Felisberto Hernández (1902-1963) partió solo rumbo a Francia en octubre de 1946 y regresó a Montevideo veintiocho meses después con uno de sus mejores relatos, Las Hortensias, y una novia que ansiaba casarse pronto, una mujer que el escritor ignoraba que se trataba de una reconocida espía soviética.
Era distraído, quizás esa fue la causa de semejante desliz. Llegó a referirse a Oliverio Girondo, con quien se reunió varias veces en París, ramplonamente como el millonario que había intercedido para la publicación en Buenos Aires de Nadie encendía las lámparas (1947). Si la desatención lo impulsaba a reducir al poeta a la condición de su bolsillo, es factible que algo similar haya hecho con María Luisa de Las Heras, la espía disfrazada de una modista española refugiada en Francia que desde el primer momento se mostró atenta a brindarle todos los cuidados necesarios. La beca, que había obtenido a través del poeta franco-uruguayo Jules Supervielle (1884-1960), le alcanzaba de manera ajustada para mantenerse en un cuarto de hotel, aun pese a la esporádica ayuda que recibía de su compatriota y poeta Susana Soca (1906-1959). Con frecuencia, según destaca José Pedro Díaz en su biografía, Felisberto debía tocar el piano en los cafés parisinos, además de juntar en una cajita las colillas de sus cigarrillos que volvía a fumar, y cuando no le quedaba ni un resto se contentaba aspirando el aroma agrio de lo que había sido tabaco. La concentración necesita imperiosamente de actos distraídos, son su complemento más perfecto, y María Luisa era, sobre todo, una mujer hacendosa, callada, y tan tolerante que supo esperarlo a que terminara una relación sentimental con una inglesa que se desplazaba en silla de ruedas.
En diciembre de 1949, a diez meses de concretado el casamiento en Uruguay, la revista Escritura publicó Las Hortensias, dedicada a María Luisa que ya había conseguido un puñado de clientes en la sociedad montevideana como diseñadora de alta costura. Había alquilado un departamento para su taller, reservando unos cuartos como vivienda de la pareja. Concentrado en sus escritos, Felisberto apenas si prestaba atención a cuanto tenía a su alrededor, distante de su mujer como de la procedencia del dinero que manejaban a diario que no provenía de las costuras sino de Moscú y que pronto les permitió mudarse a una casa en el barrio de Pocitos. Cuando en marzo de 1950 María Luisa de la Heras de Hernández consiguió lo que buscaba, obtener una nueva identidad con la certificación del Uruguay, el matrimonio se precipitó en una pendiente entre reclamos variados que afloraron como una desatada primavera hasta la separación definitiva a comienzo del año siguiente. La espía ya había cumplido la primera parte de su misión en el Río de la Plata, de ahí en más precisaba mayor independencia para su trabajo como violinista; lo que en la jerga de espías quería decir operación de radiotransmisión. En el breve tiempo de actuación feliz ella había mandado a acolchar las paredes de su taller para que el ruido de la máquina de coser no interfiriera en esa máquina de escribir que era Felisberto; lo que no era más que una excusa para ensordecer sus comunicaciones con Moscú. Así lo sugirió Tomás Eloy Martínez en un texto señero (ver: Lugar común la muerte, 1979), pero que Díaz ha desestimado en su biografía amparándose en la costumbre de Felisberto de escribir exclusivamente en las mesas de los cafés. Aun así sería difícil restarle credibilidad a lo que sabe decir la imaginación. El principal motivo, entre otros más evidentes, quizá pueda encontrarse en un brevísimo relato de Nadie encendía las lámparas, titulado “Muebles ´El Canario´”: a un hombre le inyectan de manera subrepticia en un tranvía una radio que emite desde su interior y sólo para él propagandas y programas auspiciados por la empresa de muebles. El relato, desde luego, es previo al matrimonio con María Luisa, y sin embargo ya está allí, por adelantado, la radio introducida en el oído cautivo, del mismo modo que empezaba a entrometerse la publicidad en la conciencia de todos. ¿Acaso el relato no incluía también el anticipo de una sospecha que Felisberto finalmente prefirió cargar a su crédito?
