser un abedul, un pino. Categorías en las que la marca del tiempo es la marca que ha dejado la historia del arte. Ese virtuosísimo pintor que es Gómez Canle, toma estas categorías propias de los fondos de los óleos del Quatrocento, por ejemplo –los copia, literalmente- y les otorga protagonismo, los resignifica Ahí radica la inversión de su arte. Luego, aquí y allá, un personaje extraño, mitad hombre y mitad animal, toma, por ejemplo el pincel. O la madriguera geométrica deviene un vacío de pelos –¿es el paisaje visto desde el interior? ¿o es, más bien, el hueco en la roca, lo inerte, animalizado?
    La pregunta es siempre por el paisaje. Por lo tanto, también por la mirada. Como en esa serie, relectura del cuadro de Roberto Aizenberg Padre e hijo contemplando la sombra de un día (1962). Invito al lector de estas breves líneas –improvisadas por una amante de la pintura pero en ningún caso una experta- a leer el trabajo de Viviana Usubiaga, ganadora con este ensayo del primer premio Bienal MNBA / Susana Barón para el estudio de la historia del arte argentino, 2008. Y a sumergirse, quién no lo haya hecho todavía, en la obra de Max Gómez Canle.



Carolina Esses (Buenos Aires)


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho la obra de Gómez C., la cual descubrí a partir de un texto suyo, que en sí mismo también me parece una obra de arte. Se puede leer en:

https://www.boladenieve.org.ar/vision/99#r1
Saludos.

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