APUNTES

El papá de Rucci, por Facundo Ruiz


Se cuenta que el padre de José Ignacio Rucci, el conocido dirigente sindical argentino tan violentamente muerto, era un hombre realmente inventivo. Peregrino lector de Arlt, recordaba siempre haber escuchado en la radio, auspiciada por el Centro de Estudiantes de Farmacia y Bioquímica, en 1928 o 1929, la conferencia de Macedonio Fernández sobre la teoría de la novela, y haberse sorprendido, y muchos más tras finalizar la trasmisión, momento en el cual, gratamente ensimismado, se dedicó a pensar el futuro del arte en la Argentina. Eran destellos, impresiones indelebles pero errátiles que –contaba– habían vuelto una y otra vez a lo largo de su vida para sugerirle o prevenirle en sus proyectos e ideas.
    José Ignacio, desde pequeño, prefirió que su padre no lo asistiera en tareas escolares y trabajos de elaboración manual o intelectual. Sin embargo, sus compañeros adoraban y hasta envidiaban la digresión paterna del joven Rucci, y solían reunirse –o sugerirlo con ahínco– en su casa por la tarde. De esta época data la inconclusa traducción del francés que el padre del joven Rucci y uno de sus amigos predilectos hicieron de Impresiones de África, de Raymond Roussel.

    Por razones laborales, el padre del amigo del padre de Rucci, Aristóbulo Martín Berzátegui, se había instalado con su familia en París en el otoño de 1927. Por entonces se dedicaba al negocio inmobiliario. Su hijo, Martín David, tenía por entonces casi veinte años y una habilidad muy singular para descubrir cómo perder el tiempo en actividades que, a la larga, terminaban beneficiándolo. Conoció así la obra de Marcel Proust, que leyó poco y con mucho esfuerzo, dado su francés precario, inicial. Pero, por una casualidad que lo mantuvo alegre casi de por vida, en 1928 conoció a Roussel, personalmente: el hombre, arruinado por su tren de vida, vendía su propiedad para mudarse a un piso en el palacete de su hermana, quien moriría muy poco después. El padre de Martín David intervino en la transacción, y su hijo lo acompañó esa tarde. Al llegar, el padre le pidió que lo aguardara en la puerta, lo que el joven festejó, internamente. Acodado desprejuiciadamente en la reja de entrada, vio a dos hombres acerarse con paso cansino. Uno de ellos comentaba, morosamente, la angustia indescriptible que le producía, al viajar en trenes nocturnos, pasar por túneles, puesto que no podía saber dónde estaba entonces. Era Raymond Roussel, que el año anterior había estado viajando por Constantinopla y Persia. El joven Martín David no olvidó jamás los gestos del hombre, la actitud; y tampoco, al abandonar Francia en 1929, de llevarse consigo un ejemplar de Impressions d’Afrique.
    El padre de Rucci y Martín David solían reunirse por las tardes a traducir fragmentos del libro de Roussel, que terminaban comentando y elogiando hasta pasada la cena. El joven Rucci y sus compañeros los observaban con un interés casi científico y los escuchaban atentamente asombrados, sin entender cuál era el problema de traducir Impresiones de África o Impresiones africanas, como sugería el padre de Rucci, quien creía que ese debía ser el título en castellano, puesto que expresaba cabalmente el “punto de vista” del libro y el proyecto mismo de traducirlo. Para los niños casi jóvenes, esas discusiones sucedían en un idioma completamente desconocido pero absurdamente comprensible: todo lo que decían era entendible, y no obstante, nunca sabían de qué estaban hablando exactamente.
    Con el tiempo, los recuerdos de esas discusiones fueron cariñosamente recobrados, y en bares y reuniones se volvieron cada vez más asiduas las menciones a esos incógnitos entreveros verbales. José Ignacio sonreía distante, a medias convencido del tenor de las alusiones. Sus compañeros, entusiasmados, se disculpaban, pero una y otra vez reaparecía el mote “a lo Rucci” o “a lo papá de Rucci”, lo que derivó en distancias y malentendidos y, poco después, en la acuñación definitiva de las “paparucciadas” o “paparruchiadas” que luego, inentendiblemente, se confundieron con las “paparruchadas” de tradición castiza, de las que no adeudan más que una vaguísima etimología completamente despoblada del vitalismo inventivo, innovador y hasta pionero, del que realmente surgieron.-


Facundo Ruiz (Buenos Aires)
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