El verdadero nombre de María Luisa era África de las Heras Gavilán, nacida en Ceuta (África), provincia de Cádiz, España, en 1910. Miembro de la Juventud Comunista, en 1936 comandó las patrullas ciudadanas en Cataluña, y al año siguiente fue reclutada por el NKVD (Comisariado Nacional de Asuntos Internos de la URSS) y posteriormente por la KGB donde llegaría a recibir el grado de coronel. Luego de recibir su instrucción partió, en enero de 1937, a la primera misión: acceder lo más cerca posible a León Trotski en su exilio en México para ofrecer información de sus movimientos. Bajo la identidad de María de la Sierra, África llegó a convertirse en traductora y secretaria personal de Trotski, antes de que el líder se instalara en la casa devenida en bunker, cuando aún residía en la Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera. África no vivía allí sino en una pensión; en cierta medida esa situación facilitaba su trabajo. Una vendedora de pasteles frente a su vereda le daba los sábados por la mañana un mensaje en clave, el número de las piezas en la canasta marcaba la hora de la cita con su contacto, los lugares variaban y los concretaba en cada uno de los encuentros. En Nombre clave: Patria. Una espía del KGB en Uruguay(2006), Raúl Villarino cuenta que en una de las citas África se enteró de que corría peligro, uno de los superiores de Moscú al tanto de su misión había volado con el águila; es decir, pasaba a colaborar para EE.UU. De inmediato desapareció de México en un barco carguero para retornar a la URSS, llevando datos y planos en la memoria. Era 1939 y Trotski enseguida recibió el aviso de no confiar en ninguna persona que llegara desde España, lo que no evitó su asesinato en agosto de 1940. África, por entonces, terminaba su entrenamiento como operadora de radio. Dos años después se lanzaba en paracaídas en la retaguardia del ejército nazi que avanzaba en la URSS. Su nuevo nombre era Ivonne, así la conoció un alto oficial alemán apostado en Kiev con el que trabó una relación sentimental, al que luego de esquilmarlo de información le dijo: “Tienes derecho a saber con quién has estado. Soy la subcomandante Ivonne, del comando de guerrilla Vencedores, de la heroica Unión Soviética.” Terminada la guerra, a comienzo de 1946 viajó en auto desde Berlín a París para asentarse como refugiada española. Empezaba a ser la modista María Luisa las Heras. Su misión: propiciar un casamiento con un sudamericano y trasladarse a una nueva tierra para obtener documentación auténtica. Felisberto Hernández reunía, entre todos, algunos atributos insuperables, se había casado y separado ya dos veces y tenía dos hijas, lo que aseguraba un ánimo bastante domesticado, sin demasiados bríos ni exigencias. Y aún algo más poderoso, era un furioso anticomunista aunque sin interés en la política: para esconderse del léon o del águila nada es mejor que volverse invisible estando a su lado. No era necesario que África hubiera leído “La carta robada” de Edgar A. Poe para valerse de esa artimaña, porque la literatura, ya sabemos, siempre nos lee a nosotros por anticipado.
Aun después de la separación y de la muerte de Felisberto Hernández en 1963, María Luisa-África continuó su trabajo de espionaje en ambas márgenes del Río de la Plata. Volvió a casarse, esta vez con un agente que había pasado por Buenos Aires y que debía radicarse en Montevideo, su nombre era Giovanni Antonio Bertoni, nombre clave Marko, aunque en Uruguay se convirtió en Valentín Marchetti. Bertoni era un comunista italiano que en 1950 había logrado infiltrarse en la cancillería de su país pero había sido descubierto y necesitaba una nueva identidad. El matrimonio fue tan activo en sus misiones como en las relaciones sociales. Cuando María Luisa-África fue ascendida, Bertoni-Marchetti no soportó quedar bajo su mando y se separaron. Pocos años más tarde, en 1971, María Luisa-África regresó a la URSS donde moriría en 1988, recibiendo todos los honores.
Las sucesivas reediciones de Las Hortensias mantuvieron la dedicatoria a María Luisa, aunque ya no tan completa como en la primera vez, sólo conserva el nombre, no la frase que de tan diáfana no ha dejado de completarse con sombras: “A María Luisa en el día que dejó de ser mi novia. 14-II-49 Felisberto.” La fecha del casamiento completaba el sentido de frase, pero acaso también destacaba la pérdida dicha en la primera oración. Ilusiones pérdidas en una relación y en un relato completo de ilusiones en el que no sólo hay un personaje llamado María sino también muñecas-máquinas que simulan ser mujeres perfectas. Un trabajo de alta costura. Una espía inmersa en su misión y un escritor devenido en espía de sus propios fantasmas. La misión de María Luisa-África en Uruguay era proveer de documentación auténtica a los agentes de la KGB, identidades que previamente hurtaba a vagabundos, locos, desclasados, solitarios, etc. Es decir, también ella inventaba muñecos que parecían seres de carne y hueso, igual que los replicantes de Philip Dick o de Felisberto. ¿Hasta qué punto el escritor ignoraba lo que ya sabía tan bien por escrito?
La red de operaciones de la KGB en el Río de la Plata, en la que África-María Luisa-Znoy-Ivonne-María de la Sierra tuvo un lugar destacado, se conoció recién en octubre de 1999 (ver: “La KGB tuvo una red de espías en Argentina”, de Julio Algañaraz, Clarín, 18-X-99). El procedimiento para la réplica de identidades así como la lista completa de los nombres fue suministrado por un ex archivista de la KGB que en 1991 había pedido refugio en la Embajada británica de Letonia. Mitrojin aseguró al M15 que durante doce años (hasta 1985, cuando se jubiló) hizo copias de los archivos que pasaban por sus manos, alrededor de 200 mil, que protegió enterrándolos en frascos de vidrio en el jardín de su casa en Moscú. Se hace difícil pensar en esa confesión sin reconocerla como una germinación de Las Hortensias de Felisberto. Lo consultado por Algañaraz fue sólo una ínfima parte de la apertura del Archivo Mitrojin- KGB presentado en Roma, justamente en el mes de octubre: 645 páginas en las que figuraban 265 ciudadanos italianos y en la que al menos 7 documentos se conectaban con Argentina; África era una dos las agentes destacadas.
Se dice que los restos de Felisberto han corrido una extraña suerte. La caja que contenía sus cenizas tenía marcado en tiza su nombre que la lluvia borró dejando sus restos anónimos y confundidos con otros. La tumba de África Las Heras tiene un destacado monumento en el cementerio de Kuntsevskoe, lleva su nombre escrito en ruso y otro en español, Patria.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
Díaz, José Pedro: Felisberto Hernández: su vida y su obra, Planeta, Montevideo, 2000.
Vallarino, Raúl: Nombre clave: PATRIA. Una espía del KGB en Uruguay, Sudamericana, Montevideo, 2006.
Martínez, Tomás Eloy: "Para que nadie olvide a Felisberto Hernández", en Lugar común la muerte, Caracas, Monte Ávila, 1979.
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