La mitad mejor (2009) de Marcos Herrera es una de las novelas que retrata la dura realidad en el Conurbano Bonaerense. Un espacio que creció alrededor del proceso de industrialización y en torno a la figura del trabajo: como eje articulador de ciudadanía. Pero el quiebre profundo que impuso el Golpe del 76 convirtió a gran parte del cordón industrial en un territorio agreste y desolador. Fábricas abandonadas, bolsones de pobreza. Hoy conviven allí, entonces, los contrastes más profundos dejados por la década del noventa. Es decir, deambulan por esas calles, entre los countries y las villas, los sujetos fabricados en la década neoliberal. En los últimos años han aparecido una serie de novelas que trabajan con esta temática: El campito (Incardona), Puerto apache (Martini), La virgen cabeza (Cabezón Cámara), Oscura monótona sangre (Olguín), Siete maneras de matar un gato (Néspolo), Santería (Oyola), por nombrar algunas.
La novela de Marcos Herrera elige retratar la zona del conurbano en la que viven los sujetos del desamparo. Desde Cacerías, su primer libro de relatos, y luego con Ropa de fuego, su primera novela, Herrera fue explorando y delimitando su zona y los sujetos que la habitan. Hay una frase que canta el Indio Solari en La dicha no es cosa alegre, (Luzbelito), que abre Ropa de fuego, editada por Lengua de Trapo en 2001. La frase dice: “Soñás la hoguera donde siempre sos la leña”. Bajo ese humo insoportable respiran los personajes de Herrera. Ahora, en La mitad mejor, su segunda novela, esa zona y esos personajes llegan a la violencia descontrolada. Educados en la dureza de la nada, asfixiados por el aire enrarecido de los basurales, transitan por la prostitución, el tráfico de drogas, la corrupción policial, el enfrentamiento entre bandas y las peleas clandestinas. Juan, uno de los protagonistas, es un predicador que trata de rescatar de la pobreza y el desamparo a los chicos de la calle y lo hace con un discurso religioso que pronto entra en crisis: “Juan no pudo evitar comparar el peso de la Biblia con el de la pistola”, dice, por ejemplo, el narrador.
En La mitad mejor estalla, así, en mil pedazos el ámbito de la fe y se impone una forma de violencia marginal, frenética, ligada con bandas compuestas en su mayoría por jóvenes y adolescentes “jugados” – como la banda liderada por Ho Chi Minh –, es decir, jóvenes anómicos y desocializados, diría Kessler, que boyan a la deriva, sin rumbo:
“Cuando sus ojos lo arrancaron de esa suave esfera para ponerlo en la realidad de siete rostros violentos, demasiado jóvenes, y siete cuerpos que se movían con destreza y crueldad, su cansado mapa mental esbozó una oración: Son como picos de cuervos en el
lomo de un perro herido (…) Vos sos un hijo de puta, dijo uno de los adolescentes, ahora vas a quedarte calladito; porque para hablar, después, vas a tener tiempo. Corona, dijo la voz aguda del pibe, cortale la cara para que no se olvide de que nosotros somos
rezarpados, mucho más zarpados que él. Corona obedeció”.
La mitad mejor, editada en España por 451, acaba de desembarcar en las librerías argentinas.
Hernán Ronsino (Buenos Aires)
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